Al contrario que Bitcoin o Ethereum, las CBDC estarán bajo el control de los bancos centrales y, por tanto, atadas a las políticas monetarias de toda la vida.
Según los bancos centrales y los gobiernos, las CBDC ofrecen una solución a la volatilidad de las criptomonedas. Sin embargo, las monedas digitales de banco central son más fáciles de controlar y, por tanto, son una herramienta para luchar contra Bitcoin.
Sin embargo, estas monedas digitales son contrarias al espíritu cripto; a diferencia de Bitcoin, su emisión está dominada por una entidad central, que también podrá limitar el acceso y la participación de los usuarios.
Esto se debe a que las transacciones tendrán lugar sobre un ledger distribuido, por lo que quedará constancia de cada una. Este método no permite el anonimato y choca frontalmente con lo que entendemos por criptomoneda.
Se trata de una grave violación del anonimato y la privacidad, ya que los gobiernos pueden facilitar la represión a oponentes políticos y activistas.
Aunque parezca ciencia ficción, algo salido de un capítulo de Black Mirror, lo cierto es que podría provocar situaciones de exclusiones. Por ejemplo, el gobierno podría impedir que uses el dinero en el transporte público, alejándote y limitando tu libertad de movimiento.
De esta forma, los ciudadanos deberán gastar sus yuanes digitales antes de cierta fecha o estos desaparecerán de sus billeteras.
Al programar el dinero para que desaparezca, los gobiernos pueden controlar el gasto de los ciudadanos y, lo más importante, el ahorro.
Al mismo tiempo, esto les permitiría controlar el gasto. Por ejemplo, bastaría con que el Banco Central Europeo amenazara a los ciudadanos con «quitarles el dinero de sus cuentas» para que la gente comience a gastarlo.
Básicamente, las CBDC podrían dar pie a una nueva política monetaria en la que el gobierno sería el propietario real de nuestro dinero y los derechos de propiedad del individuo quedarían sujetos al «bien público» y a la necesidad de «gestionar la economía nacional».