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La volatilidad protagoniza las noticias financieras cuando las acciones caen, pero son las grandes oscilaciones al alza y a la baja las que definen esta situación de mercado. Sin duda puede resultar difícil de tolerar ver cómo, en cuestión de días, el capital que se está ahorrando e invirtiendo, por ejemplo, de cara a la jubilación pierde considerablemente su valor. Sin embargo, la volatilidad no es tan destructiva para el patrimonio como lo suele ser la toma reactiva de decisiones de inversión en momentos de caída.
Precisamente por ello hay inversores que no se sienten cómodos con la volatilidad del mercado y prefieren invertir en activos menos volátiles como la renta fija y el efectivo. Pero es importante comprender la correlación entre riesgo y beneficio antes de realizar el cambio de renta variable a estas clases de activos. Aunque la renta fija y el efectivo son útiles en determinados momentos, la renta variable puede ser una buena opción si uno busca un crecimiento durante un periodo prolongado pues, por lo general, se revaloriza al considerar periodos más largos.
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La volatilidad puede resultar difícil de gestionar debido a que hay ciertos sesgos y errores cognitivos que podrían llevar al inversor a tomar malas decisiones. Cuando el mercado se contrae un par de días consecutivos y el inversor tiene el impulso de reaccionar -psicológicamente nos incomoda más la pérdida de valor- puede vender su inversión en el momento equivocado. Sin embargo, este deseo apresurado de protegerse puede salir caro. La clave en esos momentos, con el fin de mantener el objetivo a largo plazo, es reevaluar las condiciones del mercado. ¿Cómo? Considerando si ha cambiado algo realmente o si la inquietud es exagerada. Si no se encuentra una razón fundamental, es probable que sea más conveniente mantener la asignación de la cartera.
Por otro lado, algunos inversores suponen que, dado que la bolsa históricamente ha registrado un promedio de rentabilidad superior al 8,6%, pueden retirar un 8,6% sin que ello afecte a su cuenta. Sin embargo, las retiradas durante una caída pueden reducir de forma sustancial la probabilidad de conservar su capital. Por ejemplo, si una persona con una cartera de 100.000 euros que cae un 20% en un año, hasta los 80.000 euros y, pese a todo, decide retirar el 8,6% del valor de la cartera tras la caída (6.880 euros), después necesitará una ganancia del 36,8% para recuperar su inversión inicial. Por tanto, es recomendable limitar las retiradas cuando los mercados estén en descenso, con el fin de aumentar la longevidad de su cartera.
¿Se puede pagar el precio emocional que impone el mercado? La triste realidad es que no todos los inversores son capaces de soportar la volatilidad del mercado por lo que es conveniente trabajar con un asesor que le aconseje y guíe en su planificación e inversión. En pocas palabras, no es la volatilidad la que le impide a los inversores alcanzar sus objetivos sino su reacción precipitada ante la misma. Entender las claves para afrontarla y comprender cómo afecta a su cartera es crucial.
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Invertir en los mercados implica un riesgo de pérdida y no existe garantía de que todo o parte del capital invertido sea reembolsado. Rendimientos pasados no garantizan ni predicen de manera fiable rendimientos futuros. El valor de las inversiones y los ingresos procedentes de las mismas están sometidos a la fluctuación de los mercados bursátiles mundiales y de los tipos de cambio internacionales.
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