En el mundo financiero post crisis de 2008, una constante es la volatilidad de los mercados. Periódicamente encontramos nuevos elementos que propician que los agentes económicos perciban condiciones de riesgo o cambiantes, que inciden de manera brusca en el movimiento de los flujos financieros; generando cambios muchas veces abruptos que afectan nuestras inversiones.

Ya sea por el contagio potencial de activos tóxicos como en su momento lo fueron los hipotecarios la incertidumbre fiscal en países que se extrapola a regiones completas, los cambios en políticas monetarias específicas (como el tapering en EE.UU.); los mercados (y los inversionistas que lo conforman) reaccionan generalmente de forma exagerada a previsiones de lo que estiman -con o sin fundamento- que puede cambiar el entrono

Este fenómeno se ha hecho además particularmente relevante a partir de la enorme interacción global que provoca que el comportamiento de las tasas en una economía pueden estar siendo influenciadas por noticias provenientes de regiones muy diversas, encontrando que con frecuencia varios de estos eventos apuntan hacia escenarios en ocasiones encontrados, lo que deriva en interpretaciones bastante subjetivas de los analistas que dan mayor o menor peso a uno u otro elemento, emitiendo con base en ellas recomendaciones o diagnósticos sobre el futuro inmediato de las variables económicas y financieras.

Pero el comportamiento de los inversionistas no es homogéneo. Pareciera que son diferentes los elementos que inciden dependiendo de varios factores, destacando particularmente el horizonte y objetivo de la inversión.

En el caso de inversiones patrimoniales de largo plazo, particularmente las relacionadas con el retiro, existe evidencia -como la que se desprende de una investigación realizada en 2010 por Stephen P. Utkus y Jean A. Young para The Vanguard Group, que los inversionistas no muestran cambios significativos en la frecuenca o composición de sus portafolios de inversión Una explicación conductural de ello puede estar relacionada con el hecho de que las personas tardamos en reaccionar ante elementos disruptivo cuando no entendemos cabalmente la amplitud de implicaciones que el nuevo escenario supone para nuestras inversiones. En muchos casos es probable que ante la excesiva información relacionada con las condiciones volátiles, las personas evitamos tomar decisiones.

Este comportamiento no es el mismo cuando se trata de inversiones de corte más especulativo o de menos plazo. Existen varios elementos presentes en la conducta de los inversionistas que generan efectos negativos en entornos volátiles.

Uno de estos elementos es la tendencia excesiva a poner atención en señales de un corto plazo que genera sobre reacciones o cammbios de posición que no responden a una auténtica lógica defensiva o de crecimiento de mediano plazo.

Otra de estas tendencias es la de adoptar posiciones amplias de liquidez que pretenden estar en mejores condiciones de aprovechar oportunidades de coyuntura, las cuales en la mayoría de los casos es poco frecuente que se obtengan; incurriendo además en venta de activos para alcanzar el nivel deseado de liquidez, cuya retención habría generado un mejor retorno en el mediano plazo.

Conductas como las antes señaladas provocan que muchos inversionistas adquieran activos cuando éstos están alcanzando sus niveles más altos de precio o que los vendan cuando se encuentran cerca de su precio más bajo, generando pérdidas patrimoniales de relevancia.

Este tipo de conductas se observan con frecuencia incluso en asesores de inversión cuando administran sus propios recursos.

El entendimiento cabal de estas tendencias puede ayudar a la creación y establecimiento de reglas autoimpuestas, que nos permitan crear candados a nuestra conducta antes de que las condiciones de volatilidad se presenten, generando respuestas automáticas predeterminadas que reduzcan el efecto negativo de nuestras emociones en las decisiones financieras.

El autor es politólogo, mercadólogo, especialista en economía conductual, profesor de la Facultad de Economía de la UNAM y Director General de Mexicana de Becas, Fondo de Ahorro Educativo.

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