Con volumen o sin él lo que está claro que es seguimos en una lateralidad absoluta donde tenemos tanto en Europa como en EEUU, índices importantes que nos acotan los movimientos tanto por arriba como por abajo. Este es el caso del soporte de los 1.040 en el S&P500 donde vemos que el índice rebota en repetidas ocasiones y que nos ha servido para mantener niveles.

Sin embargo, tenemos la cara opuesta en el EUROSTOXX 50 donde vemos que la media de las 200 últimas sesiones ha funcionado de claro techo durante varias jornadas sucesivas. Si bien es cierto que no podemos basarnos sólo en el análisis técnico es difícil comprender las subidas cuando todas las señales apuntan a una ralentización de la economía y más cuando nos encontramos en el mes de septiembre que viene siendo tradicionalmente bajista.

Los datos macro sólo nos ayudan a confirmar esta lateralidad que no acaba de coger rumbo en ninguno de los dos sentidos. El mercado solo escucha lo que quiere oír, lo que se ha podido comprobar recientemente con la lectura del libro beige donde la conclusión clara era la desaceleración de EEUU si bien el mercado ha preferido mirar a la mejoría del consumo para justificar las subidas.

También ocurrió algo parecido la semana pasada con el informe de desempleo de agosto donde el dato en sí no fue gran cosa pero el mercado, ávido de noticias positivas, indagó en las subpartidas para encontrar algo que mereciera la pena.

El escenario de fondo al que no queremos mirar se nos plantea incierto y con tintes negativos en el ámbito bancario. Los tan afamados test de estrés empiezan a ser desacreditados desde diferentes bandas. Aquella supuesta buena salud de las entidades financieras resulta que puede no ser tal por haberse hecho mal las valoraciones de la exposición a los bonos gubernamentales.

Tenemos también la creciente amenaza de los nuevos impuestos a la banca que nos están resultando un poco como el cuento de Pedro y el lobo pues no dejamos de oír hablar de ellos y finalmente seguimos en las mismas. Y, en la misma línea, las normas de Basilea III plantean un escenario de mayores requerimientos de capital que harán que el crédito llegue aun menos al consumidor final. Un cocktail molotov a punto de estallar que provocará bajadas en los mercados.