El resentimiento de los Millennials hacia los jubilados no es solo por las pensiones

Gerontofobia generacional. Odio de los jóvenes a los mayores. No se debe sólo a las pensiones, aunque el hecho de que recientemente se haya publicado que la renta media de los pensionistas supera ya a la de los trabajadores en activo (INE, 2023) ha echado más gasolina al fuego. Los jóvenes profesionales de hoy, con 25-40 años, pagan un retiro a sus mayores que ellos creen que no disfrutarán. Y sienten, además, que los jubilados gozaron de un pasado al que ellos no tienen acceso: vivienda, empleo estable, ascenso social, fiscalidad baja (no había IVA, por citar un ejemplo).

En 1977, un utilitario como un Seat 127 o un Renault 5 costaba entre 100.000 y 200.000 pesetas (unos 600–1.200 euros actuales). El salario medio estaba en 50.000–60.000 pesetas mensuales (unos 300 euros, según el Ministerio de Trabajo, 1978), de modo que el esfuerzo equivalía a dos o tres meses de sueldo. Hoy, con un salario medio en torno a 2.000 euros brutos/mes (no llega, INE y otras fuentes, 2025), un Dacia Sandero cuesta 14.000 euros y supone más de medio año de ingresos. Si se aspira a un modelo medio como un Seat Ibiza o un Toyota Corolla, la factura supera los 20.000 euros: casi un año entero de sueldo. O más, claro, si se sigue aspirando a algo mejor, que todos hemos sido jóvenes y hemos soñado con un coche aspiracional. El esfuerzo se ha multiplicado por dos o por tres. 

La vivienda en Madrid o Barcelona, en plena Transición, podía comprarse por entre 3-10 millones de pesetas (20.000–60.000 euros actuales). El coste no solía superar los 5-6 años de salario medio, ya que quien compraba no era tonto y se metía donde podía pagar. Las hipotecas, aunque con tipos de interés altísimos (15–20% según Banco de España, 1979), se concedían a plazos cortos, de 10–12 años. ¿Por qué se podían pagar? Porque los salarios estaban indexados a la inflación. Con inflaciones de dos dígitos, los sueldos se ajustaban y las deudas se “licuaban”. El golpe a la cesta de la compra era fuerte, pero la existencia de moneda propia y la posibilidad de devaluación interna amortiguaban el impacto. Las familias resistían a la inflación. 

Además, en el pecado llevábamos la virtud: España no era una economía abierta, no teníamos multinacionales, pero nuestro mercado interno era fuerte. Entraban divisas del turismo e inversión para las plantas industriales. Teníamos, por tanto, un país con industria autóctona. Por poner un ejemplo, había muchas marcas de electrodomésticos propias: Orbegozo, Aspes, Balay, Otsein, Corberó, Bru, Edesa, Fagor, New Pol, S&P… Y decenas de bancos y cajas regionales, algunos con campañas impensables hoy. Inolvidable el anuncio del Banco Industrial de Cataluña, de la Banca Catalana, con bonos desgravables al 12% y una rebaja fiscal del ¡¡26%!!

Hoy, esa misma generación goza de pensiones potentes y, para desesperación de los gobiernos, tiene la costumbre de vivir más. Son los primeros protagonistas del alargamiento de la vida en buenas condiciones, un fenómeno que multiplica el coste del sistema y crea un colectivo reclamante, organizado y con capacidad de decidir elecciones. Como señalaba Miguel A. García Díaz (URJC, FEDEA) en ABC (2025): “Los pensionistas de hoy se apropian de una riqueza no generada”. Una frase que irrita a los mayores, convencidos de que lo trabajado y cotizado legitima lo que reciben.

Mientras, los Millennials miran su propio presente: salarios bajos, viviendas inalcanzables, un mercado laboral precario y pensiones futuras en entredicho. La Generación X, nacida entre 1965 y 1980, ha disfrutado parte de los buenos tiempos. Llegó a las etapas de inflación salarial de finales de siglo-principios de este; pudo tener acceso a la vivienda y quien haya actuado de manera ordenada, incluso ha creado un proyecto familiar. Por cierto, ojo con los divorcios: más que un drama personal, son una quiebra económica de difícil superación. 

Los X miran también con temor al porvenir, pero es indudable que tienen más patrimonio que los Millenials, a quienes parece quedarles un futuro de vida en piso compartido o de los padres, con un móvil de última generación pagado en plazos, mucho ocio, cerveza barata… y poco más. 

Para arreglar esto, hay que dar soluciones estructurales: demográficas, sociológicas, políticas, económicas y fiscales… 

El estado del Bienestar era una red de seguridad surgida de años de bonanza, no un anclaje para que la población viva colgada de él, cosa que ocurre mucho en España y muchísimo en Francia. 

Se concibió con unas premisas económicas que ya no existen, tanto económicas como demográficas. Las economías han ido para abajo, fagocitadas por las necesidades de ese estado y la ineptitud de nuestros políticos. Se recauda más que nunca, pero los servicios cada vez flaquean más, porque se están succionando recursos de la economía.   

José Carlos Díez (otro que no puede ser tildado de neo liberal), lo dice en Estrategias de Inversión: “o recuperamos productividad, o recortamos pensiones”. 

Mientras eso se cuece a fuego lento, la animadversión de los Millenials a los jubilados crece. Los mayores tuvieron una buena vida y la van a seguir teniendo. Nuestros jóvenes se sienten sus paganinis y poco más que carne para la picadora. Tienen mucha parte de razón y si no se da una solución, no les queda mucha más salida que marcharse. 

Por cierto, la solución no es más impuestos.