La prima de riesgo de España no es más que la diferencia que exigen los inversores para comprar bonos españoles a 10 años (deuda pública), en comparación con la que piden al bono seguro, el alemán. Se toma la diferencia de rentabilidad en el mercado secundario de bonos, y se nos dice que la prima de riesgos está en 400 puntos, cuando la rentabilidad del bono español está en el 6,2% y la del alemán al 2,2%, por ejemplo.

Una cosa son los fundamentales de un país, que informan al inversor de la capacidad que tiene de generar ingresos para pagar sus gastos, inversiones y deuda, y otra la confianza que suscita en llevar a cabo las medidas que anuncia para obtener determinados resultados.

A menor escala, pasa lo mismo cuando una familia va a pedir una hipoteca al banco. Aparte de que las nóminas y demás acrediten su capacidad de generar ingresos y poder hacer frente a la cuota hipotecaria, se mira el tipo de trabajo (para prever su estabilidad económica) y otros factores relacionados con la confianza que inspira el cliente; entre ellos se comprueba si tiene domiciliada la nómina en la entidad, si es capaz de ahorrar o si algún familiar está dispuesto a avalar a la familia.

Realidad y confianza, en definitiva. España tiene una deuda pública que alcanza el 62% del PIB, una déficit de caja de 14.500 millones (antes de pagar impuestos, ya tiene todos este dinero de ingresos menos que gastos), y el precio al que se endeuda no para de crecer. El consumo, la inversión empresarial y el gasto público en mínimos (y para equilibrar las finanzas son necesarios recortes adicionales de cerca del 30%), con lo que la única locomotora del PIB son las exportaciones.

Los fundamentales son malos, pero se pueden mejorar. Para hacernos una idea de países menos preparados, Italia presenta una deuda pública del 128% de su PIB, por ejemplo. El problema es que los mercados se crean que podemos mejorarlos. Y aquí entra en juego la confianza en el Gobierno y en la sociedad civil (que tendrá que aceptar vivir peor).

Además de generar credibilidad como país, otra variable relacionada con la confianza acapara la atención de los prestamistas de países: el compromiso de la zona Euro en la estabilidad de la moneda. España puede aceptar que ha vivido por encima de sus posibilidades y desapalancarse de forma ordenada, pero ¿qué pasa si tenemos que abandonar el Euro y volver a la peseta?

Por tanto, los políticos europeos deben tomar medidas y aplicarlas, empezando por un compromiso inequívoco del Banco Central Europeo de compra de bonos españoles e italianos, y pasando por la aprobación por parte de los parlamentos de las medidas acordadas en el rescate a Grecia y la reforma del mecanismo de apoyo a la eurozona; y probablemente se tenga que llegar más lejos, con la creación de un bono a nivel supranacional (el Eurobono) y una cesión de soberanía económica de todos los países a un organismo que coordine las políticas fiscales de todas las naciones.

Fácil de escribir, complicado de ejecutarse. Harán falta decisiones políticas dolorosas, ajustes impopulares. La creación Europea está en tela de juicio; o apostamos por más integración o cada uno que corra a salvarse como pueda. Apostemos por más Europa.