La crisis de la deuda soberana está asentada sobre un peligroso cóctel de factores que se retroalimentan y que dificultan la salida del túnel: por un lado, la deuda acumulada a lo largo de décadas de excesivo gasto pesa como una losa, ya que es imposible amortizar esta deuda en el corto plazo y sólo cabe la posibilidad de ir refinanciándola a medida que llega a vencimiento; por otro lado, esta enorme bola de nieve se hace cada año más y más grande, ya que los estados europeos continúan generando importantes déficits presupuestarios como consecuencia de la grave crisis económica que estamos viviendo; finalmente, la sensación de pánico en los mercados hace que los intereses que deben abonar los estados en cada nueva emisión de deuda se disparen, con el consiguiente impacto negativo en los presupuestos públicos.

Todo ello impide a los gobiernos las tradicionales políticas fiscales expansivas y, por tanto, la imposibilidad de promover el crecimiento económico vía aumento del gasto. En cuanto a la política monetaria tradicional, existe un margen muy limitado, ya que los tipos de interés oficiales se encuentran en mínimos históricos, aunque caben medidas no convencionales de distinta índole.

El efecto contagio también está servido, ya que en estos momentos la crisis ya no afecta solamente a países como Italia o España, sino que otros como Bélgica o Francia están viendo subir sus primas de riesgo; incluso la mismísima Alemania empieza a detectar algunos problemas para colocar sus emisiones de deuda. Por tanto, los tradicionales mercados de deuda están dejando de funcionar adecuadamente y los estados cada vez se ven más ahogados por unos intereses excesivos.

La solución a este problema tendría que pasar por encontrar mecanismos que desempeñen, el tiempo que haga falta, el mismo papel que los mercados, facilitando la financiación necesaria al precio “adecuado”, siempre que los gobiernos hagan sus deberes y reduzcan sus déficits a mínimos. También se pueden utilizar mecanismos que ayuden a los mercados a funcionar de nuevo, como por ejemplo avales sobre la deuda. Algunas de estas medidas ya se están poniendo en marcha, como el fondo europeo de rescate, las recompras de deuda por parte del BCE o las líneas de financiación que acaba de poner a disposición el Fondo Monetario Internacional.

Lo que resulta claro es que estamos ante un problema global, que hoy afecta a Europa pero que rápidamente puede contagiarse a Estados Unidos y otros países. Por tanto, las soluciones han de tener el mismo perfil multilateral que las ya adoptadas e ir más allá: el BCE debería asumir sin complejos su papel de prestamista de último recurso y la Unión Europa debería plantearse seriamente la emisión de los famosos eurobonos, en el marco de la constitución de un verdadero gobierno económico europeo. Es comprensible que Alemania no desee pagar las consecuencias de la mala gestión que puedan haber hecho otros países en el pasado, pero su actitud reticente a poner en marcha algunas medidas necesarias puede pasar factura a toda la zona euro, incluida Alemania, que debería asumir consecuencias mucho peores.

En cuanto al euro, se habla con demasiada facilidad de su posible desaparición para volver a las divisas nacionales, o a un euro más reducido con menos países miembros. Es cierto que la falta de unidad política y fiscal en Europa es un obstáculo para la divisa común pero no es menos cierto que el euro continúa gozando una buena reputación y credibilidad en su conjunto, como demuestra tozudamente su cotización en los mercados de divisas. Por tanto, aunque los inversores tengan miedo a prestar dinero a algunos gobiernos europeos, lo cierto es que no tienen muchas divisas alternativas, más fuertes a las que acudir: el dólar tampoco está en su mejor momento debido a la fragilidad de la economía americana, el yen japonés no levanta cabeza y divisas consideradas refugio, como el franco suizo, seguramente se verían arrastradas ante un hipotético colapso del euro, debido a la gran interdependencia financiera de Suiza con otros países (no olvidemos, por ejemplo, como la crisis de la hipotecas subprime dejó tocadas a importantes entidades financieras suizas).

En definitiva, aunque la situación es muy compleja y se plantean diversos escenarios, creo que la crisis de la deuda se puede ir solucionando y que el euro va a sobrevivir, siempre que los gobernantes europeos tengan claro que tienen que reforzar la unidad política, económica y fiscal de Europa y se sigan desarrollando mecanismos de intervención multilaterales eficaces.