Aunque el rey haya estado desnudo durante todo este tiempo, los banqueros centrales le seguían viendo no solo vestido sino también con un smoking en toda regla. La tan traída transitoriedad de la inflación que se ha venido postulando no se ha reconocido ni por parte del presidente de la FED Jerome Powell, hasta que no se ha trastocado en niveles máximos del 7% en Estados Unidos.
Para no hablar de situación coyuntural y estructural, el banquero central, en ese lenguaje propio tan diplomático de la institución monetaria, acuñó la “transitoriedad” como término medio entre una inflación en niveles estratosféricos y que todo lo toca, desde sueldos a costes empresariales hasta el mismo día a día de los ciudadanos, que ha venido para quedarse y agotar nuestro poder adquisitivo de forma cada vez más contundente, la forma estructural, y la relativa y coyuntural que se establece durante un periodo determinado para luego abandonarnos.
Sin embargo, el camino alcista del IPC es tan sostenido que no le quedó otro remedio, ante lo que iba a ser el inminente anuncio de subida de tipos, incluso más hawkish de lo que se esperaba, que reconocer su importancia y presencia sostenida en el tiempo para incluso, con las actas ahora de la última reunión en la mano, hacer que los analistas como Goldman Sachs, no vean solo una inminente subida de tipos en marzo, sino hasta cuatro solo en 2022, como también lo auguran desde JPMorgan y Deutsche Bank.
Pero en el BCE basta mirar la rueda de prensa de mediados de diciembre, la última sobre política monetaria en la institución, para comprobar el mismo discurso de siempre sobre la inflación: aunque elevaron hasta el 3,2% las previsiones para 2022 la letra y música era la misma. Que estaría por encima del 2% en este año pero que esperaban una reducción a lo largo del ejercicio tras normalizarse los patrones de consumo y las presiones en los precios derivados de los cuellos de botella del suministro mundial.
Y es que entonces se seguía pensando que en la Eurozona las presiones inflacionistas no eran un problema tan acuciante como en Estados Unidos y el Reino Unido como declaraba Philip Lane, el economista jefe del BCE.
Pero ahora tenemos ya los precios en el 5% y del 2,8% excluyendo la tan traída energía. Y es en este momento cuando empiezan a reconocer su impacto. Y por supuesto, ha empezado por donde siempre, por el Bundesbank. Su nuevo presidente Joachim Nagel ya alertaba en su toma de posesión sobre una inflación más elevada durante más tiempo de lo esperado. Y mientras, Christine Lagarde la presidenta del BCE para mantener el tipo acuñaba el “no nos tomamos esa preocupación a la ligera, sino muy seriamente, con el compromiso inquebrantable de la estabilidad de precios”. Ni más ni menos.
Declaraciones que ya se han convertido en mantra, porque tres días después de pronunciarlas en Frankfort lo hacía en París, el pasado viernes, indicando que se toma muy en serio la inflación, que espera vaya bajando a lo largo del año, sin salirse del guión. Y es que la creciente preocupación popular en los países ante el incremento del coste de la vida ha llegado a la alta torre del BCE, aunque mucho más tarde de lo esperado.
Mirada al suelo que, solo un día antes y en un coloquio organizado por UBS reconocía el número dos de la institución, el español y vicepresidente del BCE Luis de Guindos, indicando que quizás, en un claro reconocimiento, la inflación no sea tan transitoria, que no parece serlo, como se había previsto. No hay más que mirar en nuestros bolsillos.
Y todo para advertir sobre los denominados efectos de segunda ronda. Ya saben, como suben los precios advierten del peligro de elevar los sueldos en la misma cuantía y cronificar la situación sin que se corrijan a la baja. Porque de Guindos sigue convencido de que, aunque ahora los riesgos de inflación están sesgados al alza, a medio plazo, están equilibrados. Veremos si esa reacción tardía no tenemos que volver a pagarla más allá de la merma, importante ya, en nuestro poder adquisitivo.