Opina el ex secretario del Tesoro de Estados Unidos, Larry Summers, en su columna de Financial Times, que en pocas ocasiones antes la “desilusión” con Washintong ha sido tan alta como ahora. “El Congreso es incapaz incluso de actuar en áreas en las que existe un acuerdo generalizado de que hacen falta nuevas medidas, como la inmigración, las infraestructuras y la reforma de los impuestos a las empresas. La Administración de Barack Obama está condenada a la ineficacia tanto en el ámbito doméstico como en lo que respecta a la política exterior”, afirma tajante el también profesor de la Universidad de Harvard.

En su opinión, resulta “tentador culpar de todo esto a los fallos de liderazgo de los responsables políticos de alto nivel”. También hay factores estructurales que explican la situación actual, añade Summers, “como el aumento de la polarización del electorado y el creciente papel del 'dinero' en la política”. Sin embargo, considera que asimismo “vale la pena” relacionar “las preocupaciones actuales con lo bien que funciona Washington en el contexto de la impresionante regularidad política estadounidense”. Y es que, históricamente, “los segundos mandatos presidenciales son muy difíciles para el presidente y su equipo”.

Lo fue el de George W. Bush (comenzó con un inútil esfuerzo por reformar la seguridad social y siguió con el huracán Katrina y la crisis financiera); el de Bill Clinton (que será recordado por el escándalo de Monica Lewinsky); el de Ronald Reagan (Irán); el de Richard Nixon (Watergate); el de Dwight Eisenhower (dimisión de su jefe de personal); el de Harry Truman (guerra de Corea), y el de Franklin Roosvelt (fracaso al intentar reforzar el Tribunal Supremo y recaída económica significativa en 1938).

Además, añade Summers, los segundos mandatos presidenciales “cuentan con lo que podría ser considerado un costo adicional considerable. Una gran parte de lo que los presidentes hacen en su primer mandato, especialmente, en la segunda mitad de los mismos, va dirigido a ser reelegidos. ¿Funcionarían mejor las cosas si los mandatos presidenciales se limitaran a uno que durará seis años? Es un tema digno de debate”.

En contra, concluye el ex secretario del Tesoro, estaría la cuestión de que “los líderes que se acercan al final de su presidencia pierden la capacidad para influir en otros actores mediante ofertas/castigos (…) al eliminar la capacidad de reelección de cualquier presidente desaparecería también su capacidad para actuar incluso en su primer mandato”. Sin embargo, para Summers estos efectos “son mucho menores que los causados por la combinación tóxica de arrogancia y agotamiento tras el extraordinario esfuerzo que implica ser reelegido para un segundo mandato. Pero el tema requiere ser estudiado”.