La calidad residencial de las grandes urbes exige soluciones digitales. Hasta tiempos recientes, las autoridades municipales pensaban que las tecnologías inteligentes eran instrumentos con los que poder hacer más eficientes sus programas para la modernización de sus ciudades. Pero, en apenas dos años, han comprobado que los avances en innovación -y, sobre todo, el proceso de digitalización, la Revolución Industrial 4.0-, se han acoplado al estilo de vida de sus residentes hasta el punto de no concebir sus vivencias dentro de sus espacios locales sin tener a mano algún dispositivo tecnológico. Los móviles son claves en el día a día y en el devenir de las capitales.

No sólo porque trasladan información sobre el tráfico rodado o las rutas más adecuadas para llegar a destinos laborales, culturales o de ocio con su modalidad de transporte preferencial, sino que también resultan esenciales para acceder a datos sobre servicios sanitarios o educativos o sobre posibles alertas de seguridad en redes de infraestructuras. Son canales de información que usan millones de personas y que han dado agilidad y eficiencia a los servicios de la comunidad urbana.

Las ciudades se vuelven inteligentes… la tecnología cambia los escenarios urbanos

Hoy en día, las ciudades han puesto en marcha una multiplicidad de experiencias piloto para el uso de datos y tecnología digital para poner a disposición de sus residentes una mayor capacidad de decisión sobre los servicios municipales y más celeridad a la hora de alcanzar sus prioridades dentro de su entorno.

 

 

Después de un decenio de prueba y error, desde la crisis de 2008, durante el que han dado dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás, los alcaldes han entendido que toda estrategia de Ciudad Inteligente pasa por poner en el centro neurálgico a sus residentes en vez de a la tecnología. Lo digital es el vehículo.

El Smartness no es tan sólo la instalación de interfaces digitales en las redes de infraestructuras tradicionales o la aplicación métodos de racionalización y de simplificación en los servicios municipales. Se trata, además y, por encima de todo, de que el avance tecnológico use su poderosa arma del Big Data para que se adopten decisiones que contribuyan a elevar la calidad de vida de sus residentes y visitantes.

Desde la limpieza del aire que respiran a la seguridad en las calles. Jonathan Woetzel analiza en un informe de McKinsey Global Institute (MGI), el think tank de la consultora americana, explica que el uso de tecnologías inteligentes ya operativas o en proyecto inmediato de utilización, podrían mejorar hasta en un 30% aspectos como el traslado de urgencias sanitarias, la reducción de la criminalidad, el recorte temporal de los desplazamientos urbanos, las emisiones de CO2 o la atención hospitalaria.

Digitalización más 'big data'

“La cuestión es combinar el espacio digital y el de análisis de datos y adaptarlos a las demandas sociales con objeto de responder con mayor celeridad y menores costes a las soluciones de la sociedad urbana”, enfatiza Woetzel.

Bajo tres parámetros. Una base tecnológica que requiere de redes de comunicación de alta velocidad al que se conecten sensores y móviles en masa. Una segunda estrategia digital en la que habiten aplicaciones específicas, desde el traslado de alertas e información actualizada y en tiempo real de todos los servicios y acontecimientos a través de instrumental tecnológicos que provean y desarrollen estas capacidades. Y, en tercer término, la proliferación de su uso por parte de las autoridades locales, las empresas y los ciudadanos del amplio abanico de aplicaciones que se pueden activar para transformar la habitabilidad urbana, desde las que advierten de cambios de rutas por obstrucción de tráfico, hasta las que revelan fórmulas para reducir el gasto energético o para sortear las listas de espera en atención sanitaria o sobre precios de alquiler o novedades de la agenda cultural. 

La consultora Oliver Wyman ha elaborado un ranking sobre las ciudades que están liderando lo que denomina la revolución de movilidad. Singapur, Ámsterdam, Londres, Shanghái y Nueva York, por este orden, ocupan el top-five.

Con las capitales asiáticas al frente, copando cinco de las diez más avanzadas. Si bien este fenómeno se ha expandido por todas las latitudes. Incluso en África, donde varios gobiernos locales están desarrollando ecosistemas urbanos eficientes. Guilleume Thibault, socio de esta firma, subraya que “las ciudades están dirigiendo sus recursos hacia la movilidad del mañana y pensando en iniciativas digitales, junto al sector privado, que se ajusten a la resolución de sus problemas, casi todos globales, aunque también específicos de cada una de ellas”.

Este estudio, supervisado por parte del Instituto de Estudios de Transporte de la Universidad de Berkeley (California), sitúa a Barcelona en el puesto decimotercero, entre San Francisco, que la antecede, y Los Ángeles y París, a partir de una serie de indicadores que se reúnen en cuatro bloques: eficiencia de los sistemas de gestión, impacto social, innovación y atractivo de sus infraestructuras. Es la única española entre las 30 analizadas.  

Ahorro de costes, mejores servicios

Para 2025, las ciudades que hayan implantado aplicaciones de movilidad inteligente estarán en condiciones de reducir en un 20%, de media, su poder de respuesta comunicativa a los servicios que ofrecen a sus residentes. Entre 20 y 30 minutos, los desplazamientos al trabajo, entre un 8% y un 15%, las soluciones de accesibilidad a discapacitados según las pautas de desarrollo que estipula la OMS y, con las apps adecuadas, las capitales de rentas altas estarán en condiciones, con sistemas de monitorización a pacientes por control remoto, de reducir en más de un 4% sus tiempos de espera de atención sanitaria, anticipan en McKinsey, cuyas investigaciones también dejan otros datos prospectivos inminentes. Con el horizonte del lustro en curso.

Los fulgurantes crecimientos del consumo, la industrialización y la urbanización han multiplicado las presiones medioambientales. De forma que deberían activarse sistemas de construcción automatizada, de movilidad rodada eléctrica o de traslado de energía más dinámicos y más baratos. Las acciones combinadas de digitalizar todos estos servicios y, por ende, de hacerlos más efectivos y menos caros, haría descender los niveles de polución en un 15%.

Al igual que las aplicaciones de gestión y uso del agua, el gas y la luz en el ámbito doméstico e industrial recortarían el consumo en otro 15% y el gasto per cápita de estas utilities entre un 10% y un 20% por la implantación de sensores de análisis que ajusten la oferta y la demanda de energía.   

 

 

En su diagnóstico, McKinsey admite que este cambio de paradigma supondrá la eliminación de puestos de trabajo directos como los asociados a tareas administrativas en los gobiernos locales, pero emergerán otros relacionados con las labores de mantenimientos en sus diversos negocios o las tareas de instalación de redes. También en el ámbito educativo; por ejemplo, en los centros que imparten cursos técnico-profesionales y carreras docentes con ribete de digitalización o en las instituciones académicas on line.

De igual manera, la configuración de e-administraciones crearán mejores cimas para hacer negocios, porque trámites como la creación de sociedades, la obtención de licencias o permisos o el pago de impuestos, facilitarán la gestión de las empresas.

En el terreno inmobiliarios, la consulta digital al catastro y a aplicaciones de precio medio de las viviendas o a otras sobre las condiciones monetarias, burocráticas, constructoras o de servicios profesionales para edificar inmuebles propios ya está recolectando sus primeros frutos, a modo de abaratamiento de costes, en grandes capitales. Entre las que esta firma incluye a Ámsterdam, Nueva York, Seúl, Singapur y Estocolmo.

Convertir una urbe en inteligente requiere del uso diario de tecnologías productivas por parte de los ciudadanos y de las empresas, recalcan en McKinsey. 

Buena parte de ellas se han desligado ya del concepto de Smarter Planet lanzado por IBM en 2008, mediante ofertas a la ciudadanía a través de sistemas operativos, hardware y los primeros servicios en línea a los gobiernos locales. También queda lejos el primer proyecto, en Río de Janeiro, de integración de datos de más de 30 municipios y agencias estatales que monitorizaban el transporte de agua, gas y electricidad.

O la iniciativa de Cisco de desarrollo de plataformas digitales y soluciones integradas en capitales como Songdo, Barcelona o Kansas City. Aunque esta multinacional se dedique en la actualidad a emprender ambiciosos planes nacionales de Ciudades Inteligentes a gobiernos como el chino o el indio.

Las big-tech, los grandes emporios industriales y las firmas de telecomunicaciones han articulado sus planes estratégicos como proveedores de servicios y de sistemas en las ciudades.

Un círculo virtuoso que ha atraído a empresas de mediana dimensión de gestión de servicios, de intermediación inmobiliaria o de manufacturas de transportes, al calor del nuevo rol de las cities inteligentes de captar ecosistemas de multi-actores y de reordenar sus territorios con equipos de profesionales multidisciplinares, desde urbanistas, hasta arquitectos, pasando por ingenieros y consultores informáticos o expertos en ciberseguridad, con capacidad para adoptar novedades digitales de otras latitudes o recién salidas de las incubadoras de innovación, de los laboratorios de las firmas tecnológicas o del dinámico mundo de las start-ups. Después de un largo decenio con proyectos piloto, se han lanzado a la piscina. Han dado un salto sin retorno hacia la plena digitalización de sus servicios.   

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