¿Qué es el greenwashing y por qué debería importarnos?

El Greenwashing o lavado verde hizo su primer aparición en 1989 y fue señalado por Merriam-Webster. El mismo se utiliza para situar en el plató el desempeño sustentable de una firma porque en otros no le ha ido tan bien como esperaban, según Jeffrey Hales, presidente del SASB Standards Board que forma parte de la Value Reporting Foundation, en MarketWatch.

Pongamos un ejemplo, si invertimos en un escenario donde las ganancias a corto plazo son la única medida de éxito, el Greenwashing no tendría validez. Porque no hay responsabilidad directa sobre el impacto social y ambiental de la firma. Tampoco se tiene en cuenta que esto pudiera afectar al precio en el corto o largo plazo.

Pero cuando la administración de las ganancias lo es todo y la empresa es totalmente responsable de la misma, el lavado verde entra en acción.

Entonces utiliza aspectos relacionados al medio ambiente y como colabora en el mismo para tapar o distraer aquellas áreas donde la firma se encuentra más desafiada o son temas de extrema importancia para que aborde cuanto antes. En este último punto, el Greenwashing sería malo porque está evitando tomar acción en los problemas más importantes.

Si tiene éxito con este plan, la empresa desviará las miradas hacia aspectos más superfluos que lo que realmente le debería importar al inversor.

A medida que la empresa se vuelve más sostenible, más tentador es usar este lavado de cara ecológico.

En Value Reporting Foundation, que mantiene un conjunto de recursos relacionados con la sostenibilidad, incluidos los estándares SASB, creen en la priorización y la estandarización como herramientas para hacer que la divulgación sea más útil en la toma de decisiones. Estos temas y métricas le dan un valor de importancia a los aspectos que la empresa considera más relevante. Luego se le pregunta a la empresa cual o cuales quiere revelar, pero esto implica el riesgo de que solo hablen de aquello que es fácil de tratar y no en lo que realmente se debería ocupar.

Resumiendo, los estándares SASB abordan la intersección del desempeño de la sustentabilidad y el impacto financiero, pero no es una declaración de valores. Es un reconocimiento de que la influencia de los inversores, a través de decisiones de participación y asignación de capital, puede ser una herramienta eficaz, para compensar la presión tanto de cumplir con el rendimiento de las ganancias a corto plazo como de lucir ecológico por el mero hecho de ser ecológico. Pero es útil solo si se aplica en el largo plazo.

La creación de valor  no debe ser el único factor determinante, también una buena política pública, como un buen gobierno corporativo, requiere responsabilidad, incluida la medición y la notificación del comportamiento. Pero se miden de forma distinta. Es posible que se necesiten diferentes informes, diferentes medidas, un enfoque diferente, para informar las decisiones de política pública. Esto significa que no necesitan basarse en la creación de valor a largo plazo.

Si nos vamos a ámbitos sobre investigación, desarrollo, diversidad, equidad e inclusión si tienen impacto en la creación de valor y se manifiestan en diferentes formas y grados según cada industria. El inversor debería preocuparse pero no de forma genérica.

“Para las empresas de biotecnología, la I + D es fundamental. Pero muchas industrias no gastan nada en I + D. De manera similar, como estamos examinando en un proyecto sobre capital humano, las implicaciones de valor de DE&I probablemente estén vinculadas a las características de capital humano de las industrias, que pueden variar. Pero, como sociedad, podríamos decir que algunos aspectos de DE&I necesitan una transparencia generalizada porque reflejan el tipo de sociedad que queremos ser. En esos casos, los responsables de la formulación de políticas deberían intervenir y asegurarse de que exista la transparencia necesaria, independientemente de si los inversores verían el tema con la misma relevancia de valor, de la misma manera, en todas las industrias”, comenta Hales.

Las políticas públicas ponen más énfasis en las acciones de la empresa sobre el resto que en los impactos. Los formuladores de estas políticas deberían monitorear cuidadosamente cualquier acción que tenga efectos sobre el planeta o la sociedad. Particularmente, cuando estas tienen implicaciones pequeñas al corto plazo.

Resumiendo, centrarse en los riesgos y oportunidades que probablemente sean financieramente importantes no es una creencia que tenga un impacto en un asunto de la empresa y que los impactos de una empresa no lo hagan. Si no que revela que es útil cuando se busca desviar la atención. Por ello, para combatir el Greenwashing se debe priorizar y estandarizar la información.

El inversionista debe centrarse en aquello que es más relevante para su inversión, considerando los impactos potenciales provengan de la propia empresa, competencia o cambios en el medio ambiente ajenos a la firma.

“La fuente importa menos que el potencial cuando se piensa en qué impactos y dependencias los inversionistas necesitan mejor información. (Aunque la fuente del impacto tiene implicaciones sobre cómo la empresa podría tener en cuenta el riesgo o las oportunidades en su estrategia)”, señala Hales.

El miedo no es que haya incentivos en hacer Greenwashing, sino que esto no fuera cierto. Necesitamos un sistema de informes corporativos que funcione para satisfacer las necesidades de los mercados de capitales y la sociedad civil. Y entender que los mercados de capitales no pueden resolver todo. Algunos hechos externos que se valoran no influyen en la estrategia de la empresa. Si ese es el punto, cuando se apela para la creación de valor si debe  haber una intervención.

“Pero no olvidemos que estas son herramientas separadas, con necesidades de información separadas, para problemas distintos pero conectados. De lo contrario, corremos el riesgo de institucionalizar el lavado verde”, finaliza Hales.