Este descenso de los precios refleja contribuciones negativas por parte de las facturas de electricidad y gas, alimentos, restaurantes y ocio, que fueron parcialmente compensadas por el incremento interanual de los precios de transportes y ropa.

La inflación británica, que hasta ahora había resistido mejor que la de sus socios europeos, se situó nueve décimas por debajo del objetivo del Banco de Inglaterra, del 2%.