Es cierto que las multas de la Unión Europea a Alphabet, Meta, Apple, Amazon, etc. son muy elevadas y todas han pasado por caja. Y no una vez, sino varias. Irónicamente, en algunos años, estas sanciones han generado más ingresos que los propios impuestos pagados por estas compañías en territorio europeo, según esta imagen.

Fuente: imagen de Internet que circula, sin conseguir determinar la fuente

Esto no es falso. Pero tampoco es del todo cierto el titular que sacan de esta imagen. Las multas del año pasado a las tecnológicas americanas han supuesto una recaudación para las arcas europeas de 3,8 billones de euros, mientras que la fiscalidad normal aplicada a las europeas ha supuesto 3,2 billones de euros. El problema es que no se tienen en cuenta todas las compañías europeas que se deberían contar. Faltan muchas. Entonces no es justo comparar estas dos columnas, cuando en la parte europea tendría que haber unas cuantas más.

Pero sí es verdad otra cosa. En EE.UU., el mercado premia la innovación. En Europa, la somete a regulación. Mientras en Silicon Valley se prototipa, en Bruselas se legisla. Esto sí tiene bastante de realidad. Por desgracia.

De hecho, no hay más que ver el tamaño de las mayores compañías del mundo.

Fuente: Carlos Arenas Laorga

No es casualidad que 20 de las 25 mayores empresas del planeta sean americanas, y que Europa se cuela en la lista con una sola compañía, y en la antepenúltima posición. La imagen es demoledora. Sobra talento y falta oxígeno. El problema no es que ellos vayan muy rápido, sino que aquí vamos con el freno de mano echado. Un freno llamado burocracia.

La libertad de empresa ha sido sustituida por un control paternalista que asfixia al emprendedor. El contraste no es solo cultural, sino estructural. En el índice de facilidad para hacer negocios, los países europeos más grandes —Francia, Italia, Alemania, España— no destacan precisamente por ser ágiles. Crear una empresa, contratar talento, conseguir financiación o lanzar un nuevo producto puede convertirse en un proceso kafkiano. Es muy posible que Jeff Bezos no pasara de vender libros en su barrio si fuese europeo.

La innovación necesita riesgo, libertad, y posibilidad de fracasar. Pero en Europa, el fracaso se castiga y el éxito se regula. Como dijo un emprendedor europeo exiliado en EE.UU., aquí si te va bien, en vez de darte una medalla, te cae una inspección.

La estructura impositiva europea, pensada para industrias del siglo XX, grava con dureza el trabajo y el capital, pero se muestra torpe con los intangibles. ¿Cómo tributan ingresos generados en la nube desde un servidor en Irlanda? La respuesta ha sido: multar cuando no se sabe cómo hacer tributar.

Miremos los datos: la capitalización bursátil de Apple supera a la de todas las empresas del Euro Stoxx 50 juntas. Microsoft vale más que toda la bolsa alemana. NVIDIA capitaliza más que Francia. No se trata de idealizar a los gigantes tecnológicos, pero sí de entender que el capital, el talento y la innovación tienen pasaporte. Y en este momento, prefieren el visado estadounidense.

Japón, que durante décadas fue símbolo de rigidez económica, ha entendido el mensaje y está haciendo reformas estructurales. India avanza con privatizaciones y liberalización de sectores clave. Mientras tanto, Europa se enreda en su laberinto regulatorio, protegiendo un status quo que ni protege ni prospera.

Bastiat, gran economista, diría que lo que se ve es la multa, lo que no se ve es la empresa que nunca nació. Europa se ha convertido en un continente donde es más fácil perseguir el éxito ajeno que fomentar el propio. Donde el control sustituye a la creatividad. Donde el miedo a lo nuevo paraliza cualquier disrupción.

Hace falta valentía política para desmontar la maraña burocrática que impide crecer, reducir una fiscalidad hostil a la inversión, y devolver al mercado su papel como asignador de recursos, no como sospechoso habitual. En resumen: dejar de multar al que innova y empezar a imitarle.

Como consumidores, como inversores y como ciudadanos, Europa no necesita más multas, necesita más empresas como las que multa. Y para eso, hay que hacer sitio: menos reglas inútiles, menos trabas absurdas, y más libertad para construir.

Al final, no se trata de ser como Estados Unidos. Se trata de dejar de ser el principal obstáculo de nosotros mismos.