La inflación, el Gobierno, el BCE y la espiral de la deuda pública

Mientras se marcan niveles de inflación récord trimestre tras trimestre desde hace ya más de un año, se mantienen las políticas monetarias ultra expansivas como si estuviésemos viviendo todavía una crisis económica sin precedentes. El BCE sigue con el tipo de facilidad de depósito en el -0.50% y los tipos oficiales en el 0%, ambos en mínimos históricos. Es cierto que la inflación subyacente en Europa, es decir, la que no computa ni alimentos ni energía está en el 3%, tan solo un 50% por encima del objetivo del BCE, y a eso se agarra Christine Lagarde para no atacar el problema de la inflación subiendo el coste del dinero. Sin embargo, para el ciudadano que tiene que comer a diario, pagar la calefacción, la luz y llenar el depósito del vehículo no hay diferencia entre la inflación general y la inflación subyacente, solo sabe que llegar a fin de mes cada vez es más complicado. 

Cuando se habla de cómo frenar la inflación, sabemos que hay dos herramientas que se llevan utilizando desde hace décadas. Una es la política monetaria implementada por los bancos centrales, cuyo principal mandato es la estabilidad de precios, es decir, justo lo contrario de lo que llevan haciendo desde hace un año, ya que tildaban de “transitorio” el repunte de la inflación y el problema cada vez es más grande. Para reducir la inflación usando política monetaria el Banco Central Europeo tendría que subir las tasas de interés, es decir, el coste del dinero. De ese modo se reduce el consumo y a la postre el crecimiento económico, pero a cambio remite la presión de los precios por el lado de la demanda. No quiero ni imaginar el efecto que esto tendría en las cuentas personales de los ciudadanos, que ya están pasando un calvario para llegar a fin de mes, si ahora además les subimos el coste de sus hipotecas y otros préstamos que puedan tener. La otra herramienta es la política fiscal, es decir, los impuestos. La forma en la que podemos reducir la inflación por este lado tiene un denominador común con la política monetaria de la que hablábamos antes. Si subes los impuestos, dejas menos capacidad adquisitiva al ciudadano que se ve a obligado a consumir menos, lo que provoca un menor crecimiento económico, pero también el efecto buscado de menor presión en los precios por parte de la demanda. 

La realidad es que cuando no hay inflación, o es muy baja, tanto gobiernos como bancos centrales exhiben con confianza su control sobre la situación, y hablan sin tapujos de que cuentan con mecanismos para evitar que se produzca exactamente lo que está ocurriendo hoy día. Pero cuando los precios se descontrolan, como pasa ahora, ni los gobiernos quiere pagar el coste político de implementar medidas antisociales subiendo impuestos, ni los bancos centrales quieren intercambiar crecimiento económico por el control de los precios.  En lugar de eso se ponen parches, aprobando medidas coyunturales para subvencionar parcialmente el problema que soporta el ciudadano, y eso, como es lógico, se hace incrementando la deuda pública. Hace tanto que no hablamos del problema de la deuda que nos creemos que ya no es un problema. 

Sin embargo, a mi modo de ver es como echar la porquería debajo de la alfombra: es cierto que no se ve, pero está ahí. La deuda implica una obligación de pago futuro y, como si de un préstamo personal se tratase, nos permite llevar a cabo un gasto presente, aunque no tengamos el dinero para hacerlo. Es decir, traemos bienestar al presente a cambio de una obligación de pago que menoscabará nuestro bienestar futuro. Sin embargo, cuando escuchas a la clase política hablar de las soluciones a nuestros problemas, parece como si nuestro endeudamiento, en máximos históricos, fuese solo un apunte contable sin la menor repercusión futura. Y es que nos guste admitirlo o no, llevamos tanto tiempo basando nuestro crecimiento económico en el endeudamiento crónico de nuestras cuentas públicas, que ya es casi imposible vislumbrar una solución al problema que hemos generado sin que provoque una crisis mucho mayor que aquellas que quisimos solucionar en su momento.

Pablo Gil, estratega jefe de XTB