
En una España donde los jóvenes ven cada vez más lejos la posibilidad de tener una vivienda o un ahorro sólido, el diagnóstico del estudio es claro: falta capacidad de ahorro, formación financiera y visión a largo plazo. Entre los 18 y los 30 años, los sueldos iniciales no alcanzan para cubrir las necesidades básicas de independencia, mientras el precio de la vivienda —ya sea en compra o alquiler— absorbe gran parte de los ingresos.
Blanca lo resume sin rodeos: “Los jóvenes no están teniendo capacidad de ahorro porque los sueldos de inicio son muy bajos en relación con las necesidades que tienen para poderse independizar”. Un dato ilustra la magnitud del problema: la mediana de inversión neta de este grupo de edad apenas llega a los 5.000 euros, una cifra que refleja el bajo nivel de activos una vez descontadas las deudas.
Para Blanca, la solución comienza con algo que el sistema educativo español aún no ha interiorizado: la educación financiera. “La cultura financiera no está en el currículum educativo”, lamenta, y señala a los medios de comunicación como un vehículo esencial para fomentar una mentalidad de ahorro entre los jóvenes.
“La educación financiera no es ciencia nuclear; es asequible, pero hay que dedicarle tiempo”, afirma con convicción. En su opinión, todo empieza por un proceso de autoconocimiento: definir objetivos personales y profesionales, y entender cómo el dinero puede ayudar a alcanzarlos.
Ese cambio de mentalidad debe comenzar cuanto antes. “Si los jóvenes empiezan a ahorrar en la etapa en la que aún viven con sus padres —ese momento de oro—, el interés compuesto hace maravillas: genera rendimientos sobre los rendimientos y puede duplicar o triplicar el importe aportado a lo largo de una vida.”
La experta insiste en que no se trata de ahorrar por ahorrar, sino de invertir con propósito, adaptando el riesgo y los plazos a los objetivos: “No es lo mismo ahorrar para una jubilación a largo plazo que para comprar una vivienda en cinco años”.
El acceso a la vivienda se ha convertido en uno de los mayores retos para la generación joven. La percepción general es que solo heredando se puede llegar a ser propietario, pero Blanca no comparte esa visión. “Los jóvenes quizá van a tener que buscar fórmulas diferentes. A lo mejor no es en el barrio que te apetece o incluso en otra ciudad”, comenta.
Recuerda que esta frustración no es exclusiva de la juventud actual: “Nos está pasando a todos. Yo tampoco puedo vivir donde vivían mis padres”. La gran diferencia con el pasado está en el entorno financiero. Durante el boom inmobiliario, los bancos llegaron a conceder préstamos por encima del valor de tasación y existían deducciones fiscales en el IRPF. Hoy, la realidad es distinta: “El banco pide que demuestres capacidad financiera para devolver el dinero, y eso implica tener una entrada. Por tanto, el ahorro es ineludible”.
El debate sobre las condiciones de vida en España es recurrente. Algunos analistas sostienen que el país lleva “treinta años perdidos”, pero Blanca matiza. “En la historia de la humanidad, y de treinta años a esta parte, la calidad de vida y la situación de bienestar están en el mejor momento, incluso para los grupos más desfavorecidos.”
No obstante, reconoce que los jóvenes se enfrentan a rentas iniciales más bajas y a un mercado laboral con un modelo productivo demasiado dependiente del turismo. “Eso genera mucha estacionalidad y mucha precariedad laboral”, advierte. Por eso, considera que la solución pasa por un doble enfoque: políticas que aborden los problemas estructurales y una mayor acción individual. “Cada persona debe asumir cierta responsabilidad en mejorar su situación financiera”, afirma.
Más allá de los retos inmediatos, Blanca identifica un problema de fondo que condicionará el futuro económico del país: las pensiones. “Es el otro gran elefante del que se habla poco”, asegura. El sistema, recuerda, ya no se financia únicamente con las cotizaciones sociales, sino que depende cada vez más de los Presupuestos Generales del Estado, es decir, de los impuestos.
El desafío es global y tiene una raíz demográfica: la esperanza de vida aumenta, y con ella el gasto en sanidad, pensiones y dependencia. “Vamos a vivir muchos años, y algunos de ellos en situación de dependencia”, advierte.
Pese a la magnitud del reto, ve señales de cambio. “Se está tendiendo al cuidado domiciliario en lugar del institucionalizado, y la tecnología va a traer mucha innovación en ese sentido.” Su previsión, realista, pero sin dramatismo, resume bien el futuro que viene: “Una de las cosas que creo que va a pasar es que vamos a trabajar muchos más años”.
La conversación con Blanca deja un mensaje claro: la educación financiera no solo mejora la economía personal, sino que fortalece la resiliencia social. Aprender a gestionar el dinero, entender los riesgos y planificar el futuro no es un lujo, sino una necesidad. Porque, como ella recuerda, “empezar pronto marca la diferencia entre depender del sistema o construir tu propia libertad financiera”.

