Érase una vez tres entidades bancarias que decidieron unir sus fuerzas para conquistar el corazón de la princesa de holanda, ABN Amro. Santander, Fortis y Royal Bank of Scotland, como se hacían llamar los audaces caballeros, sabían que el camino no era fácil pues ABN estaba “comprometida” con el británico Barclays. Aunque no era formal, la historia de amor dejaba fuera de juego al consorcio pues “se ajustaba al objetivo estratégico de ofrecer un valor significativo a sus accionistas” señaló ABN en su momento y sin ocultar su preferencia por la propuesta rival.Los tres caballeros se quedaron obnubilados con la diversificación que mostraba la princesa y pronto repartieron los terrenos en los que podrían ejercer sus dominios. Santander apostaba por ser una entidad de referencia en Europa de “banca retail y corporativa” asegura
Alberto Roldán, director el departamento de análisis de Inverseguros. Sin embargo, mientras la entidad que gestionaba Emilio Botín deseaba “centrarse en la banca retail” el resto de entidades se quedarían con “la parte corporativa que ofrecía ABN”.Desde el principio entró en juego “la amiga” de ABN, La Salle. La holandesa, que había pactado anteriormente que su compañera se fuera con Bank of América, sabía que esto podría ser motivo de disputa. Y así lo fue. Mientras que el consorcio elegía la opción de unir a las dos amigas, Barclays no estaba dispuesto a “aguantarla”. Finalmente, y contra el deseo del consorcio, La Salle acabó en manos de Bank of América. Unas batallas se ganan...
El consorcio, lejos de achantarse decidió jugar sus cartas con apuestas, y esta vez más elevadas. Si la “dote” que ofrecían por la princesa era mayor, cabía la posibilidad de que al menos se pensara esa posibilidad. Con esa opinión los tres bancos escribieron la cifra de 71.100 millones de euros en una factura y la remitieron a la princesa holandesa, a lo que Barclays respondió con una fortuna de 67.500 millones de euros.