La dimensión financiera del programa de estímulo de la Administración Biden “tendrá impactos significativos” sobre la economía estadounidense, porque su dotación, que alcanzará los 1,9 billones de dólares, que incluiría pagos directos a ciudadanos de 1.400 dólares per cápita, y 400 dólares para reforzar los beneficios por desempleo actuales y que facilitará la reapertura de colegios o la programación de vacaciones, impulsará el consumo y contribuirá a regenerar negocios como los de la restauración y los asociados al sector turístico. Toda una inyección de combustible que, a los ojos de David Kelly, estratega jefe global de JP Morgan, posibilitará que el PIB despegue a una velocidad inusitada. Su percepción es que concluya 2021 con un repunte del 11,4%. En su discurso de toma de posesión, Biden instó al Congreso a aprobar “lo más rápido posible” el plan que, en la valoración de Kelly, llegará a desplegar más de la mitad de sus recursos -en concreto, 1,2 billones- a lo largo de este año. Precisamente esta cifra es la base del análisis de simulación de JP Morgan, que también descarta que la tasa de paro descienda de nuevo por debajo del 5%, situándose en la escala del pleno empleo. En términos nominales, el PIB se elevará un 6,4% en comparación anual con 2020, constata el estudio del banco de inversión estadounidense.
La dimensión del programa de estímulo entusiasmó a los mercados de capital estadounidenses, si bien el dólar mostró su debilidad y retrocedió respecto a las principales divisas. La celeridad con la que la nueva secretaria del Tesoro, Janet Yellen, reclamó la urgente aprobación del rescate a la economía, su percepción de que EEUU mantendrá abiertas las hostilidades con China por sus “abusivas prácticas comerciales” y la incertidumbre sobre cómo encauzará Biden, con una larga trayectoria política en la Secretaría de Estado, la vuelta hacia el multilateralismo, han añadido dudas razonables sobre la fortaleza venidera del billete verde. También su mensaje de que sería preciso “restringir” las inversiones en criptomonedas que, en opinión de Yellen, debe acometerse desde la comunidad internacional para prevenir “fraudes” y evitar “su uso en actividades ilícitas”. Los espectaculares aumentos de rentabilidad del bitcoin y otras unidades monetarias blockchains han puesto en cuestión la hegemonía de las divisas físicas. Fenómeno al que los bancos centrales intentan poner coto con la emisión, a corto y medio plazo, de sus propias monedas digitales, a las que revestirán de sus controles, regulaciones y supervisión. Los valores bancarios han sido los que más se han beneficiado en los parqués bursátiles con la táctica desvelada por Yellen, que también pidió a la Reserva Federal, que presidió antes del mandato de Jerome Powell, esfuerzos “más decididos para devolver a la economía estadounidense” a la senda de la recuperación. Una alusión explícita al mantenimiento de los tipos de interés próximos a cero y a la prolongación de sus programas de estímulo monetarios -en especial, los de compra de activos- para garantizar que el grifo crediticio permanezca abierto para abastecer a empresas y hogares.
La economía de EEUU, que suscribió en el tercer trimestre del pasado año su mayor incremento anualizado desde los años cuarenta del pasado siglo, con un alza del 33,4%, apagó su vigor en el último tramo del ejercicio, como conviene en señalar el consenso del mercado, por la pérdida de fuelle del gasto de los hogares, que contabiliza alrededor de las dos terceras partes del PIB. Es el factor que Kelly prioriza al valorar el fulminante despegue de la actividad en 2021, con la ayuda inestimable del plan de rescate confeccionado por la Administración Biden y que Yellen, a tenor de sus palabras, promete seguir fielmente.
Jim Reid, analista de Deutsche Bank, enfatiza la urgencia de las medidas, ante una pandemia que “todavía es una enorme rémora para la actividad económica y a la que Biden ha situado como el desafío más mayúsculo de su mandato”. De ponerse en marcha de inmediato, sería balsámico para el sistema productivo y ganaría un tiempo valioso para operar en el orden mundial. Aunque también aportaría optimismo a los valores bursátiles, en especial, a los del sector financiero, al igual que a las firmas industriales, que reclaman una tregua duradera en el escenario comercial y comprobar que la batalla contra el coronavirus empieza a decantarse del lado sanitario.
A la generación del clima inversor y de los negocios adecuado también será sumamente esencial que Biden cumpla con su compromiso de acabar con la “incívica guerra” social desencadenada a lo largo de la presidencia de Donald Trump. “La confrontación nacional y la división política es el mayor obstáculo hacia la prosperidad del país”, admitió Biden durante su proclamación como nuevo inquilino de la Casa Blanca. En ausencia de Trump, al que, sin citarle, dirigió la mayor parte de su alocución, en la que apeló en varias ocasiones a la seguridad nacional. Alusiones que los mercados, pendientes de inestabilidades institucionales en cualquier lugar del planeta, fueron interpretadas como una apuesta por la seguridad jurídica de las empresas.
En su trayectoria inicial, Biden, a quien, en el plano exterior, los observadores internacionales le recomiendan “perfilar su estrategia multilateral” en los primeros 100 días de mandato, como lo hizo siendo vicepresidente, en tándem como Barack Obama, para disipar dudas y apuntalar sin ambages la hegemonía geopolítica y económica de EEUU. En este sentido, también ha mostrado el comienzo de una hoja de ruta que pasa por bloquear proyectos de construcción de oleoductos y gaseoductos y frenar el fracking, lo que llevará implícito el abandono del lobby petrolífero y el impulso de las energías renovables. Resulta significativo la paralización de los 9.000 millones de dólares del proyecto del oleoducto Keystone XL o la cancelación de compras del petróleo sucio canadiense. Mientras el complejo gasístico Mountain Valley -de 6.000 millones y 488 kilómetros- en Arizona descuenta una batería regulatoria para la extracción y la distribución de sus fuentes energéticas fósiles. Porque el dirigente demócrata ha devuelto a EEUU a los Acuerdos de París -además de a la OMS, otra señal del cambio de criterio en la gestión del Covid- así como la vuelta a la moratoria -rota por Trump por primera vez en la historia del país- para que las reservas de oro negro estadounidenses del Arctic National Wildlife Refuge de Alaska queden al margen de cualquier trabajo de exploración y prospección. El mercado, en este terreno, espera con no poca expectación los recursos que manejará el Green New Deal estadounidense, así como el destino de sus inversiones. Bajo la doble presidencia de Obama, EEUU había emprendido la cruzada para la reducción de las emisiones de CO2 en un 28% en 2025, tomando como base 2005, año en el que el sistema productivo americano emprendió los recortes de gases de efecto invernadero.