La decisión de que los fondos de inversión estatales se destinasen al consumo interno, limitando las exportaciones, se interpretó como un paso hacia atrás en la senda reformista, desanimando a los inversores internacionales.

En los doce meses posteriores la elasticidad de los datos macro y la mayor comunicación del PBOC tranquilizaron a los mercados, que estaban inmersos en un contexto de tipos de interés negativos del Banco Central Europeo y el Banco de Japón. Se impusieron reducciones de producción en las plantas de carbón y acero que aumentó los precios de las materias primas, lo que se trasladó a un Índice de Precios del Productor (IPP) positivo en el mes de septiembre por primera vez desde 2012.
Beijing estaba preparado para utilizar más de 300.000 millones de dólares de sus reservas de divisas extranjeras en 2016 con el objetivo de compensar la debilidad del yuan, mostrándose prudente y apoyando la estabilidad interna ante acontecimientos externos como en Brexit o la elección de Trump.

La recuperación del pasado año aportó pruebas tangibles de crecimiento. En el Congreso del Partido Comunista Chino el Primer Ministro Li Keqiang presentó el informe anual sobre productividad del país, con un objetivo de crecimiento de “sobre el 6,5%” y la clara intención de mitigar los riesgos financieros. Se percibió un plan de crecimiento más realista aunque de menor calado que los presentados los dos anteriores años. A pesar de que el 6,5% representa el nivel mínimo necesario para mantener el objetivo de doblar el crecimiento económico en el periodo comprendido entre 2010 y 2020, parece ser que las prioridades del Gobierno han “virado” hacia mejor. Alcanzar el objetivo de crecimiento en 2021 será un acto enormemente simbólico, ya que coincidirá en el tiempo con la celebración del Centenario del Partido Comunista Chino.

Si nos fijamos en los principales indicadores es esperanzador comprobar cómo se ha recuperado el índice IPP. Tras su desplome a finales de 2015 el índice ha mejorado gradualmente, lo que tiene grandes implicaciones no sólo económicas, sino también políticas dadas las dificultades para continuar con el progreso apoyado en medidas complementarias. Si el IPP se apoya por encima del cero por un periodo extenso, sería un presagio positivo para los beneficios empresariales mediante la bajada de los costes reales de los servicios de deuda. Un entorno inflacionario también permite al PBOC salir de las políticas monetarias conservadoras hacia acciones más neutrales, manteniendo en el 12% el crecimiento del crédito. Esto complementa el objetivo del Primer Ministro Li de colocar el déficit fiscal del PIB en el 3% en 2017.

El optimismo depositado en el mercado de capital chino se sostiene sobre los datos macroeconómicos y las acertadas políticas que protegen al yuan. Los legisladores, por su parte, están apostando por incrementar la participación público-privada, beneficiando a las contratas, en pos del crecimiento. Las continuadas reformas complementarias también deberían ser positivas para el sector industrial una vez que la economía sea más dinámica.
La estabilidad en China también conlleva efectos indirectos para el resto de Asia, particularmente para las economías del Sudeste Asiático, India y los mercados ASEAN. La disposición de Beijing de potenciar el comercio multilateral potencia los lazos económicos y fomenta las inversiones internacionales. Un signo de esta política es el foro SINO, donde se discute sobre las disputas territoriales a cambio de incrementar el comercio y la cooperación, o el foro RCEP por el que 16 países han creado la iniciativa “One Belt, One road” en respuesta a la política bilateral de Estados Unidos en materia de comercio. La estabilidad china tiene el potencial de incrementar el dinamismo de la región, hecho importante en un contexto de inestabilidad mundial.


Christopher Chu
Analista de mercados asiáticos de Union Bancaire Privée (UBP)