Hace dos años, el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, lanzó su plan de “tres-partes” para rescatar a la economía de la deflación y el estancamiento, el conocido como “Abenomics”, cuyo trío de “flechas” consistía en una flexibilización monetaria cuantitativa y cualitativa (incluyendo más crédito para el sector privado), un estímulo fiscal a corto plazo (seguido de una consolidación para reducir el déficit y hacer sostenible la deuda pública), y una serie de reformas estructurales para fortalecer la oferta y el crecimiento potencial.

Las medidas anunciadas por el presidente del Banco Central Europeo (BCE) el pasado jueves, recuerdan al profesor de la Universidad de Nueva York, Nouriel Roubini, a este “Abenomics” y, de hecho, habla de un “Draghinomics”, cuyo “primer elemento es una aceleración de las reformas estructurales necesarias para impulsar el potencial crecimiento de la producción de la zona euro”, explica este experto en “Live Mint” de The Wall Street Journal.

“El progreso en estas reformas ha sido decepcionante”, destaca Roubini, “con más esfuerzo en algunos países (España e Irlanda, por ejemplo) y menos en otros (como Italia y Francia, por citar solo dos). Pero Draghi reconoce ahora que la lenta, desigual y anémica recuperación de la zona euro no sólo refleja problemas estructurales, sino también los factores cíclicos que dependen más de la demanda agregada que de limitaciones de la oferta agregada. Por lo tanto, las medidas para aumentar la primera también son necesarias”.

Aquí, señala el profesor de la Universidad de Nueva York, es donde entra “la segunda 'flecha' del 'Draghinomics' para reducir el lastre que supone para el crecimiento la consolidación fiscal al tiempo que se mantiene la reducción del déficit y la sostenibilidad de la deuda. Hay una cierta flexibilidad en la rapidez con la que se puede conseguir la meta fiscal, sobre todo ahora que la mayor parte de la carga de la austeridad ya ha pasado y los mercados están menos nerviosos”. Por otra parte, añade, mientras algunos países pueden necesitar mayor consolidación (periferia), hay otros como Alemania que podrían optar por una expansión fiscal temporal, con menos impuestos y más inversión pública.

Además, un “programa de infraestructuras e inversión en toda la zona euro podría impulsar la demanda al tiempo que reduciría los cuellos de botella de la oferta. El tercer elemento del 'Draghinomics' será la flexibilización cuantitativa y del crédito en forma de compras de deuda pública y medidas para impulsar el crecimiento del crédito al sector privado”. Este último apartado, opina Roubini, comenzará pronto con las TLTROS (barra de liquidez para la banca del BCE), y “cuando se superen las limitaciones regulatorias, la autoridad monetaria comenzará a comprar activos privados”.

Este experto cree que “la QE se iniciará probablemente a principios de 2015 (…) La rentabilidad de los bonos a medio y corto plazo podría disminuir aún más, reduciendo el coste del capital público y privado (…) el euro podría caer, impulsando las exportaciones y la competitividad neta. Las bolsas podrían aumentar con resultados positivos en lo que se refiere a la riqueza”. Asimismo, tampoco debemos dejar de lado los cambios en la confianza de los consumidores, las empresas y los inversores.

A algunos miembros del BCE “les preocupa que una QE de lugar a un riesgo moral y debilite el compromiso de los gobierno con la austeridad y las reformas. Pero en una situación cercana a la deflación y cerca de la recesión, la autoridad monetaria debe hacer lo que sea necesario sin tener en cuenta estos riesgos. Por otra parte, la QE puede en realidad reducir este riesgo moral, pues su implementación y la de políticas fiscales más laxas podrían impulsar la demanda, el crecimiento y el empleo a corto plazo, por lo que las autoridades pueden ser más proclives a realizar reformas estructrurales políticamente dolorosas”.