
La semana pasada los mercados respiraban con alivio traducidos en subidas con el nuevo acuerdo comercial entre USA y China. El presidente americano lucía triunfante asegurando que la reunión había sido un 12 sobre 10.
Mis “peros” a la reunión. El primero, como es evidente, es su carácter temporal y la fragilidad de la decisión de dos personas. Son dos personas poco dadas a la estabilidad institucional, sobre todo Trump. Si el propietario del piso en el que estás alquilado dice que, cada año, según vea, te cambiará las condiciones… como que no hace mucha gracia. Y para el comercio y muchas otras actividades, la estabilidad institucional y jurídica es clave. Pero es que, ni siquiera depende de acuerdos multilaterales, sino de dos personas. No se trata de un pacto entre países, sino entre dos señores.
Mi segundo pero es el nombre que se le ha dado. No es un tratado de libre comercio, no es una tregua, ni un tratado de paz. Ni siquiera es una hoja de ruta clara. En el mejor de los casos, lo denominaría pacto temporal de tregua parcial.
Esta tregua parcial consiste en que Estados Unidos recorta en 10 puntos porcentuales los aranceles a China. Esos que estuvieron en más del 140%, ahora se sitúan en un “modesto” 47% tras acordar reducirlos desde el 57%.
China, por su parte, se compromete a varias cosas. Y cuidado, ninguna de ellas es una rebaja arancelaria. Parecería que Trump ha perdido una batalla negociadora. Yo no lo creo y ahora lo explicaré, pero sigamos.
La primera a comprar más productos agrícolas americanos, especialmente soja. Nada del otro mundo, ya lo hacía antes de la guerra comercial. Y la segunda, y a mi juicio más importante, a incrementar la compra de energía desde Estados Unidos y a no imponer restricciones sobre tierras raras y otros materiales estratégicos como el litio.
Ya sé que no es para lanzar cohetes. En parte es volver un poco a la situación previa de las sanciones. Es como si el vecino deja de echarte basura en el jardín y tú dejas de demandarle con multas. Es una reversión de castigos cruzados. No es para lanzar campanas la vuelo, insisto, pero no creo que sea una mala noticia para nada.
La promesa china de comprar más soja y energía estadounidense ha sido presentada como un logro estratégico. Pero, seamos sinceros: China no está regalando nada. Solo vuelve a comprar soja a EE.UU. porque durante la guerra comercial optó por Brasil y Argentina, aunque a un coste mayor. Ahora, retoma esa relación por razones prácticas: lo necesita.
El tema energético ya es distinto. Vale que la economía china crece y necesita expandir su gasto en energía. Pero bien se la podía comprar a Rusia… Y no, lo va a hacer con Estados Unidos, con petróleo y gas desde Alaska.
Y esto es, precisamente, en donde creo que radica el mayor acierto de Trump. A lo tonto, pico pala y con negociaciones comerciales, se está asegurando inversiones de muchos países de cientos de billones de dólares para los próximos años. Un país que recibe inversiones de estas dimensiones es más complicado que tenga problemas serios de crecimiento o de empleo. No digo que no pueda tenerlos, digo que es más difícil. Y Trump puede ser un maleducado, puede no haberse educado en Versalles, pero al César lo que es del César. Ya me gustaría a mí que alguien de España consiguiese una décima parte de las inversiones que está consiguiendo Trump para su país en los próximos años.
En términos comerciales esto es un poco bluf. El comercio internacional necesita normas claras, no pulsos personales. Y las carteras bien diversificadas, como las buenas democracias, prefieren estabilidad institucional a fuegos de artificio. Eso lo sabemos. Pero no quería dejar de resaltar las inversiones que está consiguiendo Trump. Porque igual no es momentos de caídas en el mercado americano, sino todo lo contrario.

