Estamos acostumbrados a determinados términos durante períodos de crisis que son utilizados como vocablo recurrente en los cafés de descanso en nuestras jornadas laborales. La pregunta viene a ser la siguiente, ¿qué fracción de realidad tiene el término default? La verdad es que según los analistas cada día estamos más cerca de la quiebra institucional pero por las reglas del juego eso jamás sucederá.


Si en una época fue el fin del petróleo, la siguiente fue la quiebra del sistema creditico y la actual, el “default” de países y ahondando más, la quiebra de las unidades menores estatales. El mundo está acostumbrado a que nos amedrenten con cualquier tipo de riesgo y
menos mal que no estamos como en EE.UU que viven en permanente riesgo nivel amarillo.

Al final esto viene a ser como un método eficaz del control de masas para que nos fijemos en asuntos en los cuales no tenemos margen operativo en vez de actuar sobre los problemas más directos que nos atañen.
Ha llegado un punto que es más verosímil la ficción que la realidad, se está abogando por un sistema que, abra más la brecha entre la clase alta y la baja. El medio utilizado es el más evidente, el crédito.

Éste, el acceso al crédito, existe a altas cotas donde no existen jamás las crisis sino períodos de adaptación, sin embargo, la ausencia de crédito viene a ser el arma más potente para eliminar una clase media creciente hasta el momento. Esta afirmación no es nueva y todo operador institucional y jefes de mesas lo piensan, la restricción del crédito es la quimera del siglo XXI.

Parece ser que, aunque se inyecte todo el capital del mundo, siempre tendremos que seguir aportando capital a un sistema que hace aguas por todos lados. No es descabellado que haya intelectuales que citen a los protocolos de Sion como modus operandi de un sistema agonizante. No sólo estados sino autonomías y más aún estados dentro de EE.UU que ya se encuentran rozando la quiebra técnica, la escapatoria no parece posible dentro de las normas establecidas.

Otra vez más la pregunta viene a ser, cómo se ha permitido una vorágine de gasto desmesurado sin una conciencia colectiva de responsabilidad para con la sociedad. Es normal que el pueblo se eche a la calle una vez que se hacen públicas las cifras de quienes dicen velar por el resto de la sociedad. Siempre se ha dicho que, aun conociendo los desfases de una clase política sin sentido aparente hay que permanecer callados por la imposibilidad de actuación sobre dichos despilfarros

Es palpable el descontento y la reacción global por una acumulación de injusticias que antes o después han de ser erradicadas, aún siendo este un modo de reacción no del todo práctico. Estamos asistiendo a un período de cambio en el que antes o después todos debemos participar. No somos indignados sino conscientes de que el entorno macro y micro nos está dañando y como la situación no mejore seguiremos bajo el yugo de la democracia ficticia.