
La revolución tecnológica, el libre comercio y los avances en el transporte han permitido a la sociedad de las últimas décadas lograr un grado de interconexión jamás visto en la historia. La globalización ha permitido el intercambio de bienes, servicios y personas alrededor de todo el mundo, aumentando el PIB global, reduciendo la pobreza y ofreciendo oportunidades de crecimiento a los países en desarrollo. Desde 2007, el comercio internacional se ha desacelerado y los aranceles han aumentado pero no vamos hacia una desglobalización sino hacia un nuevo modelo de globalización.
Los imperios de la antigüedad ya comerciaban entre ellos y las revoluciones industriales supusieron un punto de inflexión para el transporte y la producción masiva de bienes. Sin embargo, el comienzo de la globalización, tal y como la conocemos hoy en día, se remonta a mediados del siglo XX, con el final de la Segunda Guerra Mundial. Tras la victoria aliada, sus líderes se reunieron para diseñar el nuevo sistema económico global, conocido como Bretton Woods. Este sistema logró un equilibrio entre un mercado internacional y la soberanía de los gobiernos nacionales, lo que dio como resultado la reactivación de las economías de los países participantes en la guerra y el crecimiento económico de los países en desarrollo.
A pesar de su éxito, este régimen llegó a su fin durante la década de los setenta, en el contexto de la guerra de Vietnam, cuando el presidente estadounidense Richard Nixon tomó la decisión de imprimir y enviar millones de dólares para financiar la guerra. Esto supuso el final del régimen Bretton Woods y del sistema patrón oro, el cual se basaba en establecer un tipo de cambio fijo respecto al dólar, la única divisa que era intercambiable por oro. El final de este sistema económico dio comienzo a la libre circulación de divisas en el mercado internacional.
Las décadas posteriores no solo continuaron con la tendencia de integración económica sino que la llevaron un paso más allá. La caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética dieron comienzo a unos años que son denominados por algunos intelectuales como la época de la hiperglobalización, entendido como un nivel de globalización excesivo con escasa regulación. El fin de las restricciones al comercio internacional se llevó al extremo, llegando a restringir la soberanía de países que antepusieron la integración económica a las políticas nacionales.
Esta época de liberalización de los mercados permitió el acceso a nuevos bienes y servicios, aumentando la competitividad y fomentando la innovación. Además, esta dinámica sacó a millones de personas de la pobreza, principalmente en China donde utilizaron el contexto a su favor e invirtieron para fomentar su desarrollo económico y tecnológico.
Además, durante este proceso de globalización tan fuerte las desigualdades entre los países se redujeron gracias a procesos como la deslocalización, que permitió llevar nuevos puestos de trabajos a países en vías de desarrollo. Todo esto hizo que durante casi dos décadas el comercio internacional creciera el doble de rápido que el PIB global.
Sin embargo, un grado de globalización tan elevado también presenta inconvenientes ya que cuando se eliminan las barreras toda expansión se facilita. Esto pasó con la crisis financiera de 2007 o con la pandemia de la covid-19 que comenzaron siendo una crisis nacional y se expandieron a nivel global. Y es que, aunque la desigualdad entre los países se redujo durante la última década del siglo XX y los primeros años del siglo XXI, la desigualdad dentro de los países aumentó, los ricos eran más ricos y la clase media se estancó.
La crisis financiera de 2007 puso fin a una época de fuertes interconexiones y el comercio internacional se estancó. Más recientemente, la pandemia redujo el flujo global de personas, la guerra de Ucrania y la inestabilidad en el Mar Rojo interrumpen las cadenas de suministros, el proteccionismo limita el intercambio de bienes y los nacionalismos exaltados por el auge de la extrema derecha rechazan lo extranjero.
Sin embargo, la ralentización del comercio internacional no supone el final de la integración, sino el comienzo de una nueva forma de globalización. Las cadenas de suministros se han diversificado y han demostrado ser fuertes y resilientes. De forma similar, la reducción en el comercio de bienes está siendo compensada por el aumento en el intercambio de servicios y el flujo global de datos así como el gran número de estudiantes internacionales. Además, la deslocalización, tan propia de la década de los noventa para reducir costes, está evolucionando a nuevas estrategias como el friendshoring o el nearshoring, las cuales consisten en deslocalizar la industria a países “amigos” o cercanos, respectivamente. Grandes empresas como Apple o Sony ya están trasladando sus cadenas de producción a países que consideran aliados.
La globalización es positiva pero dada en exceso puede intervenir en la democracia a través de derechos laborales, normas de sanidad o impuestos y regulaciones a las empresas. Lograr un equilibrio entre globalización y democracia no es sencillo, los países desarrollados deben ofrecer unos servicios públicos y una seguridad social fuerte que proteja el nivel de bienestar de sus ciudadanos y los países en desarrollo deben crear instituciones robustas que les permita distribuir los beneficios de la globalización entre su población.
A pesar de las recientes medidas impuestas para limitar el comercio internacional, en la actualidad, no es posible ser autosuficiente. Todos los países necesitan de recursos, tecnologías o capacidades que no pueden, o no quieren, obtener de forma interna. En una sociedad como la actual las interconexiones son inevitables y enriquecedoras mientras que el proteccionismo es una amenaza para el estado de bienestar y el crecimiento económico.

