La volatilidad es un segmento de nicho y difícil de gestionar debido a su complejidad intrínseca, aunque se ha tornado un tema de debate recurrente desde febrero de 2018 cuando el VIX, índice que cuantifica en tiempo real la expectativa de volatilidad futura del mercado en las plazas bursátiles estadounidenses,registró su mayor movimiento intradía hasta la fecha y se disparó algo más de un 110% hasta 50 puntos básicos. Posteriormente, el XIV (el índice inverso al VIX) se desplomó, dando al traste con posiciones cortas en volatilidad por un valor aproximado de 3.200 millones de USD, lo que derivó en pérdidas unos 2,6 billones de dólares en el S&P 500 (1 billón de los cuales se registraron en el mismo día en que el XIV implosionó). Los acontecimientos de febrero de 2018 nos recordaron que las fluctuaciones en esta «clase de activos» relativamente pequeña que es la volatilidad pueden afectar de manera tangible al conjunto de los mercados.

A día de hoy podría decirse que la volatilidad de la renta variable estadounidense continúa siendo relativamente baja. Para ponerlo en contexto, analicemos varios periodos en la evolución de la volatilidad. Con anterioridad a 2008 podemos definirlo como un contexto de volatilidad «normal», con cierta demanda de coberturas a cargo de los participantes del mercado, seguido de periodos de demanda de coberturas incluso superior. A continuación, desde 2012 hasta enero de 2018, hubo un entorno de volatilidad relativamente más moderada, pese a que, en tasa realizada, esta variable alcanzó su mínimo durante el verano de 2017.

Por nuestra parte, distinguiendo el conjunto de oportunidades de negociación y la realidad de los mercados, mantenemos nuestra asignación táctica a la volatilidad y nos ayudamos de varias herramientas para sacar partido de este segmento, principalmente a través de cuatro estilos: riesgo extremo, sesgo largo de volatilidad, valor relativo y sesgo corto de volatilidad.

La cobertura de riesgos extremos suele disminuir la theta y resulta difícil de gestionar en cuanto a plazos. Además, a lo largo de los años, hemos experimentado el lado negativo de estas estrategias y actualmente, por lo general, tratamos de evitarlas. Nosotros aconsejamos evitar en gran medida las posiciones cortas, pero ateniéndonos a análisis y a casos especiales en ocasiones pueden aplicarse en sesgos cortos temporales.

Puesto que existen muchos enfoques diferentes para exponerse a la volatilidad, vemos un creciente conjunto de oportunidades en la dispersión como estrategia. La dispersión busca sacar partido de las diferencias de valor relativo en las volatilidades implícitas mediante una posición corta en un índice y larga en una cesta de títulos que componen el índice. A causa de la demanda de coberturas, las opciones sobre índices tienden a negociarse con una prima de volatilidad implícita a realizar superior a las opciones sobre un único título. Por tanto, la correlación implícita también suele negociarse con prima respecto de la correlación realizada.

La dispersión suele funcionar bien en periodos de segmentación del mercado, cambios temporales en la correlación entre activos y noticias sobre títulos concretos. Generalmente, los entornos más propicios para la dispersión son los momentos en que la volatilidad aumenta y se mantiene elevada, como los años 1999, 2000, 2008 y el cuarto trimestre de 2018. Con respecto a 2018 concretamente, aunque la volatilidad fue superior a la de 2017, cabe destacar que la de 2018 continuaba situándose justo por debajo de la media a veinte años del VIX (antes de 2017 y excluyendo 2008).

En vista del desplome del XIV en febrero de 2018, los mercados bursátiles estadounidenses regresaron a un contexto de volatilidad más «normal» según los estándares históricos. Podría decirse, por ejemplo, que el XIV impuso un tope artificial a la volatilidad de la renta variable estadounidense. Además, aunque esta variable se ha visto limitada por lo general por los programas de relajación cuantitativa, el consenso del sector apunta hacia la continuidad de la tendencia alcista en la volatilidad con el factor implícito del debilitamiento de las medidas de los bancos centrales.