Una infección, según la define el diccionario, es una invasión y multiplicación de agentes patógenos en los tejidos de un organismo. Es decir, es un proceso en el que un microorganismo entra en el cuerpo de una persona, se multiplica y perjudica la salud causando infecciones y enfermedades. Para combatir esta invasión, el cuerpo tiene una complicada red de células, tejidos y órganos que forman el sistema inmunitario. El sistema inmunitario se encarga de defender al cuerpo de sustancias extrañas que considera dañinas para el organismo. Estas sustancias pueden ser gérmenes (bacterias y virus) o sustancias químicas o toxinas. Estas sustancias “extrañas” son los antígenos. Cuando el sistema inmunitario reconoce un antígeno, produce anticuerpos, proteínas que los atacan y los destruyen. También, los “memoriza”  para identificarlos en caso de un nuevo ataque y así, evitar que una persona enferme, es lo que se conoce como inmunidad.

Existe una inmunidad innata: es el sistema de defensas con el que nacemos y que forma una primera barrera para impedir que sustancias dañinas entren en el cuerpo, como puede ser la piel; Una inmunidad pasiva: cuando se producen anticuerpos en un cuerpo diferente al nuestro, por ejemplo, los bebés nacen con los anticuerpos que les ha transferido la madre a través de la placenta, y que desaparecen en el primer año de vida. Y la inmunidad adquirida, que es la que se desarrolla cuando se expone al organismo a diferentes antígenos, como son las vacunas. Las vacunas son una forma de inmunización que, al suministrar en el organismo pequeñas dosis de un antígeno concreto, hace que la memoria del sistema inmunitario se active y reaccione en un futuro si se ve expuesto a dicho antígeno.

Últimamente también hemos oído hablar de inmunidad de grupo, o inmunidad de rebaño, que es cuando un número suficiente de individuos está protegido frente a una infección y actúa de  barrera o cortafuegos para que  el agente patógeno no infecte a los que no están protegidos.  Tras la pandemia de este último año y después de desarrollar una vacuna para la COVID-19 en tiempo record, más del 78 por ciento de la población está vacunado con la pauta completa. Sin embargo, esta cifra que supera la necesaria para alcanzar la inmunidad de grupo,  con la aparición de las nuevas cepas Delta y Lambda, mas infecciosas y resistentes a las vacunas, hace sean necesarias mas vacunaciones para poder hablar de una inmunidad de grupo real.

Normalmente, después de la vacunación, el organismo puede tardar algunas semanas, según la edad o el estado de salud y tratamiento farmacológico que tenga cada individuo, en generar anticuerpos. Por eso,  no es extraño que una persona se pueda infectar con el virus del COVID-19  justo antes o después de vacunarse, ya que la vacuna no ha tenido el tiempo suficiente para  generar la protección necesaria. Por otro lado, no todo el mundo reacciona igual frente a la vacuna, y, aunque estuviera el cien por cien de la población vacunada, como la respuesta inmunitaria no es la misma en cada persona, el problema seguiría estando ahí.

Para saber si se han desarrollado anticuerpos contra el virus de la COVID-19, en la sangre (seroconversión), después de tener la pauta completa de vacunación, es necesario realizar una prueba serológica. Esta prueba permite conocer si hay anticuerpos en el sistema sanguíneo y qué cantidad, la cual variará según el tipo de vacuna suministrada, el tiempo transcurrido desde la última dosis y el caso particular de cada individuo (edad, salud…). Sin embargo, es importante saber que, entre un 5 y un 10 por ciento de personas vacunadas no desarrollarán una respuesta inmunitaria suficiente.  “La presencia de anticuerpos no garantiza que estemos protegidos ante la infección, para lo cual deberíamos generar anticuerpos neutralizantes y, de momento, solo tenemos el dato de la cantidad de anticuerpos pero no su capacidad de desmontar el virus, aunque el hecho de generar anticuerpos ya sean neutralizantes o solo protectores, es ya un éxito” explica el doctor Antonio Moreno Villena, Médico Adscrito al Área de I+D+i  de Quirónprevención, compañía de prevención de riesgos laborales del grupo Quirónsalud.

La eficacia de las diferentes vacunas supera el 90 por ciento en la mayoría de los casos, aunque no se sabe con exactitud cuánto dura la protección frente a la COVID-19.  En el documento “Información sobre la inmunidad frente al COVID-19”, el Ministerio de Sanidad recoge los datos que ofrece cada vacuna. Así, Moderna, después de 14 días de la segunda dosis, la eficacia llegó al 95,6 por ciento entre los vacunados  de 18 a 64 años y al 86,4 por ciento para los mayores de 65. Entre los días 14 y 28, la eficacia fue del 92,1 por ciento y para los grupos de riesgo de padecer la enfermedad grave, del 90,9 por ciento. Respecto a  la vacuna con Pfizer, después de siete días de la segunda dosis, se llega al 95 por ciento de eficacia. Sin embargo, a pesar de las garantías que ofrecen las vacunas, los diferentes laboratorios reconocen que existe una pérdida de inmunidad con el paso del tiempo después de vacunarse, de ahí el debate que existe sobre la necesidad de una dosis de recuerdo masiva o una tercera dosis para algunos grupos de riesgo.

Con esta información, está claro que, aunque se alcance el porcentaje suficiente para conseguir la inmunidad de grupo, es fundamental realizar pruebas diagnosticas, especialmente serologías, para conocer la cantidad de anticuerpos que ha generado el organismo. “Lo ideal es planificar un estudio de inmunidad con pruebas periódicas que puedan ir proporcionándonos información sobre la inmunidad inicial y su evolución a lo largo del tiempo, lo que nos dará pistas para saber si es necesario una dosis de refuerzo y que trabajadores, según los criterios que establezca Sanidad, necesitarían recibirla” puntualiza el doctor Moreno Villena.