
La evolución bursátil de Almirall es una montaña rusa con tramos de vía crucis. La compañía farmacéutica, controlada históricamente por la familia Gallardo, nunca ha logrado superar de forma sostenida su precio de salida a Bolsa, fijado en 15,50 euros en junio de 2007. Hoy, casi dos décadas después, cotiza en torno a los 11euros, un 29% por debajo de ese nivel… y un 40% por debajo de los máximos que tocó fugazmente en 2015, hace exactamente 10 años, cuando se puso a 19 euros.

Y eso que en 2013 hubo un contrasplit, mediante el cual cada dos acciones antiguas pasaron a convertirse en una nueva, duplicando su precio de cotización de forma técnica. Pero el mercado no se dejó engañar: el valor no volvió a levantar el vuelo de manera sólida. El gráfico, cuando se analiza con frialdad, es tan elocuente como persistente. Desde 2008 hasta hoy, la cotización se mueve entre 8 y 15 euros como quien respira entre muros de cristal.
Es decir, siempre por debajo de los precios de salida, hace ya casi 20 años. Desde sus mínimos de 2023, de 7,5 euros, acumula un cierto rebote, pero con muchos dientes de sierra. Algo diluido en el tiempo, excesivamente dependiente de los resultados trimestrales. Demasiado mal, en definitiva, para una compañía con vocación de estrella dentro de las carteras value. Porque su rentabilidad por dividendo (recurrente, hay que resaltarlo), ha rondado el 2%, inferior a la media del sector farmacéutico.
Detrás de este errático comportamiento, pueden detectarse, al menos en parte, su cultura corporativa: empresa familiar, sólida en gestión, recurrencia en el dividendo (como ocurre siempre que coinciden gestión y capital), pero demasiado prudente en comunicación y seducción al mercado.
Por supuesto, además de ser poco dada a contar lo que no se le exige, la salida a Bolsa fue alta en precio (por tanto, baja en transparencia, pues sólo así puede entenderse que el mercado compre acciones caras). Ese es el punto de partida estructural que todavía late. Por cierto, algo parecido a lo ocurrido con Puig, que acumula más del un 30% negativo desde su colocación en mayo de 2024. Un desastre en toda regla.
Ahora, en pleno 2025, Almirall ha vuelto a presentar resultados del primer semestre. Lo ha hecho con una lectura dual: robustez interanual, pero ralentización trimestral. Las ventas netas crecieron un 12,7% en el conjunto del semestre (hasta 560,5 millones), y el EBITDA mejoró un 16,6%, hasta los 121,8 millones. Pero si uno mira el detalle, el segundo trimestre fue más discreto: el EBITDA cayó desde 70,9 a 50,9 millones, en parte por la desaparición de ingresos extraordinarios y un aumento de costes operativos.
El negocio de dermatología en Europa sigue siendo el principal motor del grupo, con dos productos que concentran la esperanza inversora: Ebglyss® (Lebrikizumab), que facturó 45 millones, cuadruplicando su dato interanual, e Ilumetri® (Tildrakizumab), con 113 millones (+12,7%). La inversión en I+D aumentó un 27%, lo que podría interpretarse como compromiso de futuro, pero también como presión a los márgenes actuales (representa ya el 12,8% de las ventas netas).
Aun así, el foco está en la capacidad de estabilizar el rendimiento operativo en el segundo semestre, sin depender de ingresos extraordinarios, y en si será capaz de alcanzar las previsiones anuales (crecimiento de entre el 10% y el 13% en ventas, y un EBITDA de entre 220 y 240 millones).
Porque al margen de los buenos trimestres, los productos estrella y las notas de prensa, el mercado lleva años respondiendo con una mezcla de indiferencia y cautela. Almirall es, sobre el papel, una compañía sólida. En Bolsa, no lo ha sido nunca. Estar un 40% por debajo de los máximos y por debajo de la salida en 2007 es una mala historia bursátil para una buena compañía.

