Los jefes de Estado, los presidentes y ministros del Gobierno o los líderes de la oposición acaparan la mayoría de los titulares de la prensa. Sus palabras tienen relevancia mediática y, a menudo, marcan el tono del debate político. Todo esto puede influir en la confianza del inversor y generar cambios a corto plazo. Sin embargo, para nosotros ni el tono ni las palabras son tangibles, siendo, a la postre, las iniciativas políticas –o la falta de ellas– lo que verdaderamente influye en la economía y los beneficios empresariales. Son las leyes y los reglamentos, no los discursos o el tono, los factores que, a nuestro juicio, motivan los movimientos de los mercados de renta variable.
Cuando Merkel anunció su decisión, la prensa económica empezó a preguntarse recurrentemente cómo afectaría su renuncia a las políticas alemana y europea. En nuestra opinión, este planteamiento sobrestima la importancia de cualquier personalidad política. En Alemania Merkel encabeza una variopinta coalición formada por su partido (la Unión Demócrata Cristiana o CDU), su partido hermano en Baviera (la Unión Social Cristiana de Baviera o CSU) y el Partido Socialdemócrata (SPD), de centro-izquierda. Las preferencias políticas del SPD tienen poco que ver con las de sus socios de centro-derecha y, además, la CDU y la CSU han protagonizado varios desencuentros recientemente. El resultado es que, hasta ahora, no ha habido mucha legislación nueva. A Merkel, a pesar de su prestigio internacional, le ha faltado durante años el capital político necesario para impulsar reformas importantes desde que su gestión de la crisis de los refugiados en 2015 redujera su popularidad entre sus socios de Gobierno. En pocas palabras, la parálisis del Parlamento y de sus instituciones políticas, que otorgan un poder muy limitado al Ejecutivo, tuvo mucha más influencia sobre la política que la propia Merkel.
En nuestra opinión, ocurre lo mismo en el ámbito internacional, por ejemplo, en la UE. Aunque a menudo se considere a Merkel como la líder de facto del bloque comunitario, en realidad no es así. Para que una reforma prospere es necesario contar con el consenso de los países y, además, muchas leyes de la UE requieren la ratificación parlamentaria en los estados miembros. Ello limita la influencia de cualquier político. En la prensa se suele defender la idea de que las luchas entre los líderes populistas y los tradicionales podrían acentuarse sin Merkel, pero la realidad es que nunca han bajado de intensidad. Los líderes de la UE están acostumbrados a pelearse en público desde siempre. Por ejemplo, cuando analizábamos las numerosas declaraciones de la Comisión durante la crisis de la deuda de la eurozona, advertimos que la mayor parte del tiempo este órgano de gobierno se limitaba a proponer parches, nunca una reforma de calado. En ellas se expresaba un compromiso de dejar los problemas más graves para más adelante. Los grandes temas, incluyendo si la eurozona debe converger hacia la unión fiscal, todavía están pendientes de resolución. Con o sin Merkel, dudamos que eso cambie mucho en el futuro próximo.
Los líderes pueden ser la cara pública de un Gobierno, pero lo que más pesa es la estructura institucional. ¿Es fácil sacar adelante nuevas leyes?, ¿los organismos no ejecutivos, como los tribunales o el banco central, son sólidos e independientes?, ¿el parlamento tiene una cámara o dos, es factible para un partido obtener la mayoría en ambas?, ¿Hacienda o el presidente del Gobierno tienen mucha o poca influencia sobre las políticas del banco central o este es independiente?, ¿se les concede a los tribunales la suficiente importancia e independencia para rechazar nuevas leyes inconstitucionales, incluso si son populares? Estas preguntas revelan todos los obstáculos a los que debe hacer frente el Gobierno. En general, creemos que los mercados prefieren más controles al poder, ya que estos construyen un muro de contención frente a políticas radicales o caprichosas.
Alemania dispone de muchos frenos institucionales y cuenta con un tribunal constitucional fuerte. Su política monetaria la dicta el Banco Central Europeo, así que la influencia del país germánico en sus resoluciones es mínima. Las leyes se aprueban por ambas cámaras del Parlamento, constituidas por diputados de numerosos partidos, limitando así las posibilidades de que un bloque acumule demasiado poder. En nuestra opinión, todos estos factores apuntan a que, después de Merkel, la estabilidad será la norma en la UE.
Al mismo tiempo, no creemos que nada de lo dicho deba servir de base para pronosticar el comportamiento del mercado bursátil en este momento. Todavía quedan tres años para que Merkel abandone la política y nuestra experiencia sugiere que los precios de las acciones generalmente no incorporan los acontecimientos a tan largo plazo. Lo principal es que su marcha no desencadenará un terremoto que pueda sacudir la economía alemana y europea ni alterará las fuerzas catalizadoras del mercado de valores. En nuestra opinión, otras variables políticas simplemente pesan mucho más.
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