Por eso molestó tanto el pasado viernes en Wall Street que Eric Rosengren, presidente de la Fed de Boston y uno de los representantes del banco central con voto en las reuniones de política monetaria de la entidad, aludiera a los riesgos de retrasar las subidas de los tipos en EEUU. Este mensaje, pronunciado por uno de los denominados miembros blandos o 'paloma' de la Fed, cogió al mercado con el pie cambiado. Bajo la batuta de Janet Yellen, que ocupa la presidencia desde febrero de 2014, la Fed se ha confesado dependiente de los datos, y como los últimos habían salido peor de lo esperado, el mercado había deducido que la subida de los tipos en septiembre había pasado a la historia.
Pero no. Pese a que en agosto EEUU sólo generó 151.000 empleos, frente a los 180.000 previstos, y pese a que también en agosto el índice de actividad del sector servicios cayó hasta los 51,4 puntos, el dato más bajo desde 2010, Rosengren, una 'paloma', resucitó esa posibilidad. Y como otro de los miembros de la Fed con derecho a voto, el gobernador Daniel Tarullo, secundó su mensaje, Wall Street sufrió el viernes sus mayores caídas desde el Brexit. Y Europa dio continuidad a las ventas este lunes. En el caso del Ibex, se dejó un 1,8% y se apeó de los 9.000 puntos en la que fue su peor sesión desde comienzos de agosto. Y el índice VIX, interpretado como termómetro de la volatilidad y el nerviosismo en los mercados, ha salido de su letargo y ha llegado a subir más de un 50% entre el viernes y el martes para alcanzar los niveles más altos del verano por encima incluso de los 20 puntos.

¿EN QUÉ QUEDAMOS?
En medio de este tumulto, el lunes, ya con los mercados europeos cerrados, le tocó el turno a Lael Brainard, otra de las voces con voto en el seno del Comité Federal del Mercado Abierto (CFMA), el órgano de la Fed que establece la política monetaria en EEUU. Brainard es otra 'paloma', que es como se denomina a los banqueros centrales más proclives a bajar que a subir los tipos. Si Brainard se pasaba al bando de los 'halcones' -los que apoyan más subir los tipos que bajarlos- es que la posibilidad de elevar los intereses en septiembre iba muy en serio.
No fue así. Brainard no mudó su plumaje. Sigue siendo 'paloma'. Reivindicó que la Fed se mantenga "prudente" a la hora de retirar los estímulos. Wall Street respiró. Volvieron las compras. Y la probabilidad que da el mercado a la subida de los tipos en septiembre, que el viernes llegó a superar el 30%, se relajó hasta el 20%.
Problema resuelto, se podría pensar. Nada más lejos de la realidad. "Los mensajes mixtos han sido a menudo un problema para la Fed en el pasado", avisa Craig Erlam, analista senior del mercado de Oanda. "La Fed tiene una creciente confianza en la comunicación como herramienta monetaria, pero puede crear confusión dada la amplitud de puntos de vista", indican los expertos de Bank of America Merrill Lynch. Precisamente por eso, aconsejan quedarse con la voz que más manda, la de la presidenta Janet Yellen. Es lo que tiene esta especie de 'Gran Hermano monetario' en la que está derivando el deseo de los bancos centrales del siglo XXI de ser absolutamente transparentes y predecibles.
¿Y qué es lo último que ha dicho Yellen? Que las condiciones para subir los tipos "han crecido en los últimos meses" y que la "economía estadounidense cada vez está más cerca de cumplir los objetivos fijados en los estatutos de la Fed", consistentes en promover el mayor empleo posible y la estabilidad de los precios. Es decir, ha dado a entender que el encarecimiento del precio del dinero ya está en el horno.
A REBUFO... O POR DELANTE
Pero ahí radica el problema para Yellen y para la Fed. Que el mercado le ha 'cogido la matrícula'. Y asume que, puestos a equivocarse, Yellen y sus compañeros preferirán hacerlo pasándose con los estímulos que quedándose cortos. De ahí que en las últimas semanas no haya otorgado una probabilidad mayoritaria a una subida de los tipos en septiembre. Porque sabe que, en caso de que de verdad se produzca un aumento de los tipos, lo dejará para diciembre.
Es lo que tiene que la Fed haya acostumbrado al mercado a esa secuencia. Ocurrió en 2013, cuando el predecesor de Yellen, Ben Bernanke, preparó el camino para retirar los estímulos más excepcionales (QE3) en mayo y finalmente empezó a hacerlo en diciembre; y continuó en 2015, ya con Yellen al mando, porque tras casi un año telegrafiando un incremento en el precio del dinero, lo acabó dejando para diciembre. Y claro, el mercado espera lo mismo en 2016.
Para la Fed, la actitud del mercado representa una seria dificultad. Primero, porque no se cree las presuntas prisas de la Fed con los tipos y las interpreta como un farol; segundo, porque la comunicación, más que servir como herramienta monetaria, evidencia los complejos, los temores y las dudas de la Fed al pasar tantos meses desde que lanza los mensajes hasta que los secunda con hechos; y tercero, porque, al ser tan sensible a lo que opinan los mercados, la sensación es que no es la Fed la que manda, sino que es la que va a rebufo de unos inversores enganchados precisamente a las medidas expansivas de los bancos centrales.
El dilema para Yellen está servido. O prolonga esta situación, que pone en entredicho la credibilidad y la autoridad de la Fed en medio de la locuacidad de sus distintos componentes, o da un escarmiento a los inversores haciendo algo que el mercado no crea que se atreva a hacer. Como subir los tipos en septiembre.