En las últimas décadas ha venido creciendo el estudio de la conducta y de su incidencia en las decisiones financieras que tomamos. Se parte de reconocer que el modelo de decisión tradicional, implícito en el análisis económico y financiero, rara vez está presente. El cuestionamiento viene al observar realmente cómo las personas tomamos decisiones.

Los primeros estudios ampliamente difundidos, fueron los de Daniel Kahneman y Amos Tversky, siendo el primero Psicólogo y ganador del Premio Nobel de Economía. Fue precisamente el premio obtenido en 2002 lo que permitió difundir ampliamente ideas desarrolladas varios años antes.


Uno de los hallazgos fue que las personas tenemos sesgos “heurísticos” (atajos mentales) para tomar decisiones, incluidas por supuesto las decisiones financieras y de inversión. Y que estos sesgos nos llevan a tomar decisiones sub óptimas, cuando no francamente equivocadas

Una de estas conductas, reconocida en la llamada teoría prospectiva, se refiere a que las personas tomamos decisiones diferentes -que técnicamente debieran ser iguales- cuando nos encontramos frente a una posibilidad de pérdida o a una posibilidad de ganancia.

Para demostrarlo piense en el siguiente par de problemas:

Suponga que cuenta usted con 1000 dólares. Ahora suponga que en un concurso obligatorio se le ofrecen dos alternativas; la primera: recibir un premio directo de 200 dólares seguros; la segunda que juegue al lanzamiento de una moneda la posibilidad de ganar 400 dólares contra la de no obtener ningún premio. Por cuál de estas dos opciones se inclinaría?

En el segundo problema tiene usted también 1000 dólares y se le ofrece optar –obligatoriamente- por perder en automático 200 dólares o, jugar al lanzamiento de moneda el no perder nada, contra la posibilidad de perder 400. ¿Cuál elegiría?

¿Ya lo hizo? Si usted optó por la primera opción en el primer problema y por la segunda opción en el segundo, a riesgo de sobre simplificar, es usted una evidencia de la validez de los postulados de Kahneman. La mayoría de las personas tendemos a dar estas respuestas. Sin embargo, en términos probabilísticos y financieros ambas opciones en cada pregunta son equivalentes entre sí. Pues al comparar lo seguro contra la probabilidad de lo que se juega al azar, en el primer problema la ganancia potencia neta es de 200 dólares y en el segundo también en ambas opciones la perdida potencial neta es de 200. Incluso en ocasiones alterando negativamente la probabilidad las personas seguimos decidiendo igual.

Lo que el problema pone de manifiesto es este sesgo de decisión que nos lleva a ser mucho más conservadores cuando estamos ante una situación de ganancia de lo que somos ante una situación de pérdida.

¿Cómo nos afecta esto como inversionistas? Por ejemplo, cuando estamos invertidos en una acción bursátil que se encuentra en un proceso volátil pero de ganancia, tendemos a ser más conservadores y probablemente a retirar la inversión antes de que esta haya madurado. Y por el contrario cuando estamos invertidos en una acción que presenta un escenario de perdida, con frecuencia no tomamos la pérdida segura pero menor, arriesgando una pérdida mayor porque pensamos la acción en algún momento se recuperará.

Ello explica también por qué con frecuencia los portafolios de inversión tienen en un periodo de varios años mejor retorno del que obtienen sus clientes. Porque tienden a entrar o salir dependiendo del entorno percibido de riesgo, disminuyendo su potencial ganancia y aumentando su condición de pérdida.

Entender la forma en la que pensamos nos ayuda a identificar estos sesgos y a disminuir -porque pocas veces a desaparecer- los riesgos adicionales que nuestros patrones de conducta imponen en las decisiones de inversión en un mercado ya de por sí volátil.

El autor es politólogo, mercadólogo, especialista en economía conductual, profesor de la Facultad de Economía de la UNAM y Director General de Mexicana de Becas, Fondo de Ahorro Educativo.

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