La sustitución de las baguettes por pizza en el menú de la cafetería de la sede del Banco Central Europeo en Frankfurt podría ser el menor de los cambios que veamos con la llegada de Mario Draghi al frente del BCE, que apunta contra todo pronóstico previo a borrar todo rastro de la política seguida por Trichet al frente de la institución.

Durante las últimas semanas se han ido acentuando las distancias entre el presidente saliente y el entrante, que no ha desaprovechado oportunidad alguna para dejar claro que llega con ideas propias. Una entrada con actitud, que dirían algunos, muy al estilo de lo que hemos vivido con la llegada del Christine Lagarde al FMI.

Mientras que Trichet ha llevado hasta el extremo el mandato principal del BCE y solamente en última instancia contribuido a la estabilidad financiera de la Eurozona, Mario Draghi se ha mostrado especialmente sensible con la cuestión de los riesgos sistémicos y los beneficios de medidas no convencionales para hacer frente a las distinciones del mercado, entre las que se incluyen seguir comprando sin ningún pudor toda la deuda periférica que sea necesaria para contener la crisis de refinanciación.

Es más, frente a la tradicional prudencia seguida en relevos de esta dimensión, aunque el consenso de mercado no espera que en su primera reunión vaya a recortar los tipos de interés de la Eurozona, algunos analistas pensamos que no sería del todo una sorpresa que la primera decisión del BCE en su nueva etapa sea un recorte de 50 puntos básicos, una decisión para la cual sobran los motivos. Sin embargo la situación interna del BCE es más complicada de lo que nunca antes lo ha sido, con una fuerte división interna que ya se ha saldado con dos dimisiones y unos cuantos cruces de declaraciones públicas fuera de tono, poniendo en evidencia la diferencia de criterios en su seno. Y es que últimamente parte del debate sobre la política que debe seguir el BCE se ha producido no en su consejo, sino en la prensa...

El jueves saldremos de dudas, disfrutad del festivo (también por cierto, la sede del BCE cierra sus puertas mañana, un descanso con el que no cuentan el resto de empresas con sede en Frankfurt).