Los países desarrollados se enfrentan al riesgo de «japonización»

Ante el problema del sobreendeudamiento público, el crecimiento de los países desarrollados corre el riesgo de verse debilitado de forma permanente por las presiones recesivas surgidas de la reducción del endeudamiento, como le ocurrió al crecimiento de la economía japonesa tras el estallido de su crisis crediticia a principios de los años 90. Las políticas de austeridad que se han puesto en marcha o que simplemente han sido aconsejadas hacen que el riesgo de una «japonización» de las economías desarrolladas sea cada vez más importante. Ante un clima deflacionista persistente, la vuelta al rigor presupuestario es, efectivamente, problemática. Unas medidas de austeridad prematuras podrían provocar efectos recesivos sobre el crecimiento, haciendo que sea cada vez más difícil la absorción de los déficits públicos. 

La falta de decisión de las autoridades europeas agrava la crisis y produce efectos de contagio

En Europa, donde el riesgo de espiral deflacionista para algunos estados miembros es especialmente elevado, el FMI y los países más virtuosos de la zona imponen un rigor presupuestario suicida a los países sin crecimiento, mientras que el BCE redobla la presión con sus subidas de los tipos de referencia. El ejemplo japonés constituye, por tanto, una demostración palpable de los peligros de esta política. La imposibilidad de los países debilitados de devaluar sus monedas no les deja otra opción que la reestructuración de sus deudas —de la forma más organizada posible—, acompañada de duras medidas que mejoren su competitividad económica. Los repetidos ataques por parte de los mercados lo evidencian, pero la resistencia dogmática del BCE hace que cada día que pasa el inevitable ajuste sea cada vez más difícil y costoso para los países periféricos. Además, produce un temible riesgo de contagio a España, Italia y, quizás mañana, a Francia. 

El aplazamiento de la inevitable reestructuración de la deuda griega pesa sobre el crédito de los estados europeos

Por una vez y sin que sirva de precedente, las perspectivas de evolución de los tipos en Europa corren el riesgo de alejarse de las de los Estados Unidos. La ralentización coyuntural al otro lado del Atlántico influye en nuestras economías con el retraso habitual de 3 a 6 meses, reduciendo así el potencial de recuperación de los tipos largos. En la parte corta de la curva de tipos, la creciente debilitación de los países europeos «periféricos» exige a la dirección del Banco Central Europeo una política monetaria menos intransigente, lo que en nuestra opinión reduce la probabilidad de una nueva subida de los tipos de referencia de aquí a finales de año. Por el contrario, el desastroso aplazamiento de la inevitable reestructuración de la deuda griega pesará sobre el crédito del conjunto de países europeos. El deber de asistencia a una creciente lista de países debilitados —la salvación del euro obliga— pesará sobre el balance de los emisores de deuda pública calificada AAA.

La ralentización económica en Estados Unidos será más persistente de lo previsto por el mercado/consenso

En Estados Unidos, la ralentización que ha comenzado durante el segundo trimestre se percibe aún de forma generalizada como una pausa en medio del ciclo provocada por una liquidación de inventarios normal en esta fase y por factores exógenos temporales. A pesar de que consideramos factible la mejora de los datos macroeconómicos en los próximos meses como consecuencia de la caída del precio del petróleo y los efectos positivos para la producción derivados del restablecimiento de la cadena de suministro japonesa, creemos que este rebote será de corta duración debido, al menos, a tres razones. La primera es que los indicadores adelantados del crecimiento estadounidense se han debilitado demasiado estos últimos meses como para no indicar más que una inflexión del ciclo ligera y pasajera. La segunda es que determinadas variables que contribuyen al crecimiento actual están ya en su máximo de contribución posible. Así, las ventas minoristas difícilmente pueden seguir creciendo a un ritmo del 7,5% al año. El tercer motivo de nuestro escepticismo, y el más importante, se refiere a la persistencia de los efectos deflacionistas de la reducción del endeudamiento de la economía, que llevan a las empresas a asumir un riesgo mínimo y que se traduce más claramente en la persistente debilidad del mercado laboral estadounidense, la cual contribuye a la reducción del potencial de la demanda interna y a la prolongación del marasmo inmobiliario.

De nuevo, el universo emergente podrá ofrecer un contrapeso a los problemas del universo desarrollado

Si bien reconocemos haber sido demasiado optimistas a lo largo del trimestre que termina respecto a los plazos de caída de la inflación, vemos con convicción el fin inminente del endurecimiento monetario en China, donde la inflación debería tocar techo en los dos próximos meses. El consiguiente fin del endurecimiento monetario ofrecerá un potente contrapeso al crecimiento mundial frente a la previsible debilidad de las economías avanzadas. Este crecimiento, que auguramos vigoroso, permitirá abordar el endeudamiento de las regiones como permitió, hace algunos años, abordar el problema de los créditos dudosos de los bancos. Si el universo emergente fuera capaz de orientar su crecimiento hacia el consumo interno, podría incluso estar interesado en que el crecimiento de las economías avanzadas estuviera ralentizado de forma prolongada, ya que la menor demanda de materias primas contribuiría a que las presiones inflacionistas fueran menores. De este modo, los países que no se enfrentan a problemas reales de endeudamiento público mantienen un potencial de crecimiento muy elevado y algunos de ellos están incluso a punto de ver su inflación estabilizarse e incluso retroceder. En estas condiciones, las valoraciones bursátiles nos parecen especialmente atractivas, con PER previstos para 2012 de 13 veces en la India o de 9 veces para las acciones chinas que cotizan en Hong Kong. Preferimos estos mercados a Corea o Taiwán, cuyas economías dependen más de las exportaciones a países desarrollados.