Energía. Acuerdos de Paris 2020. Se buscan inversores.

 

Se llama Carbon Engineering y está situada en la Columbia Británica. La joven canadiense, de apenas nueve años, acaba de conseguir 68 millones de dólares para llevar al mercado su tecnología con la que asegura que puede capturar el dióxido de carbono del aire. Es la última desconocida que ha se ha ganado la atención de gigantes como el fondo de inversión minero BHP, Chevron Corp y Occidental Pertoleum. Para entonces, esta firma norteamericana ya había recaudado previamente 30 millones de dólares de patrocinadores, como el cofundador de Microsoft Bill Gates y el magnate canadiense de la energía Murray Edwards. “La gente reconoce que sí hay un costo de carbono para el planeta. Entonces, eliminarlo tiene un valor. Mi trabajo consiste en crear las herramientas que permitan al gobierno eliminar las emisiones y ayudar a cumplir con sus obligaciones del Acuerdo de París”, confesaba hace unas semanas su director ejecutivo, Steve Oldham.

El de esta empresa es solo uno de los múltiples ejemplos de transformación que está viviendo la industria energética y que Standard & Poors confirmaba,  en su informe del 19 de marzo. Según esta entidad, tras estudiar los balances a cierre de 2018 presentados por las principales agentes de petróleo y gas del mundo, los macrooperadores energéticos globales están desplegando más capital para fusiones, adquisiciones y la transición a un sistema de baja emisión de carbono. La agencia estima que Shell, junto con sus pares europeos como Total, BP, Equinor y Repsol liderarán la transición energética incrementando cada vez más la inversión en nuevas energías. En concreto, según sus datos, la compañía de hidrocarburos anglo-neerlandesa es actualmente la guía europea con un capex con amplio margen de maniobra, de entre 1.000 a 2.000 millones de dólares por año.

De esta manera, la lucha contra el cambio climático comprometida en la histórica Conferencia de París sobre el Clima (COP21), celebrada en diciembre de 2015 y firmada ya por 185 del total de 197 países, se ha convertido en el primer reto de la industria energética mundial. El acuerdo establece un plan de acción planetario que pone el límite del calentamiento global muy por debajo de 2ºC. Según la calculadora de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el coste de las medidas de adaptación y mitigación en el periodo de 2015 a 2020 para poder cumplir con los plazos supondrá 81.000 millones de dólares al año.

 

 

Por todo ello, Maria Jesús Báez, CFA, Miembro de CFA Society Spain y manager en Creara Energy Experts alerta que la financiación de la transición energética mundial será un elemento clave, “ya que requerirá un aumento significativo de financiación, con nuevos instrumentos financieros y enfoques para movilizar a inversores y lograr la escalabilidad de las inversiones. El cambio ya es evidente. Hacia 2050, se espera una transformación fundamental del sector: el reemplazo de gran parte de la energía generada por combustibles fósiles por energías renovables, con almacenamiento”.

La mitad del siglo parece clave para el macro sector, en plena transición de un modelo energético centralizado, en el que las grandes centrales térmicas ocupan el centro del sistema, a un modelo de generación descentralizada en el que el ombligo será el del consumidor. Será éste quien podrá tomar decisiones para gestionar su demanda de energía. “En cuanto a movilidad, en China uno de cada seis autobuses ya es eléctrico, y la generación de electricidad con energías renovables ya es competitiva en costes, que seguirán descendiendo. Al mismo tiempo, los importes de las baterías están disminuyendo abruptamente”, justifica Báez.

Y es que si hay alguna duda sobre la introducción del vehículo eléctrico en el sistema, más allá de los puntos de carga, es el del almacenamiento. A pesar de las inversiones del sector automovilístico, la capacidad de producción de baterías para cubrir la demanda preocupa a los fabricantes,  como confesaba este año Ralf Speth, CEO de Jaguar Land Rover o Ulrich Eichhorn, director de I+D del grupo Volkswagen, quien ya aseguraba en 2017 que “la industria necesitará añadir una capacidad de producción de baterías equivalente a 40 gigafactorias de Tesla”, algo que según las previsiones del propio fabricante no se conseguirá hasta dentro de 25 años. Pronósticos que están línea  con el mercado de vehículos eléctricos que se prevé aumente de los 830 millones de dólares en 2018 a los 11.6 mil millones en 2025, según los cálculos del último Global Market Insight.

Sin embargo, para otros, el almacenamiento de energía es una razón gigantesca para el optimismo inversor y la esperanza de que el viento y la energía solar puedan acelerar su crecimiento en los años venideros. El analista de TMFBlacknGold, Maxx Chatsko, defiende que en EEUU las baterías pueden utilizarse para ayudar a suavizar los perfiles de producción intermitente de las energías renovables modernas y pronto podrían ayudar a inclinar el cálculo económico para la nueva generación de energía, a favor de los proyectos eólicos y solares en más geografías. Los datos muestran que los mercados de almacenamiento de energía se están desarrollando prácticamente de la noche a la mañana.

Según Greentech Media, Estados Unidos instaló un récord de 311 megavatios de almacenamiento de energía en 2018, que debería duplicarse en 2019 y triplicarse en 2020. El aumento, según Chatsko, será impulsado por mayores inversiones de los servicios públicos. Por ejemplo, Xcel Energy quiere combinar 275 megavatios de almacenamiento de energía con 2.000 megavatios de proyectos eólicos y solares. Mientras tanto, el mercado de almacenamiento de energía residencial está empezando a dar señales de vida y nombres como Tesla y Enphase Energy están aumentando su oferta de productos de baterías de iones de litio para los propietarios de viviendas en 2019. Esta última espera lanzar su muy esperada línea de baterías residenciales a finales de este año.

A pesar de todo, el cambio actual no será fácil. Según Bloomberg New Energy Finance, la proporción de energía generada en el mundo por los combustibles fósiles (principalmente carbón y gas natural) se encuentra todavía en torno al 63%, la energía nuclear e hidroeléctrica de gran tamaño aporta un 26%, y las renovables (eólica y solar) producen el 10% restante.

 

 

En el punto de mira están los hidrocarburos, “que son los que más contaminan”, recuerda Jose Salmerón, Director General de AEQ energía (Grupo CIMD). En este sector no hay grandes cambios. El cártel de producción de petróleo, la OPEP, vigila de cerca la producción norteamericana y el avance en costes de extracción de los hidrocarburos no convencionales para intentar mantener los precios del barril sin perder demasiada cuota de mercado. Todo ello trufado con la inestabilidad política de Irán, Libia y Venezuela. Y es que, como reconoce el World Energy Outlook 2018 (WEO), elaborado por la Agencia Internacional de la Energía, y que examina los patrones futuros del sistema energético global, en todas las regiones y combustibles, las decisiones políticas tomadas por los gobiernos determinarán la forma del sistema energético del futuro.

Agencia Internacional de la Energía. WEO 2018 "Más del 70% de las inversiones mundiales en energía serán impulsadas por los gobiernos y, como tal, el mensaje es claro: el destino energético del mundo depende de las decisiones y políticas que tomen los gobiernos". World Energy Outlook 2018 WEO

En este sentido, el director de Próxima Energía y miembro de la Asociación de Productores de Energía Renovable, Jorge Morales, lo tiene claro. Hasta ahora la regulación ha sido uno de los principales frenos para la evolución del sistema. “Recordemos el impuesto al sol”, por ejemplo y el caso de las compañías como “Gamesa que, una vez comprada por Siemens, pierde la actividad en España. Consecuencia de las políticas energéticas”.

La variable normativa y voluntad política asusta al capital, que le cuesta asumir el riesgo en un mercado plagado de incertidumbres y contradicciones, y que dibuja un escenario, cuanto menos, pintoresco. Paradójico resulta ver a Alemania incumplir sus objetivos de reducción de emisiones y obligada a construir una notable potencia térmica de carbón, mientras cumple con la introducción de las energías renovables, cerrando sus centrales nucleares quizá antes de tiempo. Y todo ello, mientras Reino Unido se plantea cómo sustituir para 2035 los 15 reactores británicos en funcionamiento por 14Gw de nueva generación, y China se alinea con Europa en la lucha de la reducción de emisiones.

Pero sin duda alguna, el campanazo al sector lo dio el presidente Donald Trump al retirar a su país del compromiso adquirido con el planeta por su antecesor en la Casa Blanca, Barack Obama, y salirse del Acuerdo de París sin rasgarse las vestiduras. De nada sirvió la presión de Naciones Unidas o la Unión Europea, ni la opinión de gigantes como Exxon Mobil, General Electric o Chevron. Trump recordó que había sido votado por su programa y, amparándose en los “intereses nacionales”, de sus empresas y trabajadores, se descolgó del resto del mundo formando un insólito equipo de disidentes junto con Nicaragua y Siria.

 

 

“Es hora de poner a Youngstown, Detroit y Pittsburgh por delante de París”, decía en junio de 2018 Donald Trump vía tweet, mientras las petroleras norteamericanas conseguían, a golpe de fracking, sacar del subsuelo el crudo necesario para convertir a EEUU en el nuevo mayor productor de petróleo del mundo (seguido por Rusia y Arabia Saudita). En su último informe, la Administración de Información Energética de Estados Unidos (EIA) confirmó que el país había alcanzado la asombrosa cifra de 12,1 millones de barriles diarios en febrero con los que poder jugar con la OPEP en un tablero, animado por la volatilidad de los mercados y los tipos de cambio.

“¿Que el petróleo barato vía fracking puede ralentizar el desarrollo de las renovables? Sin duda. Pero no va a suponer un freno total a las renovables y hacer que el mercado se dé la vuelta”, sentencia Morales, que cree que “el debate no está en ver si las renovables son las ganadoras, que ya lo son, si no en si llegará el mundo a una economía climáticamente de impacto neutro en 2050.

En treinta y un años, desde ahora.