Menos de 40.000 millones y bajando: España se queda sin efectivo

Hay cifras que pasan desapercibidas y, sin embargo, retratan un país mejor que cualquier encuesta. Las familias tiran la toalla a la hora de guardar dinero en efectivo. El último informe de Inverco sobre Ahorro financiero de las familias muestra que el efectivo que retienen las familias españolas ha caído por debajo de los 40.000 millones de euros. Es un mínimo histórico (bueno, el trimestre anterior fue aún peor) y marca una aceleración en un proceso que, hasta hace poco, iba más despacio. Por cierto, es la única partida que pierde terreno, porque lo demás (depósitos, fondos, inversión directa...) sube. Sólo baja el dinero contante y sonante. 

Para ver un dato tan bajo en la serie histórica hay que ir a 1990. ¿Qué significa esto? Que los ahorradores no guardan dinero en efectivo. El efectivo, esa señal tan sana de libertad, y tan herida de muerte. Mientras se le ponen trabas de todo tipo, se habla del dinero digital, que dará una trazabilidad absoluta a nuestra renta. Justo lo que quieren los políticos, para legislar aun más sobre ella. 

Puede argumentarse que no tiene sentido acumular liquidez en metálico, a tenor de la enorme inflación que sufrimos, que provoca que los billetes pierden valor en tiempo real si no se ponen a trabajar en el mercado financiero, y es cierto. La inflación llega por las políticas monetarias de los bancos centrales, aplaudidas por los estados, consistentes en fabricar dinero e inflar deuda. Es decir, por culpa de los políticos. 

Y, por supuesto, que llega por los controles enfermizos por controlar el manejo de dinero en efectivo. Dicen que es para “controlar el fraude”, un mantra repetido hasta la náusea, con el que se cometen todo tipo de atropellos a las libertades (financieras), como es el no poder retirar dinero en cajeros, en ventanilla, o pagar en efectivo en los comercios por encima de 1.000 euros. Quieres retirar más de 3.000 euros y tienes que poner por escrito que para qué quieres usar tu propio dinero. (¿Y a usted qué le importa?). 

Puede parecer, también, una consecuencia natural de la digitalización: pagamos con el móvil, con tarjeta, con Bizum; usamos cada vez menos billetes. Pero interpretar este desplome como un simple avance tecnológico sería un error.

En España, el efectivo siempre ha sido más que un medio de pago: ha sido una infraestructura económica paralela. Su desaparición tan rápida no describe un país más moderno, sino un país cuya economía informal —toda esa actividad pequeña, doméstica, flexible, que nunca encajó bien en la regulación— se está encogiendo de manera abrupta.

España ha dependido históricamente del efectivo porque dependía de actividades que solo podían sobrevivir con efectivo: la chapuza puntual, el cuidado ocasional, el servicio doméstico de unas horas, el pequeño arreglo, los trabajos esporádicos, los intercambios económicos de proximidad... el regalo de boda, el dinerito que le da un padre a un hijo para que se compre un coche, la herencia, la transferencia a un amigo al que le prestas dinero… 

Un montón de actividad económica de poquísimo calado en la que el Gobierno (por cierto, del PP) ha intentado meter mano de manera desaforada.

No hablo del gran fraude fiscal —ese que aparece en titulares—, sino de la economía real, cotidiana, la que complementa salarios, llena huecos y mantiene vivo el tejido productivo en barrios y pueblos.

Que el efectivo se hunda no significa que esa actividad se  haya formalizado. Significa que gran parte ha desaparecido. Que lo que antes se hacía, ahora deja de hacerse.

Mientras todo eso ocurre, la renta per cápita está en niveles de la primera década de este siglo, los salarios bajan y la clase media se va por el desagüe.

La economía española gripa, debido a la enorme presión fiscal. Cuando a principios de este siglo España era “el milagro europeo”, con tasas de crecimiento del orden del 4%, inflación salarial y empresas expandiéndose, se ponía una pega: “pero es que el 20% de la economía es dinero negro”.

Ese dato, aunque empíricamente inventado, era bastante real. Y es lo que necesita ahora nuestra economía: dinero negro, que engrasaba el motor económico de maravilla. Antes de que se rasgue las vestiduras medio país, hay que insistir que eso no es el horrible fraude que procede del crimen, es, simplemente, dinero en el que el estado no ponía sus sucias zarpas. Permitía crecer. Ahora, con un gasto público superior al 40% del PIB, no hay dinero que escape ni crecimiento que arraigue.

Tenemos decrecimiento, reglas y pobreza.

Luego se extrañan de que haya tanto interés por las criptomonedas.