
Este fenómeno responde a una combinación de factores que van desde la búsqueda de estabilidad por parte de los compradores hasta los cambios geopolíticos desencadenados en Europa a raíz de la guerra en Ucrania.
La demanda de contratos a largo plazo ha crecido con fuerza en 2025, impulsada en gran medida por los importadores europeos que buscan distanciarse de la energía de origen ruso.
La necesidad de diversificar suministros ha convertido a los desarrollos estadounidenses en un pilar estratégico para garantizar continuidad, especialmente después de que Moscú redujera progresivamente los flujos hacia el continente.
Un aumento excepcional de acuerdos de suministro
Entre enero y octubre, las compañías estadounidenses han suscrito acuerdos de compra y venta por casi 30 millones de toneladas anuales, un volumen que multiplica ampliamente las cifras obtenidas durante todo el año anterior.
Según estimaciones de consultoras especializadas, esta actividad solo encuentra precedentes directos en el período inmediatamente posterior a la invasión rusa de Ucrania en 2022, cuando los países europeos se vieron obligados a buscar alternativas urgentes.
Los contratos firmados no se limitan a compradores tradicionales. Se observa un creciente interés de empresas con carteras de comercialización que buscan asegurarse volúmenes competitivos para revender en mercados asiáticos o en nuevas instalaciones de generación.
Este tipo de compromisos ayuda a los proyectos en fase de desarrollo a demostrar a sus financiadores que cuentan con clientes dispuestos a respaldar operaciones durante décadas, un elemento crucial para alcanzar la viabilidad financiera.
Impacto de la política energética estadounidense
El regreso de una administración más favorable a los combustibles fósiles ha facilitado las autorizaciones necesarias para la ampliación de la industria exportadora.
La retirada de la moratoria que pesaba sobre la aprobación de nuevas terminales ha provocado que varias empresas avancen con decisiones finales de inversión. Las cifras acumuladas este mismo año indican que se han aprobado ampliaciones que añadirán más de 60 millones de toneladas anuales a la capacidad ya existente.
El compromiso adquirido con Europa también ha marcado la pauta. Washington ha formalizado su intención de convertirse en uno de los proveedores más relevantes del continente, algo que encaja con las prioridades de los gobiernos europeos de reducir al mínimo su dependencia energética de Rusia.
De hecho, muchas compañías del Viejo Continente han aceptado tarifas de licuefacción más elevadas con tal de asegurarse un suministro seguro y con amplio respaldo institucional.
Riesgos de un mercado saturado
Aunque el incremento de proyectos en marcha apunta a un crecimiento acelerado, existen señales de preocupación en torno a la posibilidad de exceso de oferta en el mercado mundial.
La Agencia Internacional de la Energía ha advertido que, si todas las instalaciones previstas entran en operación según lo programado, la capacidad global podría superar con holgura la demanda prevista para finales de la década. Ese posible desequilibrio presionaría los precios a la baja y modificaría las expectativas de rentabilidad de algunos proyectos.
No obstante, dentro de la industria hay voces que cuestionan estos pronósticos. Ejecutivos de grandes compañías insisten en que la transición energética, lejos de frenar el consumo, está impulsando un aumento del gas natural como energía puente hacia tecnologías de cero emisiones.
El fuerte crecimiento de centros de datos, industrias electrointensivas y nuevas plantas térmicas en Asia se presenta como una fuente potencial de demanda que podría absorber el incremento de producción.
El papel de Europa y el alejamiento de Rusia
El continente europeo continúa siendo un elemento determinante en esta dinámica. Tras dos inviernos marcados por la incertidumbre en los suministros, los gobiernos han optado por diversificar al máximo los contratos con proveedores no rusos. Esta estrategia ha favorecido a Estados Unidos, que dispone de una red de terminales capaces de responder con rapidez a cambios en las condiciones del mercado.
La crisis energética derivada del conflicto en Ucrania ha acelerado decisiones que quizás habrían tardado años en materializarse. Las compañías europeas, conscientes de la necesidad de reforzar su seguridad energética, han optado por cerrar acuerdos de largo plazo incluso en un momento en el que la demanda interna se estabiliza.

