En nuestra opinión, la cotización de las acciones, como la mayoría de los precios en una economía de mercado, están determinados por los cambios en la oferta y en la demanda. La oferta es el número total de acciones en circulación de las compañías cotizadas, un número que normalmente no cambia significativamente a corto plazo. La oferta de acciones en circulación se incrementa principalmente a través de la emisión de acciones por parte de las empresas, ya sea de mediante su salida a bolsa o mediante la emisión de más acciones en el mercado secundario. Las cotizadas actúan de esta forma generalmente para conseguir capital que utilizarán posteriormente, como dar salida a inversores de fases anteriores, financiar la compra de una empresa competidora o reinvertirlo en el crecimiento del negocio. La oferta total de acciones puede disminuir de varias formas, incluyendo la recompra de acciones por parte de las empresas, por fusiones y adquisiciones pagadas en efectivo o por quiebras.
En algunas ocasiones, los cambios en la oferta tienen un gran impacto. En nuestra opinión, un ejemplo clásico es lo ocurrido durante la burbuja tecnológica, cuando la oferta se disparó. A finales de los años noventa, fueron muchas las compañías que iniciaron una alocada carrera por salir a bolsa, a pesar de que muchas de ellas, según nuestros análisis, carecían de una perspectiva empresarial viable a largo plazo. El torrente de acciones de mala calidad que llegaba al mercado expandió la oferta de manera drástica, lo que desencadenó el gran mercado bajista (una caída mayor al 20 % provocada por factores fundamentales) ocurrido entre 2000 y 2003. Lo cierto es que es muy poco frecuente ver que la oferta agregada de acciones aumente o disminuya de forma repentina a corto plazo. Los fenómenos que dan lugar a cambios en la oferta, como recompras significativas de acciones o la salida bolsa de empresas, requieren tiempo, es decir, no se dan de un día para otro. Además, unos fenómenos pueden compensar a los otros, con lo que se suavizan aún más los cambios en la oferta. Por ello, a corto plazo, creemos que los cambios en el lado de la demanda son los más relevantes para el devenir de los mercados.
A nuestro juicio, los factores que impulsan la demanda se pueden dividir en tres categorías: económicos, políticos y de sentimiento. La influencia económica es fácil de entender. A nuestro juicio, los inversores generalmente compran acciones según su potencial de beneficios futuros, un potencial que suele depender de las perspectivas económicas existentes. Si los inversores mantienen una perspectiva económica positiva de cara al futuro, mantendrán una expectativa de ventas y beneficios al alza, lo cual aumenta su deseo de atesorar acciones en cartera, lo que, por ende, impulsa la demanda. Si, por el contrario, las condiciones económicas no parecen ser prósperas o incluso se prevé una contracción económica inminente, la demanda de acciones puede declinar.
La coyuntura política también puede influir en el ciclo económico, lo cual afecta a la demanda. En nuestra opinión, esto no tiene mucho que ver con la noción tradicional de que un determinado partido o conjunto de políticos sean más o menos proclives a la actividad empresarial. Según nuestro análisis histórico, los mercados no han favorecido a ningún tipo de partido en particular de forma sistemática a lo largo del tiempo. A nuestro juicio, el factor fundamental es la capacidad que tiene la actividad política para aumentar o disminuir la certidumbre sobre los derechos de la propiedad. Si se presiona demasiado, la inversión empresarial puede declinar, haciendo que una expansión económica llegue a su final. Adicionalmente, la actividad legislativa y política puede afectar a las reglas de la vida empresarial, creando ganadores y perdedores en el proceso.
Por último, pero no menos importante, el sentimiento se refiere al estado emocional general de los participantes del mercado. En un momento dado ¿son pesimistas sobre la evolución económica y política o tal vez eufóricos o simplemente neutrales? A nuestro juicio, un factor determinante de la demanda y de la dirección del mercado a largo plazo es la manera en la que el sentimiento se ajusta a la realidad. Si la realidad se muestra más halagüeña que las expectativas, el mercado tiende a subir, a medida que las sorpresas positivas impulsan la demanda. Si la realidad se muestra peor de lo esperado por el mercado, una racha de decepciones puede frenar la demanda. Los puntos de inflexión del mercado, o aquellos en los que los mercados alcistas comienzan o llegan a su final, frecuentemente se caracterizan por mostrar elementos extremos en el sentimiento de los inversores: euforia en la fase final de un mercado alcista y un profundo pesimismo antes de que este nazca. Existen muchas herramientas que ayudan a medir el sentimiento, como encuestas a los inversores o encuestas de confianza entre los consumidores, entre otras. Pero analizar el sentimiento es más un arte que una ciencia y, en nuestra opinión, se debe también incluir un análisis cualitativo de la opinión que muestran los medios de comunicación y los inversores profesionales.
Teniendo en cuenta los factores mencionados anteriormente, también creemos que es importante entender los factores que no tienen influencia en el mercado. Un elemento en el que vemos que muchos inversores quedan enredados son los datos y noticias pasadas o ya antiguas. Muchos de los datos económicos que se publican hacen referencia a eventos que ya han ocurrido como, por ejemplo, la coyuntura económica del último mes o trimestre. El problema de centrarse en datos retrospectivos es que el mercado actúa como un mecanismo de descuento de expectativas, el cual centra su atención en un horizonte temporal de entre 3 y 30 meses hacia adelante. Según nuestra experiencia, los mercados ya han anticipado muchas de las noticias que van saliendo. De manera similar, el desempeño pasado de los mercados no influye en su evolución futura. De ahí que estudiar el gráfico de precios con los movimientos recientes de las acciones para tratar de predecir el futuro, tal y como hacen muchos inversores, tiene pocas probabilidades de resultar útil. Los gráficos pueden describir el desempeño pasado de manera precisa, pero no creemos que puedan ayudar a vaticinar el futuro.
Asimismo, creemos que aquellos eventos que se pueden encontrar más allá de esa ventana temporal de hasta 30 meses se encuentran demasiado lejos como para tener un impacto real en los mercados. Esto es así porque, a más lejano el horizonte temporal, más son las variables que habría que tener en cuenta, haciendo más difícil asignar las probabilidades de que se materialice un determinado escenario. Pongamos como ejemplo las proyecciones a largo plazo de los déficits públicos. Para que fueran precisos, deberían acertar muchos factores, los cuales son difíciles de determinar, como el crecimiento poblacional, los flujos migratorios, el momento en el que se producirán recesiones económicas y el número de las mismas. El ejemplo perfecto es el caso de la Covid-19 y su fuerte impacto sobre los presupuestos de la mayor parte del mundo desarrollado: prácticamente nadie pudo anticiparlo al cierre de 2019. Con ello se ve perfectamente la dificultad de pronosticar futuros eventos a 10, 20 o 30 años vista.
Por ello, recuerde lo siguiente cuando esté valorando el posible impacto que una determinada noticia pueda tener en el mercado: ¿cómo afectará a la demanda futura de las acciones? La respuesta que encuentre puede ayudarle en su toma de decisiones.
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