Acaba de publicar un libro, Excesos, que tiene por subtítulo una frase también contundente: amenazas a la prosperidad global. Ahora que se habla de desaceleración e incluso de crisis económica. ¿Cuáles son los excesos y amenazas a las que nos enfrentamos?

Básicamente se podría decir que la principal amenaza es la ruptura de la propia globalización, del multilateralismo, y la vuelta al proteccionismo. Estamos viendo señales inquietantes en la caída del comercio internacional y en la contracción de la producción industrial y tiene que ver con la involución proteccionista que tiene origen en la guerra comercial entre EEUU y China. Si tuviera que seleccionar la principal amenaza sería ésta la más importante, una especie de enmienda a la totalidad de lo que ha sido la globalización en los últimos 35 años.

 Partiendo de esa base, ¿cómo será la próxima crisis?

Es complicado saber cuándo y cómo se producirá la próxima crisis. Incluso es complicado anticipar si tendrá un detonante financiero. Sí sabemos que habrá una próxima crisis y ojalá hayamos aprendido lo suficiente de las elecciones de la pasada para a gestionar lo mejor posible la próxima. Hay un elemento que puede ser un detonante y es el excesivo endeudamiento privado que viene de la mano de los tipos de interés históricamente bajos. Un endeudamiento privado alto también en economías emergentes, que no tiene una administración capaz de supervisar esos excesos financieros.

Le tengo que preguntar por lo que ha marcado este inicio de 2020, que es el incremento de las tensiones entre EEUU e Irán. ¿Qué valoración hace de este conflicto? ¿Podría desembocar en cuestiones más graves?

Sí. Es una gran preocupación porque da la impresión de que se tratan de resolver problemas existentes con medios expeditivos violentos y, por lo tanto, muy complicado controlar las reacciones. Ya hemos visto unas primeras señales económicas inquietantes, que es un aumento en la producción de la principal materia prima, el crudo, que tiene su lugar de producción en el Golfo Pérsico. Pero estamos viendo una expectativa de los inversores a nivel internacional buscando refugio ante una escalada de tensión. La inseguridad no es buen cómplice de la actividad económica, no es buen cómplice de la certeza que necesita la inversión empresarial. Estoy preocupado porque hemos empezado el año de una forma unilateral, tratando de resolver los problemas entre potencias económicas al margen del diálogo y eso no es bueno.

Ha mencionado que la guerra comercial es uno de los mayores riesgos. Está previsto que en próximos días tanto EEUU como China firmen la primera  fase del acuerdo comercial, ¿en qué escenario nos deja la rúbrica?

Trump empezó la legislatura estableciendo aranceles, abriendo una guerra tecnológica e incluso financiera. Cualquier reversión de esas decisiones es una muy buena señal y efectivamente la expectativa de reversión de los aranceles ha generado una buena reacción en los mercados. Lo que haría falta es que se consolide ese acuerdo y se extienda a esa otra brecha abierta, que es la guerra tecnológica. El mundo no tiene condiciones como para que dos potencias del tamaño de Estados Unidos y China se tengan que enfrentar por los estándares de telefonía de quinta generación. Ambos países deberían estar generando mecanismos de conexión como lo han hecho las empresas.

Acaba de mencionar la tecnología. En su libro también lo hace y es que el impacto que pueda tener ésta en la economía es una de las mayores preocupaciones. ¿Cuál es el impacto que prevé??¿Tiene que ver con lo que denomina “Involución social”?

La tecnología es objetivamente buena. Los avances tecnológicos son señales de progreso, que nos han facilitado la vida y están facilitando la forma de producir, distribuir o incluso de financiarse las empresas. Pero es verdad que como toda discontinuidad tecnológica, puede tener consecuencias adversas. Aquí hay un par de ellas que nos deberían empezar a preocupar: el impacto que pueda tener sobre el mercado de trabajo, la exclusión, la insuficiente sustitución de nuevas funciones, de nuevos puestos de trabajo de los que quedarán excluídos como consecuencia de la automatización creciente; y el segundo grupo de consecuencias tiene que ver con el poder de mercado de las grandes empresas tecnológicas y la posible erosión de la privacidad o intimidad  de los derechos. Sin menoscabar el progreso tecnológico, las autoridades deberían estar muy pendientes de supervisar esa dinámica para que el análisis coste – beneficio de esas tecnologías sea objetivamente bueno.

En su libro menciona que la tercera globalización industrial redujo la desigualdad entre naciones pero aumentó en muchas de ellas, como en el caso de España. Ahora que tenemos nuevo gobierno, ¿a qué retos se enfrenta el ejecutivo de Pedro Sánchez?

No sólo en España. La desigualdad en la distribución de la riqueza ha aumentado en todas las economías avanzadas y ha coexistido con una reducción de la desigualdad entre países. Es bueno reducir la desigualdad porque la desigualdad excesiva no es rentable para hacer negocios, no garantiza la estabilidad del crecimiento ni financiera y genera descontento. Por eso, es razonable utilizar las herramientas disponibles, incluidas las fiscales, para reducir esa brecha en términos incluso de identificación del  sistema económico.

Estoy de acuerdo con lo que dicen Buffett o Gates sobre que si hace falta utilizar la política fiscal para que la gente viva mejor, que tenga un horizonte más prometedor y garantizar la igualdad de oportunidades, utilícese.