Llevamos años escuchando hablar de la ‘gig economy', pero este modelo de trabajo es, a día de hoy, una incógnita para muchos. Tanto que ni siquiera existe una página en español en Wikipedia.

El término 'gig' significa 'bolo', con lo que este modelo laboral se traduciría como 'economía del bolo'. Se acuñó en Estados Unidos a principios de la década de los 2000, pero bebe directamente de la jerga de los músicos de jazz de los años 20 del siglo pasado.

Un nombre que podría parecer extraño, pero que encuentra sus orígenes en la estructura laboral de los músicos y los conciertos. Estos, para subsistir -a no ser que se trate de alguno de los mejor pagados del mundo-, no suelen tener encargos de forma regular, ni sus servicios suelen ser muy largos (hablamos de una hora o dos, de forma general). Más bien tienen múltiples encargos de breve duración.

Si bien podría parecer un formato idéntico al de los autónomos, no lo es. Los gig workers (trabajadores gig) no tienen relación laboral con un empleador, ni directamente con el cliente, sino que son un intermediario que pone a disposición una plataforma para el encuentro de la demanda y la oferta de un servicio. Son las llamadas plataformas de crowdsourcing (externalización de tareas) y marketplaces (centros comerciales online) y la idea detrás de este tipo de trabajo es la economía colaborativa, evolucionada en economía bajo demanda.

Un ejemplo práctico

Los riders y los conductores de VTC (vehículos de transporte con conductor) son los casos más sonados. Se explica muy acertadamente a través del supuesto caso de un abogado. Y es que este oficio también podría funcionar perfectamente a través de la gig economy. Un abogado autónomo, en lugar de buscar clientes, tan solo debería darse de alta en una o varias plataformas que pongan en contacto a los demandantes de un servicio y a quienes lo ofrecen y conseguir los encargos sin la necesidad de buscarlos activamente. De este modo, en lugar de estar actualizando su currículum vitae, explican, simplemente necesitará una buena valoración de los clientes. Y así podrá tener total flexibilidad para trabajar, establecer sus horarios y escoger qué encargos aceptar.

Mencionar los datos que el McKinsey Global Institute (el gabinete estratégico de McKinsey para la realización de estudios de negocios y economía) ha publicado a principios de este año. Según la información recabada en una encuesta a gig workers estadounidenses y europeos, la realidad difiere sustancialmente de la percepción que podríamos tener: el 30% tiene este método como ingreso primario y se muestra satisfecho incluso más que por cuenta ajena; un 40% son trabajadores casuales y también se dicen contentos; un 14% preferiría trabajar por cuenta ajena, pero solo puede optar por esta relación laboral (como los riders o los conductores de VTC); y solo el 16% restante se ve obligado a aceptar estas condiciones por necesidad económica.

No todo son ventajas

Sarah Kessler, periodista estadounidense, nos relata la otra cara de la moneda. Se dejó seducir por la tentación de la economía del bolo en 2011, cuando el auge de este modelo en Silicon Valley era vendido como el futuro de la economía. En su libro, Gigged, the end of the job and the future of work narra la experiencia de media docena de trabajadores gig y subraya que las tarifas pagadas en estas plataformas son inferiores a las habituales, no se contempla ningún tipo de mutua para hacer frente a enfermedades y tampoco existen vacaciones. Además, según analiza Kessler, si se renuncia a encargos o no se está disponible siempre que se soliciten los servicios, la empresa de crowdsourcing penaliza con menos encargos.

Hacia la sostenibilidad

La utilidad de la 'gig economy' es objeto de debate de expertos, con tantos defensores como detractores. Algunos, como el psicólogo especializado en trabajo y organizaciones, Patrick Bensen, aseveran en que la digitalización y la evolución tecnológica suponen un cambio estructural imposible de ignorar, que, además, en el contexto de esta pandemia de COVID-19, podría suponer un cambio beneficioso para evitar la sobrepoblación.

Otros, como la propia Kessler, aseguran que se trata de justificaciones buscadas desde los años 70 para alejarse del empleo a tiempo completo y la mejora de condiciones salariales a empleados.

Sea como fuere, la realidad presente es que la 'gig economy' no apunta a irse pronto, por lo que algunos países, como Reino Unido o Canadá, han pensado proteger a este tipo de trabajadores en el sector del transporte con pólizas ad hoc. La aseguradora británica Zego ha creado una cobertura que se activa cuando se abre la app de crowdsourcing y finaliza al cerrarla; la canadiense Aviva, por su parte, va un poco más allá y ofrece una cobertura por etapas: la primera, al encender la app; la segunda al comenzar el servicio, y la tercera al recoger al pasajero.

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