De acuerdo a varios indicadores, como el empleo, la producción, el déficit y el valor de las acciones, el historial económico del gobierno del presidente George W. Bush fue, en el mejor de los casos, mediocre.

Pero no en lo que se refiere a la productividad. En esta área, el historial de Bush fue estelar, al superar al de sus predecesores, incluidos Ronald Reagan y Bill Clinton, quienes presidieron durante largos períodos de auge económico.

En los 30 trimestres, hasta el tercer trimestre del 2008, en que Bush ocupó la presidencia de Estados Unidos, la productividad de las empresas no agrícolas creció a una tasa anual promedio del 2,6%. Esa tasa de crecimiento se compara con la del 2% de Clinton y del 1,6% de Reagan.

Además, los incrementos en la productividad durante esta década no pueden ser simplemente desestimados como una correlación de los aumentos durante el gobierno de Clinton, atribuidos al advenimiento de la Nueva Economía a fines de los 90. La productividad fue fuerte -en varios casos por encima del 4%- hasta entrado el 2005, lo que algunos economistas atribuyen a la aplicación de nuevas tecnologías en la economía, o el llamado efecto Wal-Mart.

Incluso en medio de lo que para varios expertos se trata de la peor crisis económica desde la Gran Depresión, la productividad se ha mantenido sorprendentemente resistente, al crecer a una tasa anual promedio del 2,5% durante los primeros tres trimestres del año.

Las cifras del cuarto trimestre serán publicadas el próximo mes. Pero el economista Chris Varvares, de Macroeconomic Advisers, espera que a pesar de la pronunciada caída en la tasa anual de producción de las empresas no agrícolas superior al 8%, la productividad permanecerá positiva debido a que las compañías fueron aún más agresivas en la reducción de horas trabajadas.

Por su puesto que existe un lado oscuro para la productividad. Hay una mayor probabilidad de que las compañías flexibles y eficientes se desprendan de empleados con rapidez en respuesta a una caída en la demanda -real o esperada- de lo que hubieran hecho en los 70 y los 80, cuando las empresas tendían a retener sus empleados con la esperanza de una recuperación final.

"Hoy en día, (las compañías) parecen anticipar una disminución en la producción y despiden trabajadores en forma anticipada", señaló Barry Bosworth, experto en productividad del Brookings Institution.

Eso podría mantener elevada la productividad, pero con un efecto humano muy diferente al de la productividad impulsada por la producción del tipo visto a fines de los 90, cuando las mejoras en la tecnología de la información produjeron nuevos sectores completos y oportunidades de empleo. El empleo creció en ese entonces, sólo no tan rápido como la producción. Los opuesto está ocurriendo ahora: la economía se está contrayendo, pero no tan rápido como el empleo.

Es difícil decir ahora qué tipo de senda en la productividad heredará el presidente electo, Barack Obama: los tipos de aumentos motivados por la tecnología en la que todo el mundo gana de la última década, o aquellos basados en dolorosos ajustes laborales como los que están ocurriendo en la actualidad. Puede que se observe un poco de ambos.

En cualquier caso, esto tal vez beneficie a Obama. Si las compañías reaccionan rápidamente mediante la eliminación de empleos, podría esperarse que estabilicen sus nóminas laborales y aumenten rápidamente las contrataciones de personal una vez que se recupere el nivel de producción.

Y si se trata de un fortalecimiento de una naturaleza más fundamental, podría resolver varios otros problemas económicos. Por ejemplo, un crecimiento rápido de la productividad facilita a las autoridades económicas buscar estímulos fiscales y monetarios sin tener que preocuparse por un brote de la inflación. Y facilitaría la transición demográfica de la generación de los "Baby Boomer" -personas nacidas entre 1946 y 1964- hacia la jubilación debido a que una menor fuerza laboral aún sería capaz de crear los bienes y servicios, y la base tributaria, para ayudar a mantener los programas de apoyo a los jubilados.

Claro que se podría afirmar que Bush no merece mucho reconocimiento por aumentos en la productividad que fueron logrados por el sector privado.

Sin embargo, de utilizar ese criterio, tampoco debería ser culpado necesariamente por el terrible historial del sector de los empleos de los últimos ocho años. Eso podría haber sido motivado en igual medida por una desaceleración o reversión de los cambios demográficos favorables previos -como la participación de la fuerza laboral femenina que aumentó el empleo en los años 80 y el tope de la participación de los "Baby Boomer" en los años 90- como por cualquier otro factor.

Ya sea justo o no, cuando se analice la historia económica del gobierno de Bush, serán las cifras las que narrarán una gran parte de la historia.

Y si ese es el caso, la productividad merece atención como un área positiva.

Brian Blackstone 
DOW JONES NEWSWIRES