A principios de mes saltó la noticia de que el mayor productor de acero del Reino Unido, Tata Steel, había reajustado a la baja por depreciación el valor de sus activos británicos para dejarlo en «casi cero» y tiene intención de salir del mercado en cuanto encuentre un comprador. De los aproximadamente 40 000 trabajadores del sector siderúrgico del Reino Unido, unos 15 000 penden de un hilo.
La planta más grande del Reino Unido, situada en
Port Talbot, Gales, podría echar el cierre en unas semanas. Políticos de los dos partidos principales están pidiendo rescates y la imposición de aranceles, por miedo a que la desaparición de la producción siderúrgica nacional se convierta en una amenaza para todo el sector manufacturero británico. La situación en EE.UU. no es tan grave y aún así, a principios de este mes Washington impuso un arancel del 266% a las importaciones de acero procedentes de China. Para los mercados bursátiles esto es básicamente ruido ambiente. Por crudo que suene, los mercados suelen ignorar problemas aislados y específicos de ciertos sectores, así como la destrucción de empleo. Pero el acero es un asunto político candente y la versión más extendida de esta historia omite algunos aspectos clave. Creo que a todo el mundo le vendría bien que se arrojase algo de luz sobre el asunto.
En primer lugar, pase lo que pase con la industria siderúrgica británica no debería tener apenas repercusión económica en sentido general. Los cierres de las plantas supondrán un enorme sufrimiento para las zonas afectadas, especialmente en localidades como Port Talbot, donde la planta siderúrgica constituye la práctica totalidad de la economía local. Para algunas regiones significaría una triste repetición de los cierres de las minas de carbón de la década de 1980. Pero es importante poner las cosas en perspectiva. En 2014 la producción siderúrgica total del Reino Unido fue de solo 2200 millones de libras esterlinas (alrededor de un 0,1% del PIB y un 1% de toda la producción industrial). De los 31,42 millones de empleados del país, solo en torno al 0,1% trabaja en este sector. Incluso teniendo en cuenta toda la cadena de producción y distribución, no llegan a medio punto porcentual del mercado laboral. No obstante, como ha quedado dicho, en las zonas afectadas el efecto es demoledor. Sin embargo, la economía británica tiene la diversidad y la envergadura suficientes para mitigar las pérdidas.
En condiciones normales, la desaparición tras un largo declive de un sector poco competitivo y que da trabajo a pocos miles de personas no sería más que un comentario al margen; pero resulta que la siderurgia ha sido parte fundamental del tejido industrial británico desde hace mucho tiempo. Como el sector de la construcción naval, despierta emociones y de ahí el deseo general de salvarlo. Tanto si el gobierno rescata a las siderúrgicas, como si facilita que sea el sector privado quien lo haga, el declive de la industria quedará para el recuerdo como una tragedia nacional que no debería haber ocurrido. Décadas de inversiones insuficientes, en las que la propiedad alternaba entre manos públicas y privadas, han dejado obsoletas y poco competitivas unas instalaciones otrora revolucionarias.
Las empresas no aprovecharon los altos precios de la época de bonanza para invertir en nuevos hornos. En su lugar, los esfuerzos por mejorar la competitividad se centraron en recortar gastos. De ahí que la mayoría de las plantas siderúrgicas del Reino Unido sigan funcionando con altos hornos de la década de 1950, menos productivos y de alto consumo energético comparados con los modernos hornos de arco eléctrico[i]. Aspecto particularmente problemático si consideramos que los productores hacen frente a algunos de los impuestos más altos del país, sobre todo de tipo medioambiental. La industria sigue innovando, pero ahora, con los precios por los suelos debido al exceso de oferta y los elevados costes, es imposible competir.
Contrariamente a la creencia generalizada, los aranceles a las importaciones Chinas no van a cambiar la situación. Muchos piensan que son la panacea, alegando que China ha fulminado los precios con su supuesta tendencia a comercializar acero subvencionado por debajo del precio de mercado, imposibilitando que los productores de países desarrollados, con costes más altos, puedan competir. Los aranceles a la importación de acero chino, afirman, igualarían las reglas del juego y permitirían que los productores nacionales se mantuviesen a flote: una teoría de gran aceptación en todo el mundo occidental.
Es cierto que la producción china se ha disparado en los últimos años y ahora supone más de la mitad de la producción mundial, contribuyendo de esta forma a la enorme saturación del mercado. El año pasado, China produjo cerca de 800 millones de toneladas de acero, en contraste con los poco más de 10 millones del Reino Unido. Y sí, la mayoría de los observadores coinciden en que el gobierno chino ha subvencionado a productores no rentables, en vista de que buena parte de la industria está en manos del estado. Sin embargo, los aranceles no van a ser de ayuda. Entre tanta información hay un hecho evidente que se ha pasado por alto: las importaciones británicas de acero chino no son significativas. En realidad, tampoco lo son las estadounidenses, convirtiendo el arancel del 266% en una solución que puede acabar generando un problema. Los gráficos 1 y 2 muestran el desglose por país.
Fuente: Oficina de Estadísticas del Hierro y del Acero (International Steel Statistics Bureau), a fecha 30/03/2016. «CEI» hace referencia a la Comunidad de Estados Independientes.
Fuente: Oficina del Censo de EE.UU. (US Census Bureau), a fecha 31/03/2016.
Incluso en un mundo en el que funcionara de verdad el proteccionismo[ii], el efecto sobre China sería muy pequeño. En el intrincado mundo real, los daños colaterales la convierten en una opción abocada al fracaso. En realidad, el Reino Unido tiene un excedente comercial de acero y es poco realista pensar que los aranceles no desencadenarían represalias. Los aranceles chinos al acero británico provocarían posiblemente más perjuicio al Reino Unido que el que China sufriría por efecto de los británicos. Los productores ya están a punto de encajar el revés de los nuevos impuestos sobre el acero de EE.UU., que serán de en torno al 30% para el Reino Unido (mejor que el 266%, pero aun así, desolador). Cualquier represalia adicional en forma de aranceles supondría otro paso hacia el fin del acero británico, contrarrestando los beneficios procedentes de los altos precios en el mercado nacional. Triste pero cierto.
Y lo mismo se puede decir de la Unión Europea, contradiciendo a quienes argumentan que a Europa le iría mejor si la Comisión Europea acortara el tiempo que le lleva aplicar sus aranceles antidumping. De los 133,7 millones de toneladas de acero importadas por los países miembros de la UE en 2014, solo 6,2 millones procedían de China. La mayor parte del comercio del acero de la UE se produce dentro de la unión (101,3 millones de toneladas en 2014). La geografía tiene su importancia.
Por eso resulta tan extraña la obsesión de Occidente con el supuesto dumping chino. Sí, la monumental producción china ha contribuido a inflar la oferta mundial, pero no se puede decir precisamente que esté inundando el mundo con acero. De los 822 millones de toneladas que China produjo en 2014 solo 93 millones salieron del país. De ellas, buena parte acabó en países asiáticos de su entorno, como muestra el Gráfico.
Fuente: Asociación Mundial del Acero (World Steel Association), a fecha 31/03/2016. «CEI» hace referencia a la Comunidad de Estados Independientes. TLCAN hace referencia a EE.UU., Canadá y México.
Otros alegan que esta es otra razón por la que los británicos deberían votar a favor de la salida de la UE en junio, aduciendo la flexibilidad que ganaría el Reino Unido para subir los aranceles y para ayudar económicamente al sector. Sin embargo, esto sería, una vez más, una victoria pírrica. En 2014, el Reino Unido exportó más de 4,3 millones de toneladas a sus vecinos de la UE, más o menos un tercio de la producción nacional de ese año. En este caso, nuevamente, levantar obstáculos adicionales haría más mal que bien. A pesar de la política comunitaria en materia de ayudas estatales, los productores británicos han encontrado su tabla de salvación en un régimen de libre comercio sin grandes cargas administrativas.
No me gusta nada terminar con un panorama tan sombrío y no voy a aparentar conocer el final de la crisis del acero. El gobierno ha descartado la nacionalización, dando preferencia, en su lugar, a facilitar una venta privada. Algunas empresas han manifestado su interés en los activos de Tata en el Reino Unido, pero la enorme carga del plan de pensiones[iii] complica cualquier posibilidad de acuerdo y parece altamente improbable que las plantas puedan seguir operando. No obstante, no hay mal que por bien no venga: puede llevar su tiempo, pero hay vida después del cierre de las plantas.
El agónico final del carbón británico diezmó los valles de Gales en la década de 1980, a la que siguieron años de penurias. Sin embargo, ahora la región está en alza y a ella han llegado fábricas modernas, también las nuevas tecnologías y, en fin, la producción de la serie Doctor Who. Cuando el carbón se desvaneció, la economía local tuvo que empezar desde cero. Puede no ser de gran consuelo, pero, gracias a las nuevas actividades industriales que ya se están haciendo presentes en esa parte del país, las zonas afectadas por el problema del acero no deberían tardar mucho en pasar página.
[i]Aun habiendo gastado los 185 millones de libras esterlinas que costó la renovación de Port Talbot en 2013, Tata admite que necesitaría 2000 millones adicionales para hacer competitiva la planta.
[ii]Naturalmente, está algo desactualizado, pero no queda lejos del valor de 2015. El año pasado China exportó 100,4 millones de toneladas.
[iii]Cuando se privatizó British Steel se mantuvo el plan de pensiones. En 1999, British Steel y la neerlandesa Koninklijke Hoogovens se fusionaron y la nueva empresa asumió el nombre de Corus (así como los planes de pensiones). Tata adquirió Corus en 2007 y en 2011 lanzó la marca Tata Steel Europe, y esta es la situación en la que nos encontramos ahora.