Buena parte de la teoría económica convencional parte de la premisa de que las personas utilizamos nuestro conocimiento y nuestras habilidades como información neutra, complementaria a la información que obtenemos del entorno, para analizar de forma racional las decisiones más adecuadas en favor de nuestro interés económico.
Ello implica que somos capaces de reconocer cuándo nuestra información y conocimiento nos ayuda tomar decisiones
y cuando carecemos de la información necesaria para un adecuado análisis del entorno, de las alternativas que enfrentamos y de las implicaciones concretas de nuestras decisiones financieras.
Existen muchos estudios - y evidencia cotidiana que constatamos - que muestran que las personas en realidad fallamos frecuentemente al evaluar nuestras propias capacidades y al medir nuestro potencial para entender el entorno y tomar las mejores decisiones.
En un documento de trabajo titulado “Manejando la autoconfianza: evidencia teórica y experimental”, los investigadores Markus M. Möbius, Muriel Niederle, Paul Niehaus, y Tanya S. Rosenblat, abordan desde una perspectiva teórica el cómo administrar de manera óptima la autoconfianza, sometiendo a prueba experimental estos conceptos para medir de manera puntual el fenómeno.
El estudio aborda un universo de personas con rangos variados de habilidad y capacidad real para la toma de decisiones, probándose mediante instrumentos concretos su nivel de información, IQ y capacidad de análisis para la toma de decisiones. En particular, se buscó analizar los procesos de decisión en entornos donde la retroalimentación sobre el resultado de sus decisiones era público y tenía por ello impacto sobre su nivel de autoconfianza y percepción de sus capacidades.
Entre las principales conclusiones de la investigación se destaca en primer lugar que las personas tienden asignar un sobrepeso a sus decisiones previas para determinar sus nuevas decisiones, pero sin importar los resultados específicos que en el pasado hayan obtenido en escenarios similares. Ello implica en los hechos que nuestra capacidad de aprendizaje respecto de experiencias pasadas es más limitada de lo que creemos.
Una segunda conclusión es que, en la evaluación de las propias competencias, las personas tendemos a evaluar de manera asimétrica la retroalimentación positiva y negativa (directa o indirecta) que recibimos; damos una mayor relevancia a la retroalimentación positiva respecto de nuestro desempeño y conocimiento, de la quedamos cuando recibimos una retroalimentación negativa. Por ello, cuando evaluamos el resultado es una decisión pasada tendemos a poner más atención a la crítica favorable que destaca como adecuada nuestra decisión y desoímos la crítica que apunta a que nuestra decisión fue equivocada, lo que disminuye el efecto de enseñanza que la retroalimentación o el análisis de los resultados obtenidos tienen para mejorar nuestras decisiones futuras.
Una tercera conclusión es que, con independencia de que demos más atención a la crítica positiva, las personas tendemos en los hechos a ser conservadores y estáticos en cuanto a la lógica de nuestros procesos de decisión y rutas de acción. En general respondemos poco a la retroalimentación (positiva o negativa) y mantenemos casi inalterada nuestra lógica de decisión en el tiempo.
Un hallazgo adicional de esta investigación es que las personas mostramos aversión a recibir información y retroalimentación que juzgue, valore o califique nuestro desempeño en la toma de decisiones; somos afectados en nuestro sentido de autovalía por la crítica y por ello preferimos evitarla; este efecto es más evidente y presente en las personas que muestran menores niveles de confianza en su propia habilidad y conocimiento que las personas que tienen un mayor nivel de confianza en sus habilidades y conocimiento, sin importar si esta autoconfianza está fundada en conocimientos y habilidades reales.
Tenemos una precondición que presenta limitaciones a nuestra adecuada toma de decisiones, derivada de los sesgos de percepción acerca de nuestra propia habilidad y capacidad. Entender la forma en la que estos sesgos operan puede ayudarnos, partiendo siempre de un ejercicio fundamentalmente autocrítico, a discernir realmente los alcances de nuestra capacidad de decisión, propiciando una mejora real de nuestras decisiones y específicamente de aquellas relacionadas con la adecuada administración de nuestras finanzas y patrimonio.
El autor es politólogo, mercadólogo, especialista en economía conductual, profesor de la Facultad de Economía de la UNAM y Director General de Mexicana de Becas, Fondo de Ahorro Educativo.
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