Desde que el entonces primer ministro griego, Papandreu, torpedeara con su propuesta de referéndum el acuerdo logrado en la anterior cumbre europea del 27 de octubre, la situación de la Eurozona ha evolucionado sustancialmente:

1. Cada vez más gobiernos han avanzado y comprometido nuevos planes de ajuste para sus economías, entre ellos Grecia, Italia, Bélgica y España.

2. Hay un nuevo Presidente al frente del BCE que no ha dudado en romper amarras con la ortodoxia de su predecesor, como mostró con sus declaraciones y decisión de bajar tipos nada más tomar posesión del
 cargo. Y como dos dejó ver ayer con sus declaraciones y nueva rebaja de tipos está deseando ser todavía más activo.

3. El problema de la deuda soberana es ya un problema sistémico europeo y no está limitado a unos cuantos países díscolos, como ha mostrado la tarjeta amarilla generalizada de S&P. Todos los países de la Eurozona están ahora más que nunca en el mismo barco.

4. La recesión en la Eurozona es ya una realidad, la única duda ahora es como de profunda será y cuanto tiempo durará.

5. El crédito mayorista y financiación interbancaria ha empeorado hasta niveles que comprometen seriamente la economía real, hasta el punto que los principales bancos centrales han tenido que intervenir para evitar un desplome global al estilo Lehman. Este problema es el primero en la lista de tareas de las autoridades monetarias y la prioridad actual del BCE.

Con este panorama no hay espacio para esperar y dejar que el equilibrio de las cuentas públicas y las reformas estructurales vayan dejando que la situación se calme por sí sola. Ahora más que nunca los líderes europeos deben trabajar a fondo en un acuerdo que resuelva los problemas estructurales y de asimetrías en la Union Europea, pero que además den garantías al BCE para poder dar un paso al frente y ejercer un mayor papel en esta crisis. De la luz verde a dicha intervención depende el próximo futuro económico de Europa.

Sin embargo pensamos que la principal lectura tras la reunión del BCE ayer y las declaraciones a lo largo de la semana por parte de los líderes europeos es que nunca antes desde la creación de la Eurozona se han dado unas condiciones más propicias que las actuales para la necesaria cooperación entre los Estados y el Banco Central Europeo, una colaboración en la que sin embargo el producto sí que depende del orden de los factores, como dejó claro Mario Draghi al insistir en el espíritu de los tratados fundacionales de la Unión Europea.

Sobre el papel resulta sencillo. Primero los estados deben explicar y fijar de manera creíble el modo en el que van a sanear sus finanzas públicas, algo en lo que se está trabajando de acuerdo al itinerario franco alemán que hoy se discute en la cumbre. Y a continuación, y solamente una vez resuelto el paso anterior por los gobiernos, el BCE
podrá jugar su papel tanto por los medios tradicionales que ya está poniendo en marcha como hacía ayer (rebajas de tipos de interés, apoyo al sector bancario) como por otros medios menos ortodoxos todavía por explorar (en último término apoyo a los gobiernos). A todos, gobiernos y BCE, interesa lograr el resultado final: la ansiada estabilidad financiera.

En cuanto a los mecanismos de supervisión y sanción por los incumplimientos, que es una de las exigencias de Alemania y los países de su órbita más debatidas y comentadas, no es una idea nueva, puesto que ya aparecía recogida en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento que se incorporaba al Tratado de Amsterdam de 1997, incumplido por cierto por Alemania... La diferencia más importante en este ámbito es que entonces las sanciones eran discrecionales y fácilmente soslayables o bloqueadas por los gobiernos europeos, mientras que ahora se impondrán de manera automática por el Tribunal Europeo de Justicia.

Una vez se hayan satisfecho de este modo las demandas de Alemania, podemos esperar por lo tanto que a la prudencia y relativa distancia mostrada hasta ahora por parte del BCE, siga una nueva etapa en la que no se cierra ninguna puerta y se exploran alternativas para transferir ayuda a los estados que la necesiten.

De no ser así y no alcanzarse un acuerdo, los mercados de bonos se cerrarían para los países en posición más frágil y el BCE volvería a devolver jarros de agua fría ante las peticiones de intervención no convencional, de modo que aquellos socios de la Eurozona que tienen vencimientos importantes de deuda en enero (Italia) y marzo (España) se enfrentarían al consiguiente riesgo de un hasta hace poco impensable default.

Sin embargo es momento de ser optimistas. Del resultado de la reunión mantenida por Merkel y Sarkozy a principios de semana se deduce que hay voluntad política y deseo de alcanzar compromisos con concesiones por ambas partes, suficientes al menos para sacar adelante una hoja de ruta que, aunque lenta y repleta de burocracia, sea suficiente para que durante el camino y ejecución de la misma, BCE y otras instancias internacionales como el FMI, guarden las espaldas de la Eurozona y le aseguren una posición financiera relativamente cómoda.

Por lo demás, esta jornada clave trae también un amplio surtido de datos macro (PIB de Japón, IPC y balanza comercial de Alemania, producción industrial en Francia, PPI en Reino Unido, balanza comercial y confianza del consumidor en Estados Unidos) y algunos resultados interesantes como los de Club Méditerrané.