El agravamiento de la crisis europea exige el tratamiento de la cuestión del crecimiento

La situación europea es especialmente preocupante. En un universo desarrollado cada vez menos capaz de generar
crecimiento económico, los ataques de los mercados contra los países con los desfases presupuestarios más evidentes
no provocan más que políticas de rigor que refuerzan las tendencias recesivas. Ahora bien, cualquier intento de

gestionar el problema griego y luchar contra el contagio a otros países miembros será inútil si no se aplica
simultáneamente alguna medida ambiciosa que tenga por objetivo favorecer el crecimiento a corto plazo. Sin
crecimiento, la reabsorción del déficit y de la deuda pública es imposible. Europa está eligiendo la vía japonesa a la
hora de tratar el sobreendeudamiento, pero esta vía es suicida: sus exportaciones son insuficientes para compensar los
efectos negativos de las políticas de austeridad sobre la demanda interna y los impacientes acreedores extranjeros no
tienen ninguna intención de «darle tiempo al tiempo». Ahora bien, el debilitamiento de los bancos europeos,
estructuralmente vulnerables a una degradación de las condiciones de refinanciación (con una ratio créditos/depósitos
del 165%, frente al 81% de Estados Unidos), va a incentivarlos para presionar a los hogares y empresas para que
devuelvan también sus deudas. Teniendo en cuenta que la relación crédito bancario-PIB es del 164% en la zona del
euro, frente al 62% en los Estados Unidos, podemos calcular el riesgo que provoca esta aceleración de la reducción del
apalancamiento, que en el mejor de los casos una recapitalización bancaria forzada sólo podrá frenar.

El BCE debe llevar una política de tipos cero y tener como objetivo el debilitamiento del euro

Habida cuenta de las dificultades del aparato político europeo para aportar una solución creíble y rápida a los
problemas de los países periféricos, es el Banco Central quien debería tomar la iniciativa, de forma rápida y drástica,
orquestando simultáneamente una fuerte caída del euro y de los costes de refinanciación de los Estados debilitados.
Esto supondría unos tipos de referencia próximos a cero y compras de deuda pública de los países en peligro no
compensadas con nuevas emisiones (intervenciones no esterilizadas). El consiguiente debilitamiento del euro generaría
un aumento del crecimiento gracias a una mejor competitividad exportadora, y la liquidez inyectada en grandes
cantidades permitiría hacer frente a las presiones deflacionistas, es decir, daría lugar a un poco de inflación, lo que
reduciría el lastre de la deuda. Esta iniciativa del BCE es una necesidad absoluta pero Alemania la rechaza, incluso
cuando ya ha visto como sus perspectivas de crecimiento en 2012 caían del 1,9% a 1,2% entre agosto y septiembre.