¿Cómo ha evolucionado el mercado de bonos verdes durante los últimos años?

Los bonos verdes son una clase de activo bastante nueva. Los temas relacionados con el cambio climático son cada día más universales, y considerados de importancia crucial. El sector financiero tiene un papel muy importante en cuanto a la sostenibilidad, de cara al futuro. Es importante, por tanto, que los recursos financieros vayan a la mejora de las condiciones climáticas, como el reciclaje, el tratamiento de residuos, las infraestructuras limpias o las energías renovables.

El mejor ejemplo de los instrumentos financieros que se han creado en este sentido son los bonos verdes. Al fin y al cabo, dan un retorno sobre el capital, ya que son una inversión, pero también aportan beneficios al planeta y la sociedad.

Los fondos verdes son bonos ordinarios, instrumentos clásicos, pero sus ingresos van concretamente a proyectos con impacto positivo en el medio ambiente. Es mas que un tema de marketing o algo de moda, se trata de una realidad, con una demanda cada vez más creciente, más regulación y más enfoque por parte de varios países. Las emisiones de bonos verdes no se limitan a países europeos, sino que hay países como China, Estados Unidos u otros países emergentes que se están iniciando cada vez más. Es un instrumento que ha adquirido mucha importancia después de la COP 21 en París, los grandes acuerdos del clima firmados en 2015.

Hay que tener en cuenta el crecimiento de la población, que implica que muchos mercados emergentes también vean mucho valor en los bonos verdes. Un ejemplo relativamente cercano a nosotros es Chile, el primer país de América Latina en emitir bonos verdes, por valor de 2.000 millones. 

La regulación es cada vez mayor, los inversores están cada vez más protegidos, y se está intentando crear un marco legislativo para su inversión. Como ejemplo, en julio de 2019, la Comisión Europea dio un paso muy importante para la creación de un estándar de bonos verdes.

Si miramos la historia, el primer fondo verde se inició en 2007, lo emitió el Banco Europeo de Inversiones por valor de 700 millones de euros. Es en 2013 cuando esta clase de activos empieza a despegar, porque ya pasamos los 10.000 millones de emisiones, que el año pasado llegaron a ser 500.000 millones. 2014 fue un año importante para la creación de unos estándares que recogen los principios de los bonos verdes y determinaban cómo podían ser utilizados los ingresos, y que fueron seguidos por casi todos los emisores.

Respecto a la calidad de las inversiones, no se trata de bonos de alto rendimiento, sino que casi todos tienen un grado de inversión apoyado por las emisiones de los propios gobiernos.

Tras el bono de 2019, con récord de 500.000 millones de euros, ¿qué se espera de cara a este ejercicio? ¿Han cambiado vuestras previsiones por el coronavirus?

Teníamos previsto unas emisiones para 2020 de aproximadamente 350.000 millones, una cifra sustanciosa. El virus ha cambiado esto, con lo que hemos visto más emisiones de bonos sociales, y menos de bonos verdes.

La urgencia del virus ha cambiado la visión, pero esto no quiere decir que los inversores hayan cambiado sus preferencias e intereses. De hecho, teniendo en cuenta que gran parte de las emisiones de bonos verdes son bonos corporativos, hay un apetito renovado por parte de las corporaciones, en parte provocado por la mejora de rendimiento como consecuencia del impacto del virus, pero también las políticas de los bancos centrales.

Mirando hacia el futuro, se busca cada vez más transparencia e innovación en las empresas. En general, éstas son precisamente las que emiten bonos verdes. Ahora bien, creemos que, a corto plazo, la crisis climática puede ser la próxima gran crisis tras esta sanitaria. Por ello, insistimos en que hay mucho valor en los bonos verdes y lo que representan, y que los inversores, cada vez más, van a buscar este tipo de inversión. En general, las empresas más enfocadas en temas ASG pueden hacer frente a los grandes desafíos que puede generar el cambio climático.

Si miramos por sectores, las aerolíneas o las compañías petrolíferas emiten pocos bonos verdes, y han sido dos de los sectores más impactados por la crisis. Otro ejemplo más concreto y cercano es Iberdrola, que en abril, en plena crisis del virus, emitió por 750 millones de euros para refinanciar proyectos en España, México o Reino Unido que tengan que ver con sus parques eólicos. De hecho, en 2020 prevé invertir 10.000 millones en nuevas instalaciones renovables. Vemos que, incluso en un contexto de crisis, muchas empresas están emitiendo bonos verdes.

Otros ejemplos menos recientes pero importantes de empresas españolas son Telefónica, Red Eléctrica o Adif. A nivel global, el mercado de bonos verdes ya supera el de bonos convertibles y el de bonos de alto rendimiento europeo.

Cada vez más países están emitiendo. Sabemos que Francia, Irlanda, Bélgica, Países Bajos o Alemania están emitiendo bonos verdes. Claramente hay, por parte de los estados, cada vez más emisiones para proyectos como éstos. Un factor importante, ya lo ha dicho la Unión Europea, es que quieren “aprovechar” esta crisis del virus para que haya más proyectos verdes, y que se dé un salto en esta dirección.

A corto plazo, hemos visto que hubo más emisiones hacia bonos sociales en contraste con los bonos verdes, pero esta senda se va a retomar muy claramente, porque es parte de los planes de la Unión Europea.

¿Son los bonos verdes más o menos rentables que los bonos tradicionales?

A nivel de rendimiento, los bonos verdes se emiten con menos cupones o tier más baja pero, por otro lado, hay que fijarse en la demanda y el interés que generan. Los bonos verdes tienen flujos cada vez mayores frente a los bonos tradicionales. Está claro que los tradicionales dominan, porque son mucho más amplios y establecidos, y todavía hay más emisiones, pero vemos un peso creciente de los bonos verdes.

Por tanto, es verdad que los rendimientos cuando se emiten los bonos verdes son más bajos, pero estamos hablando de una clase de activos con cada vez más demanda. Con lo cual, el atractivo existe. De nuevo, quiero mencionar los planes de recuperación para después del virus, que van a favorecer las emisiones verdes dentro de lo posible, ya que es una prioridad de la Unión Europea.     

Algo que destacar son los inversores privados. Por ejemplo, cada vez hay más aseguradoras interesadas en invertir en criterios ISR. Por otro lado, a nivel particular, invertir mirando hacia el futuro, hacia la educación de sus hijos, su jubilación, y saber que parte de sus inversiones van dirigidas a proyectos verdes, da mucha satisfacción. Estamos notando cómo cada vez hay más demanda de este tipo de productos, ya que ven que su dinero aporta algo positivo. Obviamente, los inversores quieren rentabilidad y ver los frutos de su inversión, pero más allá de la parte financiera está la parte del impacto positivo. Esto lo estamos viendo cada vez más por parte de los inversores privados y particulares.

¿Pueden los inversores minoristas acceder a este tipo de productos? ¿Sería conveniente hacerlo?

Nosotros creemos que sí, porque la demanda, la regulación, los Estados y las empresas están mirando hacia los bonos verdes y emitiendo más, e intentando favorecer su crecimiento. Por tanto, lo recomendamos, sin lugar a dudas, para un inversor minorista. Hay un puñado de fondos de inversión disponibles que se pueden comprar en las plataformas.

Nosotros en Eurizon tenemos uno. De hecho, es el más grande que existe en Europa, tiene 1.300 millones de patrimonio. Es un fondo que no llega a los dos años y medio, pero que ha tenido éxito en muchos países, con bancos privados como inversores institucionales.

Nosotros hacemos un informe de impacto cada seis meses, donde detallamos todo lo positivo que ha aportado el fondo. Por ejemplo, por cada millón invertido en el fondo podemos producir energía limpia que hemos estimado que corresponde al consumo total de 157 ciudadanos de la Unión Europea. Además, por cada millón se ahorran unos 100.000 litros de agua, lo que corresponde a unas 3.000 duchas. Si miramos la parte de producción de dióxido de carbono, importante para el calentamiento global, por cada millón invertido se ha reducido en 310 toneladas.

Puede que estas cifras no parezcan tan grandes, pero en el fondo tenemos 1.300 millones de euros. Si sumamos todos los fondos del mercado, y sabiendo que cada vez hay más productos e interés, las cifras se vuelven exponenciales.

Si miramos el impacto de lo que aporta nuestro fondo, el 44% va a energías renovables, el 22% a viviendas sostenibles y ecológicas, el 18% al transporte limpio, un 6% a eficiencia energética, etcétera. La parte bonita de este tipo de inversión es que hay un impacto positivo, ahorrando agua y reduciendo las emisiones de gases nocivos, se financian proyectos de energía limpia, para tener un impacto más sostenible en el planeta. Cuanto más inversiones en bonos verdes, mayor será el impacto.