Llevamos años esperando el resurgir del ave Fénix de la ISR (inversión socialmente responsable), y a día de hoy existen muchos factores favorables que pueden suponer el punto de inflexión que hemos deseado durante tanto tiempo.

El cambio climático es el desencadenante que hace posible este despegue, muy debatido y presente en los medios de comunicación desde la cumbre climática de París de 2015. Este tema parece haber despertado a dos tipos de jugadores: el financiero y el público en general, que de manera conjunta pueden prender la mecha que necesitábamos. Además de los 195 países que firmaron el acuerdo, uno de los grandes éxitos de la COP 21, es haber traído a escena a actores no estatales, incluyendo a los dos elementos esenciales de la acción real, el sector financiero y el público en general.

El sector financiero se dio cuenta de su papel fundamental y tomó cartas en el asunto, respaldado por importantes movimientos simbólicos: los grandes fondos de pensiones se unieron voluntariamente a iniciativas para reducir su huella de carbono, mientras que el G20 y el Consejo de Estabilidad Financiera (FSB, por sus siglas en inglés) por un lado, y los legisladores franceses por el otro, comenzaron a tomarse en serio el tema de las finanzas climáticas. Las finanzas climáticas se están convirtiendo en una realidad. El grupo de trabajo del FSB sobre divulgaciones financieras relacionadas con el clima presentó sus recomendaciones en la reunión del G20 en Berlín de este mes de junio. Las recomendaciones del FSB podrían repercutir en los inversores finales que, estando en primera línea del proceso de toma de decisiones, pueden influir en las empresas en las que invierten.

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Mientras tanto, el mundo financiero ha dejado de ser visto como el chico malo de la película y el público ha empezado a entender que las finanzas, en el sentido más amplio, dependen de todos, y particularmente de las decisiones que tomamos respecto a nuestro dinero (ahorros, pensiones, seguros de vida…). Es cierto que esta relación no es evidente para todo el mundo, pero se está imponiendo de manera gradual.

Entonces, ¿qué pasaría si pudiéramos aunar este aumento de conciencia tanto en el lado de la oferta (el mundo financiero) como en el lado de la demanda (los ciudadanos)?

El otro elemento clave es el deseo de establecer un vínculo tangible entre una inversión y su impacto. ¿Qué financiamos? Más importante aún, ¿qué impacto tiene lo que financiamos? Esta es la gran pregunta que la ISR ha tratado de responder durante años. Debido a la falta de datos fiables y comparables, la industria ha estado emitiendo un mensaje vago y poco claro a los inversores: la promesa de que gracias a su inversión podrían mejorar algo sin sacrificar el rendimiento, e incluso mejorándolo. Para hacer este "algo" más real, se contaron como ejemplos historias específicas de una o dos compañías. Estas historias son necesarias, ya que son inversiones reales y explican por qué tiene sentido invertir en determinadas empresas en lugar de en otras. Pero las promesas y las historias también deben resumirse en indicadores tangibles. Con este fin, los fondos responsables han utilizado el trabajo sobre el cambio climático y los estudios sobre el impacto de las emisiones de CO2 y su compatibilidad con un segundo escenario, para intentar avanzar hacia otros indicadores de impacto. Hay mucho aún por hacer, pero el trabajo ha comenzado y ya es un gran paso adelante. Para hacer reales las finanzas, medir sus impactos, esto es lo que ayudará a los inversores institucionales, sus fiduciarios o miembros de los Consejos de Administración y los particulares, a apropiarse de sus decisiones de inversión y reconciliar - esto es el punto esencial del ISR - el rendimiento financiero con impacto ambiental y social.

Al parecer se dan las condiciones necesarias para que los fondos responsables despeguen. ¿Serán suficientes?

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