Asia marca la senda hacia la recuperación

Hasta el punto, que el Banco Mundial, en su revisión de previsiones de junio, apenas le otorga, incluso, un repunte mínimo del 0,5% este ejercicio a todo Asia-Pacífico. Pese a la recesión del 2,7% para las economías del Sudeste Asiático y del 4,7% en las naciones del Asia Central. Un alto obligado de una trayectoria que hubiera convertido al mayor continente del planeta en aportador de la mitad del PIB global este año, en contribuidor del 60% de la economía mundial y en suministrador del 90% de los 2.400 millones de personas que accederán a la clase media en 2030.

El Banco Mundial -y el FMI- certifican que Asia será, en su conjunto, la economía continental que mejor sorteará la Gran Pandemia. Incluso la institución encargada de liberar crédito al desarrollo apunta a un ligero crecimiento, de medio punto, para 2020. El peor registro, en cualquier caso, desde 1967 en la región más dinámica y de mayor prosperidad de las últimas décadas. Pero un pronóstico -del pasado mes de junio- que, de confirmarse, supondría el único vestigio de vigor económico del planeta en la recesión más profunda, en época de paz, y de una dimensión de tal magnitud que el consenso del mercado coincide en que supera en devastación al Crash del 29. Y augura que el despegue de la actividad se ha iniciado en estas mismas latitudes. Las primeras en padecer la epidemia sanitaria del coronavirus. Para contextualizar la coyuntura asiática, basta con compararla con las previsiones del resto del mundo que ofrece el último diagnóstico de la institución hermana del FMI. El PIB global se retraerá entre un 5,2% y un 8%, en el peor escenario de desescalada, supeditado a rebrotes de la epidemia, shock que llevará al área industrializada a unos números rojos del 7% y al bloque de emergentes a un descenso del 2,5%, que podría ser de mayor calibre en función, también, del despegue de cada región geográfica. En concreto, en Asia-Pacífico, esencialmente, de la recuperación de China, que tras suscribir una contracción del 1,2% en el primer trimestre, podría acabar el ejercicio con un modesto crecimiento en el entorno del 1%. Con naciones como Malasia con caídas del 3,1%, Filipinas del 1,9% y Tailandia del 5%. E India, que sorteó la contracción en su ejercicio fiscal -que concluye en marzo-, con un alza del 4,2%, pero para la que el Banco Mundial prevé una recesión del 3,2% en su actual balance anual.

“El panorama es altamente incierto y los riesgos predominan; sobre todo, por la posibilidad de un rebrote de la pandemia, aunque también por las presiones financieras, el hundimiento del comercio global en una zona especialmente exportadora y la tensión que esta coyuntura genera en las cadenas de valor de las empresas”, advierten los expertos del Banco Mundial. El Covid-19 ha sido un torpedo en la línea de flotación de las boyantes economías asiáticas. Así lo refleja el World Economic Forum (WEF), desde donde se recuerda que este año el PIB asiático ya hubiera sobrepasado -y lo hará en medio de la gran tormenta recesiva global- la mitad de la producción del planeta, expectativas que se reafirman con los pronósticos de aportación del 60% del vigor económico mundial para 2030. Los cálculos del FMI ponen otro dato más que elocuente encima de la mesa: Asia-Pacífico aportará el 90% de los 2.400 millones de nuevos miembros de la clase media que habrá en todo el mundo al término de la década que acaba de comenzar. Aunque la vasta región continental tendrá que corregir sus brechas de desigualdad y atender y, en según qué países, incluso poner en marcha aún servicios sociales que fortalezcan sus débiles estados de bienestar. Circunstancias que pasarán factura, de no atender estas reformas, a sus demandas internas; en especial, a sus tasas de consumo. El envejecimiento de la población en China, tendrá un impacto directo en aumento de salarios, migración urbana, caídas en los índices de ahorro de las familias o en la contratación laboral. En India, reducirá la escalada de la clase media y sus expectativas de gastos. Mientras que, en naciones como Indonesia, Filipinas o Malasia, frenarán sus ratios de empleo, con el consiguiente recorte en los ingresos per cápita y en la disponibilidad de rentas dirigidas al consumo.   

Crecimiento de los productos asiáticos

 

Comparación de las economías mundiales

El salto cuantitativo de las economías asiáticas se refleja en que cuatro de ellas -por este orden, China, India, Japón e Indonesia- copan el top ten de los mayores PIB del planeta. En términos de PPP o poder de compra -no a precios constantes de mercado, en dólares, metodología que deja una fotografía fija por su denominación en dólares, a su cotización real-, pero que se adecúa a las circunstancias específicas de cada país por atender en sus cálculos el efecto de la inflación o los cambios en el valor de las divisas. Parámetro que permite añadir peso a los PIB de mercados emergentes y que deja entrever la fortaleza que, en sus versiones asiáticas ha tenido el consumo -casi todas ellas han virado hacia economías con mayor influencia de la demanda interna- sin la pérdida de fuelle de sus sectores exteriores. Ha sido el principal rasgo diferenciador del ciclo de negocios en Asia que acaba de llevarse consigo la Gran Pandemia. Porque la otra rúbrica de este vigor doméstico, la inversión empresarial, ha supuesto una rápida adecuación de las cadenas de valor a las necesidades de la demanda de consumo -internas y exteriores- y la involucración de las firmas asiáticas a los ecosistemas de venta online y al e-commerce. Los agentes locales han ganado ventajas competitivas y cuotas de mercado. Wardah, firma de cosméticos de Indonesia, se ha hecho en el último lustro con el 30% de los consumidores del país musulmán más poblado del planeta. Además de elevar el número y el peso de sus multinacionales. Huawei en tecnología, DBS en banca, Unicharm y KAO en cuidado personal o Suntory, Universal Robina o Indofood en alimentación y bebidas son sólo varios botones de muestra del músculo empresarial de una zona en la que los indicadores de emprendimiento la han llevado a registrar más de 140 unicornios o firmas que traspasan los 1.000 millones de dólares de facturación, en 2019. Con China liderando el ranking de número de patentes y de firmas que han incorporado la inteligencia artificial en su estrategia de negocio.

Luces y sombras económicas en la región    

La trayectoria económica y empresarial asiática ha llevado a la región a suscribir una carrera de notable éxito en la superación de los índices de pobreza. En la que ha jugado un papel relevante su renovado mapa de infraestructuras. También sus avances en la llamada Revolución Industrial 4.0 que ha removido nubarrones en el clima para hacer negocios. Pero la escalada digital les va a deparar a sus países profundas transformaciones en varios frentes, lo que anticipa la necesidad de que sus gobiernos acometan reformas estructurales que tengan como objetivo abordar los cambios en la demanda laboral que exigirá la robotización y automatización de sus cadenas de producción y que variará según los sectores. En segmentos como las manufacturas o transporte, de alta intensidad de mano de obra, se verán reducidas las plantillas, pero ofrecerán alternativas que obligarán a sus trabajadores a afrontar formación técnico-profesional con la que adecuarse al nuevo paradigma digital. Sólo en las economías de Asean, la unión aduanera del sudeste del continente, más de 53 millones de empleados deberán asumir nuevas habilidades laborales. Del éxito de este desafío dependerá, en gran medida, que las naciones asiáticas eleven sus gastos en Sanidad para anticiparse a los crecientes desembolsos del paulatino envejecimiento de sus poblaciones.

Otro aspecto con amplios márgenes de mejora es en el terreno de la sostenibilidad y el combate contra el cambio climático. La economía medioambiental no ha calado en unas naciones que se han encargado de defender, a veces a capa y espada, su tesis de contaminar para prolongar su crecimiento, como en el caso de China e India, los dos mayores emisores de CO2 de la región y sólo por detrás de EEUU en todo el planeta. Aunque en el último trienio tanto Pekín como Nueva Delhi han protagonizado un giro doctrinal -a partir de los Acuerdos de París de 2015- al implantar medidas contra la polución, lo que facilitaría la entrada o, en su supuesto, el mantenimiento de las inversiones y flujos de capital futuros. Cada vez más comprometidos con los criterios ESG en los que priman los proyectos verdes empresariales, impuestos desde las sociedades de valores y las gestoras de fondos, para garantizar -o revertir- sus carteras de capital hacia valores que se adentren hacia la neutralidad energética. Los inversores, dice el WEF, “han empezado a salir de estructuras industriales que operan en sectores como el del gas y el petróleo, la minería o firmas de materias primas contaminantes, y redirigiendo sus patrimonios hacia modelos de negocios enfocados a la prosperidad socio-económica, como las renovables, la investigación tecnológica o las redes sanitarias”. Los gobiernos, apuntan desde la fundación organizadora de la cumbre de Davos, “deben confeccionar y emprender una agenda de reformas amigables con la inversión y con un claro objetivo de inclusión social y financiera, con planes público-privados que espoleen la modernización de infraestructuras, generen competitividad, plantillas laborales más capaces de abordar el desafío de la digitalización y sostenibles con el medio ambiente.   

En cualquier caso, y pese a las tareas estructurales pendientes, Asia es el centro neurálgico de las transformaciones económicas. Cada vez son más las voces del mercado que atestiguan que “estamos en el siglo de Asia”, porque su prosperidad ha dejado de ser cíclica para convertirse en estructural. Aunque deba ahondar en reformas de habilidades y conocimientos profesionales y técnicos. Y competir en mercados sofisticados con las potencias industrializadas y otras áreas emergentes. La investigación del MGI, centro de análisis de McKinsey, indaga en cuatro áreas s productivas: flujos y redes comerciales; su ecosistema corporativo, la tecnología y el consumo. Para cuyos diagnósticos pasa revista al estado de 23 industrias en 43 países. Constata que Asia es el centro de la agenda de grandes reformas económicas y transformaciones productivas que se están impulsando en el mundo y que sus empresas se adaptan y seguirán involucrándose con celeridad a los cambios en marcha. Alguno de ellos, fulgurantes y propios de la zona. En el último decenio, su producción conjunta ha aumentado, aunque la cuota de bienes y mercancías que se han comercializado a través de sus fronteras han caído en un 5,6%. Descenso que no se puede achacar a ningún tipo de hostilidad comercial o a súbitas contracciones económicas, sino a que las economías regionales, desde China e India, pasando por el resto de mercados emergentes se están desarrollando de forma saludable, con altas dosis de competitividad.

1.- Comercio. Entre 2007 y 2017 China casi triplicó su producción de bienes intensivos en mano de obra, desde los 3,1 billones de dólares a los 8,8 billones, pero su cuota de exportación bajó dramáticamente, desde el 15,5% al 8,3%. Fruto del fervor consumista de su mercado interior. Al tiempo que el resto de economías emergentes del área incrementaron su capacidad industrial y empezaron a vender en la región. Vía bajos salarios. En gran medida, para satisfacer la elevada demanda china. La fabricación de manufacturas a precios competitivos ha sido una constante en las estrategias empresariales. Países como Vietnam, India o Bangladesh se han beneficiado de este salto al exterior, mientras el gigante asiático elevaba salarios, especialmente en sectores de más alto valor. El desafío es mantener la competitividad lograda en la próxima década. Para lo que precisan cambios estructurales y recursos que mejoren sus déficits en infraestructuras, la cualificación de sus empleados y profesionales y la productividad. Pero todas las industrias de la región están invirtiendo decididamente en innovación. Una especie de oleada de I+D que busca incrementar su poder tecnológico y logístico. Es una prioridad entre las naciones con mayores niveles de renta. Y entre sus compañías, que están modificando sus cadenas productivas con el objetivo de atender todas las ofertas comerciales alrededor del mundo. Mediante el uso masivo de plataformas digitales y del e-commerce.

Asia es una constelación de mercados, aunque alejados del concepto de integración del NAFTA americano o de la UE. Pero tiene lazos de cooperación más que sólidos. En la actualidad, el 52% de su comercio es intra-regional, comparado con el 41% del mercado común norteamericano. Y acaban de aprobar el denominado Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP), un nuevo acuerdo de libre tránsito de mercancías que engloba a dieciséis países, incluidos China, Japón, India y Vietnam. Enfocado mayoritariamente al sector de los servicios, cuyos flujos crecen a un ritmo un 60% superior al de bienes y productos y que supera en 1,7 veces el dinamismo del resto del mundo.

2.- Empresas. Las firmas asiáticas no sólo están transformando su know-how y sus modelos de producción. Han ganado tamaño: 210 de las mayores del mundo por volumen de ingresos, según la clasificación Global 500, de Fortune, son asiáticas, que también han sabido adquirir el estatus de multinacionales, al pasar del 19% al 30% del ranking mundial en las últimas dos décadas. De las 5.000 empresas más importantes con vitola de exportadoras netas, el 43% son asiáticas, con las chinas a la cabeza de la región. Si bien se han incorporado a este listado un número notable de firmas de India, Filipinas, Vietnam, Kazajistán o Bangladesh. En contraste, Japón ha perdido la mitad de las que tenía en 1997. Las más dinámicas de ellas han elevado sus beneficios en un 57% desde la crisis de 2008, frente al 33% de sus homólogas de América del Norte.

3.- Digitalización. Asia es el epicentro de internet. Acoge la mitad de sus usuarios, unos 2.200 millones de personas. China e India contabilizan su tercera parte. La región se ha convertido en una enorme plataforma de consumo digital, lo que ha hecho florecer a su sector tecnológico e innovador. El gigante asiático, Japón, Corea del Sur y Singapur están en el top-ten de economías avanzadas en digitalización. En e-commerce, por ejemplo, China, que no alcanzaba el 1% de las operaciones de venta on line en 2008, ha pasado a ostentar más del 40% del tráfico comercial en la red. Además, tres de los mayores gigantes de internet (Baidu, Alibaba y Tencent) con unos de los ecosistemas digitales más poderosos del mundo, son chinos. Y siguen en plena expansión.

 

Digitalización en Asia

 

Además, el continente ha ampliado su apoyo a la innovación tecnológica y el emprendimiento con el fomento de firmas de capital riesgo, imprescindibles para impulsar la creación de start-ups. China provee el 20% de la financiación de este tipo de sociedades e India sigue su estela ya que triplicó los fondos desembolsados por firmas alemanas. Asia utiliza cerca de la mitad de este tipo de inversiones en el mundo, que emplea masivamente en campos como el de la realidad virtual, vehículos autónomos, impresoras 3D, robótica, drones o la inteligencia artificial (AI). En 2019, tenía más de la tercera parte (119) de los 331 unicornios -start-ups con consiguen pasar la frontera de los 1.000 millones de dólares de valor- del mundo; 91 de ellas, chinas; 13 de India; 6 de Corea del Sur y 4 de Indonesia. EEUU registró 161, Reino Unido, 16 y Alemania, 9.

4.- El paraíso del consumo. Los ciudadanos chinos en edad de trabajar gastarán 12 centavos de cada dólar que se gaste el pujante censo de residentes en ciudades. La elevación de rentas de la clase media urbana ha impulsado el fervor consumista. Pero también los estratos sociales más pujantes. En 2018, casi 30 millones de chinos adquirieron la tercera parte de los productos de lujo y las predicciones de McKinsey hablan de que duplicarán sus adquisiciones en 2025. Asia se ha apuntado a este boom. No es un episodio aislado o genuino de China. El consumidor asiático impulsará este parámetro de la demanda interna de los países hasta tasas del 15%, lo que añade 660.000 millones de dólares a las cotas de gasto actuales. Sus millennials y su generación Z están más boyantes que las del mundo occidental. Aunque su comportamiento consumista podría ser terreno abonado para substanciales transformaciones, dependiendo de los deseos y los cambios de estilo de sus integrantes.

Alta incertidumbre geoestratégica

En los últimos tres decenios, el considera mayor bazar del planeta ha sido todo un paradigma de integración del comercio, las inversiones y en innovación. Además de suscribir uno de los saltos de consumo más espectaculares. Pero, ¿será Asia capaz de mantener esta velocidad de crucero? Ciertos riesgos geoestratégicos pondrán a prueba su deseado salto a la hegemonía global. Como ya anticipó en plena Segunda Guerra Mundial, el reputado estratega norteamericano, de origen holandés, Nicholas J. Spykman, profesor de la Universidad de Yale, la Casa Blanca ha modelado su doctrina diplomática en Asia bajo las dos piedras angulares de este analista: Tokio sería el fiel y eficaz socio de Washington en este continente -el Reino Unido de Asia-, frente a una China que se convertiría -auguró entonces- en la emergente, poderosa y peligrosa -para los intereses geoestratégicos de EEUU- potencia regional. Spykman también predijo el acercamiento a Pekín, cuya piedra inaugural se colocó en 1972, con el acuerdo de Henry Kissinger, secretario de Estado bajo la Administración Nixon, por el que se inició el aperturismo chino a la economía global. El restablecimiento de relaciones entre las ahora dos mayores superpotencias del planeta fue una estrategia americana perfilada para contrarrestar la creciente influencia de la entonces URSS en Asia. Pero nunca hubiera sido tan efectiva -la tutela amparada de EEUU al régimen de Pekín-, sin la estabilidad de la alianza americana con Japón.

 

Evolución Asia

 

Más de medio siglo después, el fondo del planteamiento sigue intacto. Aunque con matices muy substanciales: China enarbola sin tapujos sus deseos de ejercer su liderazgo en el nuevo orden mundial, Asia es el centro de gravedad sobre el que gira gran parte de las fuerzas motrices de la economía, con pronósticos que hablan de que, en 2040, acaparará la mitad del PIB del planeta y el 40% del consumo, como sostiene Oliver Tonby, director del estudio de McKinsey que lleva el elocuente título de Asia’s Future Is Now, donde destaca “su tasa de prosperidad en los últimos 30 años, espectacular”, con constantes alzas en los niveles de consumo y en la integración de su comercio, sus capitales, su talento y sus cada vez más notables índices de innovación” que les va a llevar, “en las próximas décadas, a asumir un papel estelar en la globalización”, a pesar de sus diferencias idiomáticas, étnicas y religiosas, y de su amplitud y extensión geográfica o de la variedad de sus modelos políticas, de sus sistemas económicos y sus indicadores de desarrollo. Hasta el punto de haberse encaramado a puestos de liderazgo en aspectos cruciales. Muchas de sus naciones y empresas son actores de primer orden en digitalización, robotización y big data. También en el terreno comercial y consumo de bienes de lujo. La cuestión central -dice Tonby- “es saber cuán rápido seguirá prosperando la región y cómo liderará la globalización”. Después de haber impulsado procesos de urbanización en sus sociedades que han sido el combustible de este salto hacia la modernización. Pero que, tras décadas de esplendor, han sacado a relucir las necesidades de elevar los servicios sociales y asumir mayores costes colectivos. “Los países de la región necesitan más crecimiento económico inclusivo y sostenible que erradique las brechas de desigualdad e instaure modelos energéticos neutrales”, dice Tonby.

Sin embargo, el continente vive bajo una triple amenaza. O, dicho de otra forma. La pax asiática está sometida a una serie de peligros que podrían dañar su prosperidad futura. Stephen M. Walt, profesor de Asuntos Internacionales de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, adscrita a la Universidad de Harvard, repasa las tensiones geoestratégicas candentes en la región. La afrenta nuclear de Corea del Norte y su capacidad de uso de misiles de medio y largo alcance; las cada vez más deterioradas relaciones entre Japón y Corea del Sur; la escalada comercial entre EEUU y China; el incremento de la cooperación de la Casa Blanca con los tigres del sudeste asiático; las fallidas conversaciones de paz en Afganistán o las tensiones entre India y Pakistán, potencias nucleares, en torno a sus reivindicaciones territoriales sobre Cachemira son los botones de muestra más alarmantes. A su juicio, estas confrontaciones enturbian las agendas diplomáticas y distorsionan el equilibrio de poder en el continente más poblado de la Tierra.

Walt atisba tres escenarios. En el primero, China logra suplantar a EEUU, sumergido en asuntos internos como la peligrosa rebaja fiscal, que ha mermado las arcas del Tesoro, la escalada de la deuda, los cambios en la regulación financiera, la pérdida de poder adquisitivo de su clase media, o el laberinto político, a un año de las elecciones presidenciales, con un impeachment abierto contra el presidente Donald Trump ya en curso, como potencia hegemónica. Es la tesis de Martin Jacques y Arvind Subramanian, entre otros, expertos en geoestrategia, que creen que la actual Administración americana da demasiados tumbos en su política exterior y ha recortado recursos federales esenciales para ganar influencia internacional y que no fructificará su intento de hacer disminuir el peso de China. Es el panorama con el que sueña su jefe del Estado, Xi Jinping: lograr la salida de EEUU del continente sin contestación de sus vecinos ni alteración de India. Pero su objetivo choca con la seguridad nacional de no pocos países asiáticos, que temen la expansión de los intereses políticos del régimen de Pekín, dentro y fuera de sus latitudes. También en áreas como el Golfo Pérsico, de donde procede la mayor parte de sus flujos energéticos.

El segundo es aún más sombrío desde la perspectiva americana, pero no es inevitable. Bajo esta teoría, China tropieza en sus objetivos de liderazgo, mientras EEUU agota sus últimas cartas de un declive inevitable. Sus profetas ya erraron en la década de los ochenta, y podrían equivocarse de nuevo. Una de sus principales voces es la de Michael Beckley, de la Universidad de Tufts, para quien asuntos como el envejecimiento social, la degradación medioambiental, los problemas de suministro de agua y otros servicios públicos, las tensiones geopolíticas, la resistencia de ciertas minorías étnicas o sus desequilibrios financieros, sostienen sus negros augurios sobre Pekín. En cambio, EEUU mantiene inicialmente su fortaleza por sus amplias fuentes naturales y su todavía competitiva e innovadora economía. E instaura una política para reequilibrar su poder en Asia. A través de un reforzamiento de sus coaliciones con Japón, Australia, Corea del Sur o Singapur, que busca reducir el poder del Partido Comunista Chino. A riesgo de que pueda desencadenarse alguna hostilidad bélica. En este caso, las posiciones de gran parte de las naciones asiáticas no quedarían nada claro. EEUU conservaría su hegemonía en el orden mundial, pero la consiguiente aproximación de China a sus vecinos le daría poder en el futuro para romper esta baraja. Porque EEUU tendría que gastar recursos ingentes para dar protección a sus aliados en el continente y no parece que la influencia de China vaya a desaparecer precipitadamente. Y determinados lazos bilaterales de Washington, como los de India y los de los países de la Asean, han mejorado, pero no pueden considerarse consolidados. Ni obtener el estatus de estratégicos. Por lo que podrían inclinar finalmente la balanza en favor del régimen de Pekín.

El tercero es el ideal para EEUU. Aunque, a la vez, el menos probable. Apuesta por el crecimiento de China y por el papel de gendarme de la paz de EEUU en el continente. Ya en la actualidad, en esta carrera, la ventaja es china. El mundo ya no es bipolar (la Guerra Fría con la URSS se acabó), pero tampoco tan multipolar como en la primera década y media de este milenio. Y tanto EEUU como China tendrán que lidiar para conformar su estatus en Asia con otros grandes actores de dudosa fidelidad: Rusia e India. El reto para ambas superpotencias será alinear a las naciones de Asia con sus intereses. Y la neutralidad no parece una alternativa. Si la balanza se inclina a favor de EEUU, China estaría a raya y Washington, obligado a conceder los deseos de sus aliados, ya que no podría mantener su espacio de influencia en Asia sin ellos. De moverse hacia el lado de Pekín, el gigante asiático acabaría haciendo más vulnerables a sus vecinos. En el supuesto de un equilibrio de poderes, se abriría un nuevo cauce para que Japón, Corea del Sur y otras naciones asiáticas pudieran restablecer su peso económico y diplomático.

Para Walt, la gestión exterior de Trump en Asia ha fulminado el bien pertrechado equilibrio de poder forjado por la Administración Obama, cuya obra esencial fue el impulso y la firma del gran pacto comercial del Trans-Pacífico, que su sucesor se encargó de defenestrar nada más llegar al Despacho Oval. Desde entonces, la concordia entre Japón y Corea del Sur se ha evaporado sin que Europa y otras grandes economías como Reino Unido, hayan mostrado distancia con Pekín. En un territorio, además, más hostil. Con la tensión desencadenada entre India y Pakistán o las ínfulas nucleares de Kim Jong-un. O el incremento de la presencia naval de Pekín en el Mar de China, que redobla sus históricas amenazas sobre la adhesión de Taiwán.

La visión de Spykman, medio siglo después, empieza a ofrecer fisuras. Esencialmente, porque el mundo ha entrado en otro orden, en el que China está sometida a tantas turbulencias internas como vecinales y globales, el sistema de alianzas estadounidense se fractura y la supremacía de la Armada americana de hace unas décadas en la zona es un sueño reciente. Ahora, la seguridad en Asia no puede ser garantizada.