La deceleración del crecimiento mundial reduce el potencial de tracción de los sectores exportadores, en especial en Alemania. Y lo que es malo para la primera economía de la Unión Monetaria también lo es, hoy más que nunca, para el conjunto de la zona euro, dado el papel motor desempeñado por Alemania en la reactivación registrada en 2010. Desgraciadamente, la tendencia de los índices de actividad así como de los nuevos pedidos a la industria no augura nada muy alentador para los trimestres venideros. ¿Qué decir por tanto de las perspectivas de las restantes economías europeas, cuya posición ya era mucho menos envidiable que la de Alemania antes de tener que afrontar este deterioro de las perspectivas de crecimiento mundial? La mayor parte de los miembros restantes de la zona euro debe acometer, en mayor o menor grado, ajustes significativos del gasto público y también de la competitividad, todo ello en este entorno tan poco favorable. De manera que la presión sufrida por los hogares y las empresas es muy fuerte, y ya se plasma en el retroceso de los índices de confianza y de los gastos de consumo y de inversión. El debilitamiento simultáneo de la demanda externa e interna es un cóctel potencialmente explosivo para la Vieja Europa. La única esperanza de evitar una nueva recesión reside en lo sucesivo en un perfecto “ajuste fino” de las políticas económicas.


Ahí es donde duele. Pues si se puede contar razonablemente con que el BCE haga lo necesario en materia de política monetaria y en breve baje significativamente su tipo de referencia, resulta difícil tener la misma confianza en las autoridades políticas responsables de la política presupuestaria... Ante la tarea, incuestionablemente ardua, de hallar el justo equilibrio entre las medidas de saneamiento de las finanzas públicas, de sostén de un crecimiento que flaquea, y las acciones concertadas para contener los focos del incendio de la crisis de las deudas soberanas, los dirigentes políticos europeos no logran proponer nada mejor que el mínimo estricto en cada uno de estos ámbitos. Esto resulta insuficiente para cada problema tomado individualmente, y, lógicamente, se queda muy corto con respecto a lo que sería necesario a nivel general.


La cumbre europea de hoy y la del G20 a principios de noviembre cristalizan las expectativas en este momento, con la esperanza de que se proponga al fin una solución viable y convincente a la crisis financiera rampante que socava el sistema financiero europeo. Crucemos los dedos para que esas esperanzas no queden defraudadas una vez más, como viene ocurriendo estos dos últimos años. Entretanto, la incertidumbre sofoca progresivamente las últimas bolsas de dinamismo económico que hasta ahora se habían salvado del endurecimiento de las condiciones del crédito... ¡Urge realmente actuar!

Yasmina Barin, Analista en Banque Syz and Co