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El sector energético afronta un desafío sin precedentes: evolucionar desde las fórmulas tradicionales hacia modelos que permitan reducir emisiones sin comprometer la seguridad del suministro ni la competitividad económica. Lejos de ser un obstáculo, este reto es una oportunidad para impulsar la innovación, integrar tecnologías limpias y desarrollar infraestructuras resilientes ante el cambio climático.

El camino hacia la descarbonización debe ser realista, alejado de dogmas y soluciones únicas. La clave está en la neutralidad tecnológica, que permite integrar alternativas sin desmantelar infraestructuras consolidadas. En este sentido, las energías y los gases renovables o el almacenamiento de energía deben converger para construir un sistema eficiente y diversificado. Solo así se podrá reducir la dependencia de una única fuente energética, mitigando los riesgos derivados de la volatilidad de los mercados y las tensiones geopolíticas.

Garantizar la seguridad de suministro es otro pilar fundamental en este proceso de transformación. Las recientes crisis energéticas han demostrado la vulnerabilidad del sistema ante factores externos como las fluctuaciones en los precios de combustibles o los conflictos internacionales. Para fortalecerlo, es imprescindible invertir en infraestructuras robustas, mejorar la capacidad de almacenamiento y aprovechar todas las tecnologías disponibles para la generación de electricidad. Además, los gases renovables, como el biometano, jugarán un papel clave en la descarbonización de sectores difíciles de electrificar. La digitalización y los sistemas inteligentes serán esenciales para anticipar y gestionar incidencias, asegurando un suministro continuo y fiable para consumidores e industrias.

El tercer gran desafío radica en equilibrar la transición hacia un modelo sostenible sin perder competitividad ni generar costes inasumibles. Las empresas deben garantizar precios asequibles mientras invierten en nuevas tecnologías e infraestructuras. Para lograrlo, la eficiencia energética, incentivos adecuados y una regulación inteligente deben trabajar en conjunto, convirtiendo la inversión en una palanca de creación de valor que atienda las necesidades de las personas y la sociedad.

Contribuir a la sostenibilidad en el sector energético requiere un compromiso a largo plazo, basado en la colaboración intersectorial y una visión pragmática y realista. Es fundamental evitar enfoques ideológicos que impongan restricciones injustificadas a determinadas tecnologías. Apostar por un equilibrio entre descarbonización, seguridad de suministro y competitividad es el camino para transformar el sector energético y consolidarlo como motor de crecimiento sostenible y resiliente, capaz de satisfacer las necesidades presentes sin comprometer el bienestar de las futuras generaciones.

Solo así podremos afrontar con éxito los retos mayúsculos a los que nos enfrentamos, asegurando que la protección del medio ambiente y el progreso económico sean aliados en la construcción de un futuro próspero y responsable para todos.