
El barril de Brent se ha disparado algo más de un 16% en apenas 10 días (aunque no olvidemos que en el mes anterior había caído un 12%) y las bolsas, como en un reflejo automático que tienen siempre ante el ruido, se tiñeron de rojo. ¿Estamos ante un episodio puntual o el inicio de una tendencia que podría reavivar la inflación justo cuando creíamos haberla domado?
Cada vez que los tambores de guerra suenan en Oriente Medio, los mercados energéticos reaccionan. Siempre ha sido así. El recuerdo de conflictos pasados —como los ataques a instalaciones de Arabia Saudí o las tensiones en el estrecho de Ormuz— está fresco en la memoria de los inversores. Este último evento no fue la excepción: el precio del petróleo reaccionó al alza en cuestión de horas. Sin embargo, al igual que sucede con las emociones humanas, ese impulso inicial suele moderarse. Recordemos que, en el corto plazo prima el ruido y la sobre reacción, pero en el medio y el largo, los fundamentales. Y eso es precisamente lo que vimos: tras el pico, el precio comenzó a estabilizarse.

Fuente: Carlos Arenas Laorga
Porque, a pesar del ruido, las infraestructuras petroleras no se han visto afectadas. Ni Irán ha cerrado el estrecho de Ormuz —por donde pasa alrededor del 20% del petróleo mundial—, ni se han registrado ataques directos a instalaciones energéticas. Además, actores esenciales como Arabia Saudí y Emiratos Árabes han manifestado su deseo de contener las tensiones.
La relación entre el petróleo y la inflación core —la que excluye energía y alimentos— es menor. Cada subida del 10% en el precio del petróleo añade apenas un 0,1% a esa inflación subyacente. Es decir, no sería el fin del mundo... siempre que la situación no escale.
Aun así, siempre hay un temor, claro. Porque un repunte del petróleo podría hacer dudar a la Fed. ¿Estamos ante un nuevo cisne negro o ante un pato cojo? Si Israel atacase las infraestructuras petroleras iraníes estaríamos ante un episodio más grave. Estas generan el 3,5% del suministro global de petróleo.
Esperemos, por evitar muertes, el primer y peor drama; y por no jugar con el crecimiento económico, que sea más un pequeño tropezón de malentendidos.
La cifra del 3,5% no es despreciable, pero tampoco es insustituible (Irán exporta actualmente entre 1,6 y 1,7 millones de barriles de petróleo al día, en gran parte a refinerías privadas de China). Si las tensiones escalaran hasta afectar sus exportaciones, podría haber un impacto a corto plazo. Sin embargo, no olvidemos que el mercado global actual presenta un excedente de crudo, lo cual actúa como colchón ante interrupciones puntuales (la OPEP aún dispone de unos 5 millones de barriles diarios de capacidad excedentaria).
Además, atacar las infraestructuras petroleras no parece estar en la agenda inmediata de Israel, cuyo objetivo declarado es el programa nuclear iraní. Por lo tanto, aunque el petróleo se pone nervioso con facilidad, las probabilidades de un bloqueo prolongado en el suministro siguen siendo bajas.
Los mercados financieros son un poco como los adolescentes, que se alteran con rapidez ante cualquier estímulo. Pero luego se suelen tranquilizar. Lo hemos visto muchas veces. La capacidad de estos hechos para generar presiones inflacionistas estructurales es limitada, salvo que la situación se descontrole. Algo poco probable si actores regionales e internacionales actúan como freno. Esperemos.
Para el inversor, el mensaje es claro. El de siempre. No tomar decisiones impulsivas. Ni correr a por petróleo como si se fuera a acabar mañana, ni salir de renta variable por miedo a un Armagedón que probablemente no llegará. Diversificación, visión de largo plazo y cabeza fría: tres ingredientes que, una vez más, son la mejor receta ante el ruido del mercado.

