¿Podrías contarnos cómo una promesa del tenis pasa a ser gestor financiero tras pasar dos décadas trabajando en algunas de las firmas más potentes de Wall Street?
Coincidencias de la vida... En 1995 estaba jugando un torneo en Madrid, lesionado del codo. Intentaba competir pese a la lesión, a ver si se recuperaba... y me llamó un amigo de toda la vida que estaba estudiando en Estados Unidos para pasar una temporada con él y que revisarme el codo. Le hice caso y viajé para visitarlo. La idea era solo pasar un tiempo, no iba con beca ni con planes definidos. Pero finalmente me ofrecieron la oportunidad de optar a una beca. Tuve que preparar y aprobar los exámenes de acceso, el TOEFL y el SAT, y así comenzó todo. Lo que en aquel momento me parecía una desgracia —la lesión— resultó ser una de las mejores cosas que me sucedieron, porque me cambió la vida. Llegar joven a Estados Unidos me permitió reinventarme; si hubiera ocurrido más tarde, habría sido mucho más difícil. En definitiva, todo fue fruto de una casualidad.
¿Cómo nació Doma Perpetual y en qué consiste?
Todo comenzó en la universidad. Nunca tuve dinero y siempre busqué la independencia financiera, por lo que entendí que la manera de lograrlo era aprender de finanzas. Estudié en la Universidad de Duke y allí descubrí que los grandes bancos de Wall Street solo entrevistaban a los mejores expedientes. Eso me obligó, por pura necesidad, a sacar sobresalientes en todas las asignaturas. Estados Unidos es un país que premia el éxito y ese esfuerzo me abrió las puertas: recibí varias ofertas y empecé mi carrera en Lehman Brothers, en las torres del World Trade Center, antes de su caída.
Desde el principio apliqué la misma disciplina que en el tenis: el método del compounding, acumular miles de horas de trabajo para especializarme. Me imponía la rutina de imprimir y leer cada día la memoria anual de una empresa distinta, después de jornadas laborales que iban de ocho de la mañana a ocho de la noche. Fue un periodo de exigencia extrema, pero también de mucho aprendizaje.
Siempre quise lanzar mi propio fondo. La diferencia con el deporte es que en las inversiones no hay límite de edad: al contrario, la experiencia suma. Por eso esperé, trabajé durante años, regresé a Duke para hacer un MBA, volví a Wall Street y continué acumulando experiencia. Finalmente, cerca de los 40 años, decidí dar el paso. No fue fácil. Conseguir el primer inversor lleva tiempo, requiere infinidad de reuniones. Además, es imprescindible construir un buen track record, porque sin resultados consistentes es imposible mantenerse. Así nació Doma Perpetual: paso a paso, con muchísimo trabajo, dedicación y, sobre todo, pasión. Este es un oficio exigente, con largas horas, formación constante y una gran presión, especialmente en los momentos de caídas fuertes del mercado. Para resistir hace falta estómago y convicción.
¿Qué papel juega la idea de minimizar los "errores no forzados" en tu estilo de inversión?
Lo es todo. Matemáticamente, si una posición cae un 50%, necesitas un 100% de revalorización en esa misma posición —o en otra— solo para recuperar el punto de partida. Por eso los "errores no forzados" resultan extremadamente costosos. Desde mi perspectiva, la clave para construir un buen track record es precisamente minimizarlos. Es exactamente igual que en el tenis: los mejores jugadores son los que cometen menos errores no forzados. En la inversión ocurre lo mismo: cuando esos errores son grandes, su impacto puede ser devastador.
Defiendes el análisis microeconómico y una cartera concentrada. ¿Por qué crees que esta estrategia es más efectiva a largo plazo?
Porque son muy pocas las empresas capaces de resistir la erosión del capitalismo. ¿A qué me refiero? El capitalismo es, desde hace siglos, como un castillo rodeado de murallas: tratas de proteger lo que tienes dentro —tu negocio, tu valor—, pero siempre habrá intentos de asalto. La competencia es constante, y si las murallas no son suficientemente sólidas, terminas perdiendo. Por eso es esencial invertir en compañías cuyo modelo de negocio sea verdaderamente sostenible a largo plazo.
Cuando analizas el mundo entero, no encuentras muchas empresas así. Eso obliga a especializarte en determinados sectores y, dentro de ellos, identificar compañías con características únicas: aquellas capaces de generar retornos consistentes, con poca competencia real, o que, incluso en entornos muy competitivos, poseen modelos tan sólidos que vencen por costes más bajos o precios más eficientes. Si estás excesivamente diversificado, con carteras de 100 compañías, 75 de ellas te llevarán inevitablemente a resultados muy cercanos a la media. Y eso no aporta valor: al final obtendrás rentabilidades similares a las del índice. Sin embargo, cualquier inversor puede acceder a un ETF del World Equity Index o del S&P 500 con un coste muy bajo. Históricamente, a lo largo de 30 o 40 años, estos índices ofrecen retornos en torno al 8-9% anual, algo más en los últimos años por circunstancias específicas.
Por eso, el verdadero valor añadido de un gestor no está en replicar esos resultados, sino en superarlos de manera consistente a lo largo de periodos largos —8, 9, 10 años—, algo que, hasta donde yo sé, en España nadie ha conseguido.
Afirmas que el S&P 500 es una mejor opción para quien no tiene un gestor que prometa más del 9% anual. Los datos son claros: más del 80% de los gestores activos en Europa no baten a sus índices de referencia en plazos largos. ¿No es casi una “anomalía” que el sector siga captando patrimonio pese a ese bajo desempeño?
Es una industria curiosa. Muchas veces la gente entrega su dinero a un amigo, a un conocido o a un gestor en quien confía, pero eso no significa que sepa manejarlo bien. En otras profesiones no sucede lo mismo: un médico que falla en demasiadas cirugías pierde la licencia rápidamente, lo mismo que un abogado que nunca gana casos. Sin embargo, en la gestión de carteras puedes tener una gran visibilidad, buen marketing, hacerte conocido… y aun así no aportar ningún valor real al cliente.
La realidad es que, si a largo plazo no superas el 8-9% anual, no estás generando valor. El problema es que muchos clientes no lo saben: ven un 4-5% de rentabilidad y piensan que su gestor es un genio. Además, existe lo que yo llamo “marketing perverso”: algunos gestores presentan solo los resultados desde un punto muy bajo del mercado, como marzo de 2020, y muestran un retorno acumulado del 90%, sin contar que antes habían caído un 80%. En otros casos abren nuevas clases de fondos y enseñan solo esas cifras, que pueden reflejar un 20-30% de subida, pero ocultan el historial completo, que es muy pobre. Ese tipo de prácticas son muy peligrosas.
¿Cómo ves el contexto actual (inflación, deuda, tensiones geopolíticas) y cómo afecta eso a tu enfoque de inversión?
Creo que estamos en un periodo muy particular. Desde 2020, Estados Unidos ha mantenido déficits de alrededor del 8% anual. Históricamente, estos niveles se daban solo en recesiones, para reactivar la economía. Pero ahora los hemos visto con mercados alcistas y sin desempleo. Todo esto es deuda, y la deuda hay que pagarla. La historia muestra que los grandes imperios caen cuando acumulan demasiada deuda e imprimen dinero en exceso, lo que termina generando hiperinflación. No digo que Estados Unidos vaya a caer —no lo creo, tiene la máxima flexibilidad del mundo—, pero sí estamos en niveles de deuda sobre PIB comparables a la Segunda Guerra Mundial, es decir, de “economía de guerra”.
Los aranceles que estamos viendo no son más que una forma de financiar esa deuda: parte la pagan las empresas extranjeras, parte las americanas y otra parte el consumidor. En el fondo es un impuesto oculto. A eso se suma la expansión brutal de los balances de los bancos centrales, que literalmente crean dinero electrónico para comprar activos, en su mayoría de renta fija, lo que desplaza a los inversores hacia más riesgo y genera inflación de activos. El que no tiene activos es el que más sufre, porque los precios suben y nunca vuelven atrás.
Hoy vivimos un mercado en burbuja, con valoraciones récord similares a las de la burbuja tecnológica de 1999-2000. Las burbujas pueden durar mucho —seis meses, un año, incluso varios—, pero siempre acaban explotando. Ahora mismo está muy alimentada por fenómenos como las criptomonedas o la inteligencia artificial, con movimientos exagerados en bolsa. La clave está en elegir empresas capaces de sobrevivir a este entorno, porque cuando el mercado se derrumbe, y en algún momento lo hará, son las únicas que resistirán.
La gran incógnita es a qué velocidad se reducirá el déficit. Mientras siga tan alto, es como seguir inflando el globo: la burbuja puede continuar, pero cuanto más crezca, mayor será el ajuste cuando estalle.
Las respuestas de Pedro Escudero son estrictamente personales y no corresponden a posición oficial alguna de Doma Perpetual Capital

