EEUU se somete a un doble escrutinio en 2020: la reelección de Trump bajo el peligro de recesión

 

La tradicional estrategia republicana de recortes impositivos y hostilidades comerciales podría caer en saco roto. Las tensiones geoestratégicas de su errática diplomacia y la crisis del coronavirus pueden precipitar a la mayor economía global hacia la recesión antes de la cita electoral de noviembre.

“Una de las razones por las que los mercados generan riqueza y reparten beneficios es gracias a mí”. Las palabras de Donald Trump, a comienzos de año, no hacían presagiar los nubarrones que se ciernen sobre la economía global, en general, y sobre la estadounidense, en particular. Pero la corrección, con fulgurante rebote de las plazas bursátiles que el mercado empezó a atisbar en el tramo final de 2019, cuando se fraguaba una primera tregua negociadora con China sobre las hostilidades arancelarias entre las dos grandes superpotencias económicas del planeta, y que se propagó a la actividad de las potencias industrializadas en el tránsito hacia este ejercicio, se ha visto alterado. De manera drástica. En apenas un mes. O, para ser más exacto, a lo largo de su última semana, cuando la crisis del COVID-19 se propagó por los cinco continentes y fulminó en una semana trágica en los principales índices de las bolsas mundiales. Sólo en Wall Street, los cinco últimos días lectivos de febrero, el temor a la pandemia se llevó de sus parqués 6 billones de dólares, según aseguró el analista del S&P Dow Jones, Howard Silverblatt. Un efecto contagio que afectó a otros mercados como el Dow Jones Industrial o el Nasdaq, que descendieron casi un 10% desde sus recientes -y últimos- registros alcistas. El Dow retrocedió más de 3.000 puntos esa semana. Pérdidas que los organismos multilaterales y el mercado empiezan a relacionar con un súbito empeoramiento de la economía global, que impulsa irremediablemente la actividad a una espiral recesiva. 

Este ambiente de pérdidas también ha calado en la primera economía mundial y, por ende, en las opciones del presidente estadounidense de revalidar su cargo en las urnas el próximo 3 de noviembre. Los observadores internacionales y americanos coinciden en que cualquier mínima complicación de la coyuntura estadounidense resta opciones de triunfo al líder republicano. De ahí su persistencia a la hora de vincular el dinamismo del PIB de EEUU a su gestión al frente de la Casa Blanca. A pesar de que el vigor de la actividad americana se ralentizará por debajo del 3% de crecimiento anual que Trump prometió alcanzar como velocidad de crucero durante todo su mandato presidencial. Y por mucho que, desde su llegada al Despacho Oval, las acciones en los mercados bursátiles estadounidenses hayan registrado alzas del 12% anual, tras descontar las presiones inflacionistas. Superando el 8% anual que, de promedio, ha consignado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Gracias, en gran medida, al clima creado en la contratación bursátil por la doble rebaja fiscal, especialmente sobre las empresas, aunque también sobre las rentas personales. La mayor disponibilidad de ingresos individuales y de los hogares han elevado las inversiones en activos financieros. 

Inversores que tienen acciones en EEUU

Sin embargo, tras la proclamación del coronavirus como pandemia global, las carteras de capital están bajo revisión. Bancos de inversión, gestoras de fondos y firmas de intermediación sopesan el impacto del riesgo de recesión global y estadounidense en los próximos meses. Una vez que habían digerido, entre enero y la primera mitad de febrero, los efectos del impeachment fallido contra el inquilino de la Casa Blanca y el ruido de sables que se escuchó en los mercados por las tensiones entre EEUU e Irán a raíz del asesinato, decretado por el propio Trump, del general Qasem Soleimani, al mando de la poderosa Guardia Revolucionaria, el primero de los conflictos geoestratégicos con el que se inició 2020. Y que dio paso a varias semanas de retórica bélica de alto voltaje entre Washington y Teherán.

Por si fuera poco, los inversores tienen muy presente que este ejercicio habrá una dura contienda política en la carrera presidencial del mercado más importante del planeta. La atención sobre los portfolios, pues, estará a la orden del día todo el año. Pese a que la teoría económica dicte la preferencia de Wall Street por triunfos republicanos: “históricamente, los mercados han sido favorables a presidentes del Grand Old Party (GOP) por su inclinación hacia política liberales, más acordes amistosas con los activos en bolsa”, explica Iain Tait, socio de la gestora de patrimonios London & Capital. Pero los meses venideros serán convulsos. “Hay una preocupación real entre los inversores y los bancos centrales sobre el grado de estimulación de las economías” tras la crisis del coronavirus y el enfriamiento previo del ciclo de negocios, alerta Sunaina Sinha, de Cebile Capital, una firma de asesoramiento. “El riesgo que están calibrando y valorando apunta hacia los próximos ejercicios, pero con el punto de mira en las trascendentales elecciones estadounidenses y la evolución de su economía”, precisa. 

La insistencia de Trump en vincular su legislatura al éxito de los mercados tiene un matiz notable. Porque desde Natixis Investment Managers se advierte que las credenciales republicanas en pro de los negocios son de largo recorrido. Sus cálculos, por el contrario, desde 1976 señalan que el beneficio reportado en las bolsas bajo mandatos demócratas fue del 14,3%, frente al 10,8% de las presidencias del GOP. Y, más en concreto, revelan que la triada Carter-Clinton-Obama generó un alza del 14,9% en términos anualizados anuales, mientras que las distintas administraciones de Reagan-Bush, padre-Bush, hijo y Trump es del 4,9%, tal y como informa Financial Times en un reciente artículo.    

S&P y beneficios de los hogares

Una economía en aterrizaje suave

El carburante del último tramo del año en los mercados y en la actividad logró que la economía de EEUU mantuviera el crecimiento del 2,1% del tercer trimestre de 2019, según la estimación inicial del Departamento de Comercio. Una décima por encima de la previsión del mercado, por la reducción del déficit comercial y el modesto repunte de la construcción. Pero las rúbricas del PIB dejaron varios motivos de preocupación. El gasto del consumo, que totaliza las tres cuartas partes de la economía americana, se desaceleró hasta el 1,8%, por debajo del ritmo marcado en el primer trimestre del ejercicio, cuando los consumidores esperaban nuevas rebajas de tipos de la Reserva Federal para acometer sus compras. Al igual que las inversiones en negocios no residenciales, que descendió por tercer trimestre consecutivo, el mayor periodo de caídas desde la última recesión, la que siguió al credit crunch de 2008. Parámetro que añade riesgos de que se traduzca en una mayor debilidad de la creación de empleo y de los salarios. En medio de una oleada inusual de reivindicaciones laborales y de parones de actividad, como la suspensión de la producción de Boeing, que amenazan con propagarse por toda la primera mitad de este año. En el conjunto de 2019, el PIB aumentó un 2,3%. Siete décimas por debajo del compromiso de Trump que ve cómo la saludable generación de empleo, los bajos costes de financiación de las rebajas de la Fed y los signos de estabilización de la industria global tras los acuerdos comerciales con China -un principio de restablecimiento de las relaciones bilaterales, concretamente- y la ratificación del Nafta 2.0 (el denominado UMSCA), con el respaldo masivo del bloque demócrata en ambas cámaras a la renovada unión aduanera norteamericana, a la que sólo le falta el visto bueno del legislativo canadiense. Iniciativa impulsada por la Administración Trump.
  

Caída de la demanda

La gestión económica del presidente republicano se ha cimentado sobre dos grandes pilares. De un lado, la doble rebaja impositiva -con simplificación del enrevesado Código Fiscal americano- y las políticas proteccionistas y unilaterales que han puesto en jaque los acuerdos comerciales de EEUU. Dos constantes entre los mandatarios del GOP. Sus cuatro antecesores del partido -tanto Reagan, como Bush padre e hijo- las pusieron en liza. Pero, ¿cómo han repercutido estas dos medidas en la coyuntura de EEUU? Y, sobre todo, ¿ejercerán de analgésicos para que el PIB del país llegue con vigor a las elecciones presidenciales de noviembre? 

Un arma fiscal de doble filo (…) Como ocurre habitualmente, ambas estrategias han deparado pros y contras. En su idea original, el proyecto impositivo de Trump defendió un recorte, del 35% al 15%, en el tipo impositivo de Sociedades, y de cuatro puntos, hasta el 35%, a los más ricos en el tributo sobre la renta. Pero, para superar el trámite del Senado, contrarreloj, en la madrugada del 2 de diciembre de 2017, la Tax Cuts and Jobs Act (TCJA) -que así se denominará finalmente-, estipuló un recorte para las personas físicas con mayor progresividad fiscal.

Un contrapeso del legislativo, que amplió de cuatro a siete los tramos definitivos que, como suele pasar en EEUU, escondía una novedad final: una nueva rebaja, de un punto adicional, a las clases más pudientes sobre el consenso inicial entre republicanos y demócratas, que lo elevó hasta el 39,5%. De modo que los individuos y las parejas que ingresen más de un millón de dólares anuales, tributan desde entonces al 38,5%. Es decir, se incorporó este gravamen, más alto que el que planteó como tope el propio presidente Trump, pero un punto más bajo que el que estaban dispuestos a aprobar en el Congreso. De forma que los contribuyentes americanos tienen como gravámenes, en función de sus rentas, tipos impositivos del 10%; 12%; 22,5%; 25%; 32,5%; 35% y 38,5%. El de Sociedades, se situó en el 21% finalmente.

Pero no fue el único punto conflictivo de esta doble rebaja. La mayoría de los estadounidenses, alrededor del 70%, solicita una deducción general sobre sus ingresos. Para todos ellos, el recorte deja una mayor presión fiscal a futuro. Porque el abanico de deducciones y de exenciones que emanó del Senado (y que redujo los beneficios frente al plan de la Cámara de Representantes) apenas otorga ventajas. Ni para el contribuyente individual, que desde el primer ejercicio fiscal desde su entrada en vigor vio reducida, de media, su base imponible en 6.350 dólares por la deducción estándar del impuesto, pero a costa de la supresión de los 4.050 dólares que, también de promedio, obtenía por exenciones específicas. Ni para las declaraciones conjuntas. De hecho, el renovado Código Fiscal, impulsado para simplificar las obligaciones tributarias, incorpora no pocos de estos enjuagues fiscales. 

Sea como fuere, la rebaja impositiva no gustó a casi nadie. Ni siquiera al gran público americano. El 49% de los estadounidenses se declaraba contrario, según varios sondeos. Pero, quizás, donde más detractores provocó fue en el ámbito científico. Los economistas, en general, no se creen sus efectos beneficiosos. Desde el Tax Policy Center, think tank de prestigio en EEUU, se admite que los recortes fiscales para el conjunto de americanos, de 1.300 dólares en 2019, cuando entró en vigor, apenas sitúa esta rebaja en 850 dólares a la clase media -los que ganan entre 50.000 y 87.000 dólares al año, la quinta parte de los contribuyentes personales-, mientras la reducción para los ingresos que rebasan los 750.000 dólares es de 34.130 dólares por unas gratificaciones equivalentes al 17,6% de su base imponible. Sus estudios por estratos sociales alertan también de que más de la mitad de los contribuyentes estadounidenses soportará un incremento de sus pagos impositivos a partir de 2027. Debido a la supresión de varias de las deducciones y de las exenciones previstas, y a la combinación de otras normas que se incluyeron en el Código Fiscal. A partir de ese ejercicio fiscal, la rebaja media se quedará en apenas 300 dólares para la totalidad de los contribuyentes y de 50 dólares a las clases medias. Por contra, las más ricas conservarán una porción de ahorro de 32.510 euros anuales. 

Por si fuera poco, sólo uno de los 42 economistas de un sondeo de la Booth School of Business, la escuela de negocios de la Universidad de Chicago, ve “un crecimiento substancial y sostenible de la economía”. Como tampoco se asumen la previsión oficial de que apenas sumará cuatro puntos a la deuda, que rebasa en la actualidad el 100% del PIB. La Universidad de Pennsylvania dice, muy al contrario, que añadirá 1,3 billones de dólares de déficit federal en los próximos diez años. O 1,2 billones si genera el crecimiento previsto, aclaran. Del 3% anual. Y lo que es peor. Varios estudios de mercado coinciden en que la Casa Blanca dejará de ingresar 5,5 billones de dólares, en un periodo, el de la Administración Trump, en el que se ha incrementado de manera exponencial las dotaciones presupuestarias destinadas al Pentágono. 

El segundo aniversario de la TCJA mantiene las dudas sobre la eficiencia económica que la rebaja fiscal ha podido insuflar a la economía, el empleo y las cuentas federales. No parece que sea el “combustible sideral” del que hablaba Trump, pero ha dejado algunos retazos de prosperidad a sus contribuyentes. En general, el sentimiento que subyace es que la clase media es la que está soportando las ventajas de las corporaciones. Aunque también se impone la impresión de que las empresas han elevado su capacidad de inversión y los salarios, aunque no en la medida que prometió Trump, también se han incrementado. Según los datos de la Oficina Presupuestaria del Congreso, los ingresos tributarios de las empresas se han reducido un 23% desde la puesta en marcha de la rebaja fiscal. El gravamen medio por el que han tributado las 400 mayores firmas de EEUU ha sido del 11,3%, después de deducciones y exenciones. En línea con la previsión del poder legislativo, más preocupante aún que la de los analistas inicialmente, de que la doble reducción fiscal de Trump sumaría 1,9 billones de dólares al déficit fiscal del país en su primer decenio de funcionamiento.     

Deuda Federal

Deficit federal

El PIB ha crecido de media un 2,4% desde diciembre de 2017, mes de la aprobación de la rebaja impositiva, y la mayoría de los economistas no atisba que alcance el objetivo de Trump del 3%. Tampoco la Oficina Presupuestaria del Congreso, que augura un repunte por debajo del 2% esta década. Motivo por el que la Casa Blanca, en año electoral, ya se ha decantado por nuevas recetas para alcanzar su velocidad de crucero para la economía. Lograr un dinamismo del 3% requiere un plan billonario de infraestructuras -rescata la idea de Trump de inyectar un billón de dólares en la renovación de las redes de comunicación del país-, nuevos recortes impositivos y mayor desregulación en los mercados. Tampoco ha generado el efecto deseado sobre el empleo, que aumentó en los primeros meses de la rebaja fiscal, pero se ha recortado en la misma proporción en 2019.

Con multinacionales como Applebarajando elevar su plantilla en 20.000 trabajadores en los próximos cinco años, y Bank of America afrontando un recorte de 5.000 empleados desde 2018. Por si fuera poco, la Asociación Nacional de Negocios Económicos (NABE) poniendo en duda que el ahorro fiscal de las empresas se haya traducido en mayores inversiones. El 84% de las compañías no han acelerado sus remanentes de los recortes impositivos de Trump, dice. En cambio, ha sido un acicate, aunque moderado, para los salarios, que han crecido entre un 2,8% y un 3,6% desde la promulgación de la ley. Pero lejos de superar el 4% anual que vaticinó el equipo económico del presidente. En este bienio, la confianza de los consumidores y empresas ha sido demasiado oscilante como para concluir que la rebaja fiscal ha traído estabilidad y previsibilidad a la demanda interna. Al igual que los gastos de capital de las empresas, en descenso prolongado. Aunque donde peor comportamiento se ha registrado ha sido en la industria. La actividad manufacturera no parece haber tenido noticias del efecto balsámico de la rebaja impositiva.    

PIB y empleo

Confianza del consumidor

(…) con inciertas guerras comerciales

Las hostilidades comerciales desatadas por la Casa Blanca contra China, esencialmente y, en menor medida, contra Europa, después de amenazar con subidas arancelarias indiscriminadas a otros aliados geoestratégicos como sus socios en el Nafta, antes de su revisión negociada o a mercados como el australiano o el neozelandés, y tras subir las tarifas al acero y el aluminio, ha sido otro foco de tensiones. En los mercados, hasta el punto de inflexión del inicio del diálogo oficial entre EEUU y China para alcanzar una primera fase de acuerdo sobre su batalla comercial -que esconde factores de enjundia como el abandono de la banda de fluctuación que controla el tipo de cambio del rinmimbi, la divisa china en los mercados internacionales, desde su banco central o la mayor permisividad de entrada del capital foráneo en empresas estatales-, que se emprendió en octubre, la dinámica había sido la alta volatilidad. Pero tras la tregua del último mes y medio de 2019 y de enero de este año, cercenada por la crisis del coronavirus, se ha roto sin remedio. El sector exterior americano ha corregido levemente el déficit comercial en este periodo. De hecho, ha sido uno de los sorprendentes motores del alza del PIB entre octubre y diciembre. Después de seis trimestres consecutivos en los que ha restado dinamismo. A partir de las subidas arancelarias -desde febrero de 2018- que, además, han reportado a las arcas del Tesoro 50.000 millones de dólares desde el pistoletazo de salida del conflicto con China.

Sólo en diciembre, 6.300 millones, según dos lobbies que defienden el libre comercio -Tariffs Hurt the Heartland y The Trade Partnership-, y contrarios al lema del presidente republicano del America, first, detonante de la táctica proteccionista de Trump. Pero que aplauden desde Farmes for Free Trade, una de las organizaciones ganaderas de mayor calado en el país, para la que la “resulta evidente que, lejos de ser un error, la guerra comercial con China es un activo, aunque el pacto de la fase uno de las negociaciones” bilaterales entre ambas superpotencias “no es el armisticio final”, por lo que “los granjeros y los empresarios necesitamos comprobar que la situación normal de intercambios de mercancías y servicios se ha restablecido” afirma Brian Kuehl, su director ejecutivo. Pese a ello, Tariffs Hurt the Heartland y The Trade Partnership hacen hincapié en que, pese a los esfuerzos de Trump por justificar la bonanza en los mercados a su agresiva estrategia hacia China, “lo cierto es que la práctica totalidad de los daños colaterales del desabastecimiento de numerosos sectores productivos y del incremento del precio final de los productos los están sufragando las compañías y los consumidores”.

En parecidos términos se manifiesta el premio Nobel de Economía, Paul Krugman, quien, en una de sus habituales tribunas de opinión en New York Times, asegura que “Donald Trump nos ha hecho más débiles”, en su diagnóstico sobre la guerra comercial con China. Pese a que la Casa Blanca admitió que corregirá la subida de tarifas sobre productos chinos por valor de 160.000 millones de dólares y la congelación de otro incremento sobre importación de bienes y servicios del gigante asiático que, en conjunto, suponen otros 120.000 millones de dólares adicionales; un repunte, este último, del 7,5% sobre el total de mercancías afectadas. Para Krugman, el coste de esta política proteccionista de la Administración Trump la están pagando los consumidores, las industrias y los agricultores y ganaderos americanos. “Nos dice que vamos a salir victoriosos de la contienda”, escribía. Pero “la realidad -explica- es que no hay casi ningún vencedor en esta guerra; más bien perdedores”. Trump -continúa- “nos transmite a los estadounidenses que es un negocio ventajoso para EEUU, que ellos claudicarán, y que básicamente hay que concluir lo que se ha iniciado, mientras que a los consumidores nos ofrecen bienes manufacturados más caros por las dificultades de los distintos sectores industriales y agroalimentarios americanos para acceder a materias de primera necesidad para sus industrias a precios adecuados”. Y pone un dato sobre la mesa. Durante la guerra comercial iniciada en 2018, las exportaciones de EEUU hacia China han caído en precios más que las importaciones chinas hacia la primera economía global. “Una tendencia que sugiere que, mientras los consumidores norteamericanos pagamos sobrecostes por las subidas tarifarias, el sector exterior del gigante asiático encuentra más facilidades para sustituir la carencia de productos y servicios estadounidenses en su mercado”. 

Balance PIB

Crecimiento del PIB

Crecimiento del déficit

Tasa paro

Una señal inequívoca de la tesis de Krugman es la debilidad de los pedidos industriales de EEUU, en descenso continuado. En un sector tan crucial como dañado por la destrucción de empleo en los dos últimos decenios -sometido a duras reconversiones- la consultora Bankrate, enumera una lista de 25 segmentos productivos de la industria americana, a partir de una estadística del Instituto de Política Económica de EEUU, uno de los think-tanks de mayor prestigio y rigor, en la que señala las actividades más afectadas por la guerra comercial con China y las escaladas de tarifas a la importación de bienes, mercancías y servicios de otras latitudes como Europa, India, Japón o la pérdida de vigor comercial con sus vecinos canadiense y mexicano con la entrada en vigor del nuevo Nafta 2.0. En concreto, veinticinco, de los que sobresalen este top-five. Por orden creciente de castigo. El comercio al por mayor. Este subsector se enfrenta a pérdidas de empleo del 5,5% de su poder laboral actual tras expulsar a 184.000 trabajadores entre 2001 -año del ingreso de China en la OMC- y 2017, el último de los ejercicios sin subidas arancelarias. El de comunicaciones, que incluye los segmentos de audio, video y manufacturas de equipo: un 7,4% tras expulsar a 247.800 empleados entre 2001 y 2017. Los semiconductores, que perdería un 8,5% de su actual plantilla. Entre 2001 y 2017, envió a la desocupación a 284.200 empleados. El de Informática y equipamiento auxiliar de software. Un 19,7%. Entre 2001 y 2017 sus firmas protagonizaron 661.300 despidos. Y, por último y el más perjudicado, el de fabricación de componentes electrónicos y de informática, con hasta un 36% de previsión de salidas laborales, tras registrar una oleada de 1,209 millones de desempleos en el periodo 2001-2017.

Para más inri, el sector exterior ha mostrado su malestar a lo largo de 2019. O, para ser exactos, en los primeros tres trimestres del ejercicio, cuando más se agudizó el desabastecimiento por la tensión comercial con China. Bufetes de abogados, bancos de inversión de Wall Street y firmas internacionales se unieron en torno a una crítica generalizada a la Administración Trump: no les gustaba la agresiva política de sanciones económicas a países a los que la Casa Blanca ha colgado el cartel de adversarios en el escenario geopolítica global porque daña la proyección exterior, sus cotizaciones bursátiles y sus flujos de inversión y carteras de negocios. La Administración Trump ha casi duplicado el número de personas físicas y compañías que se encuentran bajo la supervisión sancionadora de EEUU. En países a los que considera adversarios en el orden global, bien por razones políticas o por cuestiones económico-financieras. Más en concreto, focalizaron sus críticas contra Sigal Mandelker, responsable de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC), con rango de subsecretaria del Tesoro y la artífice de dar validez a las multas desde la Unidad de Inteligencia Terrorista y Financiera (TFI), también adscrita al departamento de Steven Mnuchin, a la que acusan de suma parcialidad a la hora de imponer sanciones sin mucho criterio, en no pocas ocasiones, lo que le ha propiciado frecuentes encontronazos con su número dos, Marshall Billingslea, menos partidaria de ampliar las multas a discreción. Mandelker -precisaron las firmas exteriores- “está dañando la reputación y la imagen exterior de las firmas americanas, según reveló este lobby crítico.

Las secuelas del unilateralismo trumpiano

La obsesión de Trump por la corrección de la balanza comercial viene de lejos. Ha sido una de sus constantes reivindicaciones hacia anteriores administraciones estadounidenses. “Es como una obsesión personal”, reconoce Martin Feldstein, antiguo asesor jefe del área económica de Reagan, para quien resulta más importante la recepción y emisión de los flujos de inversiones o la estabilidad del cuadro macroeconómico del país. Cuestiones “a las que no juzga trascendentes en cambio”. El pasado año, el déficit comercial se corrigió ligeramente, hasta 616.000 millones de dólares. Demasiado escaso para haber abierto tensiones con China, haber intimidado a Japón y Corea del Sur, haber reseteado el Nafta, amenazado a India y Vietnam, llamado la atención a Australia y Nueva Zelanda, desatar cantos de sirena sobre un rápido tratado comercial con Reino Unido y considerar el tráfico mercantil con Europa de dumping comercial ilícito. Feldstein aclara que su objetivo es que EEUU se equipare con Alemania y Japón, economías de marcado cariz exportador. Sin tener en cuenta que la brecha de la balanza estadounidense suturó con inusitada rapidez en el trienio 2008-2010 por efecto de la crisis financiera. Pura corrección del mercado. Y sin reparar en que Europa y Japón son los dos enfermos económicos globales, con prolongadas fases de crecimiento económico y de precios casi planas, la llamada estanflación. “Las barreras a la importación y los subsidios a la exportación -de los que se queja Trump a sus aliados- no son las razones del desequilibrio comercial americano”, explica Feldstein. 

“El auténtico motivo es que los estadounidenses gastamos más de los que producimos”. En su opinión, “si una sociedad como la de EEUU gasta más que lo que pueden amasar sus hogares, empresas y gobiernos juntos la diferencia tiene que venir de ultramar”. Y el déficit por cuenta corriente es simplemente el reconocimiento monetario de todos los productos y servicios y del capital que fluye en un país durante un año concreto. “En otras palabras, ahorro menos inversión es igual a exportaciones menos importaciones”. Es un principio fundamental de contabilidad nacional de cada economía que Trump parece ignorar, asegura. Pese a que el desequilibrio con China, que se contrajo desde los 419.000 millones de dólares hasta los 346.000 millones en 2019, esté siendo revestido como una victoria política por parte del presidente americano. 

El estímulo económico de las rebajas fiscales, aunque más tardío -se suele decir que el efecto de un recorte tributario empieza a apreciarse al año de su puesta en marcha- ha alimentado el PIB en la última mitad de 2019, admite Tait, de London & Capital. Al igual que el paulatino y de más intensidad abaratamiento del precio del dinero por parte de la Reserva Federal, a la que Trump dirigió sus presiones para restablecer la política de tipos de interés próximos a cero, la gasolina que ha financiado, a costes más bajos, las necesidades de los consumidores y las inversiones de las empresas. Pero las hostilidades comerciales van en sentido contrario. Por mucho que haya adelgazado su déficit exterior. “Creo que la agenda amistosa con los negocios de Trump acaba perdiéndose por sus incongruencias geopolíticas”, aclara Tait. Las primeras han tenido impacto neto en el dinamismo, las segundas, han restado vigor a la economía. Trump “debería aprender del lema de otro presidente sobre el que se lanzó un proceso de destitución presidencial, Bill Clinton, el de ¡es la economía, estúpido! y entender, como el mercado y los agentes económicos que los ciclos de negocios no pueden ser abolidos, ni siquiera por políticos”.