El planeta reclama infraestructuras más modernas y eficientes para abordar el déficit de consumo de agua

¿Cuán seria es la crisis de suministro de agua?, se pregunta Christian Holmes, asesor de Boston Consulting Group (BCG) especializado en esta utility o servicio público esencial, que enfatiza que el riesgo de cortes en el flujo del agua “no tiene visos de superarse” y que el planeta se enfrenta a una amenaza “severa” de no instaurarse de inmediato acciones concertadas y decididas en los gobiernos para concienciar a sus sociedades civiles de la trascendencia del ahorro de agua y para desplegar inversiones milmillonarias en infraestructuras que modernicen y añadan eficiencia al consumo de este bien de primera necesidad. “Ninguna ciudad será completamente inmune a hipotéticos, pero más que probables, cortes de suministro”, porque, en 2025, como aventuran los expertos y científicos de Naciones Unidas, hasta 1.800 millones de personas sufrirán recortes en sus flujos de agua y dos terceras partes del planeta vivirán sometidas a condiciones de estrés en sus servicios de abastecimiento particulares. Un riesgo difícil de eludir si se tiene en cuenta que cinco años más tardes, en 2030, la demanda de agua superará en un 40% la oferta disponible en el mercado.

La prevención es el único antídoto”, explica Holmes que recuerda la identificación de impactos, todos ellos “considerables” por su gravedad, que el World Economic Forum (WEF), la fundación que organiza las cumbres de Davos, señaló dentro de un decálogo de peligros latentes sobre los suministros de agua. Desde ciberataques, hasta colapsos de ecosistemas, presiones migratorias a las ciudades, propagación de enfermedades infeccionas, pérdida de biodiversidad o crisis de abastecimiento agroalimentarias. Por mencionar sólo cinco ajenas al abanico de otras tantas que el WEF engloba dentro de la emergencia climática a gran escala que se desencadenará sin el éxito en las medidas de reducción del calentamiento global.    

Algunos signos de esta emergencia social ya se apreciaron incluso antes de la Gran Pandemia de la que han surgido no pocos problemas de desabastecimiento -energético, especialmente- sino también de disrupciones en las cadenas de valor empresariales y altercados logísticos y cuellos de botella comerciales de primer orden que han ocasionado distorsiones masivas entre la oferta y la demanda. Y que anticipan nuevas convulsiones en el sector del agua. Porque a comienzos de 2018, Ciudad del Cabo, la capital más septentrional -según parámetros del Hemisferio Sur- de Sudáfrica, con casi 4,3 millones de residentes, tuvo que declarar varios “días cero”, con cortes totales de suministro para conservar y restablecer su servicio de agua y evitar así una gestión de catástrofe de abastecimiento. No fue el único casi. En la primavera de ese año, varias localidades del norte de la India experimentaron cortes. Como Shimla, que redujo a cuatro horas diarias los momentos de consumo. Una crisis que se extendió a 21 ciudades; entre ellas, Delhi, Bangalore o Hyderabad y que el WEF extiende, a medio plazo, en 2030, a urbes como Tokio, México DF, Karachi, Shanghái o Pekín. Todas ellas en su top-ten de megaciudades con peligro de un déficit de desabastecimiento por alteraciones en el equilibrio de oferta-demanda del 40%.     

Holmes incide en alguna de los factores que determinarán este elevado riesgo de colapso. En primer lugar, “el rápido incremento de la demanda de agua en las ciudades”, donde los expertos de la ONU proyectan aumentos de la población urbana de 2.500 millones en 2050”, mientras en el Banco Mundial se estima que los servicios de agua en las mismas podrían aumentar entre un 50% y un 70%, lo que conduciría a cortes estacionales de suministros para 1.900 millones de los residentes urbanos. En caso de que no se reduzca substancialmente la proporción de agua actual sin contaminar y destinada al consumo de personas.

En segundo término, el agotamiento de fuentes primarias, como las aguas subterráneas, que en la actualidad abastecen a casi 2.000 millones de personas y que están en un punto crucial, dado que, de los 37 mayores acuíferos, 21 han sobrepasado el punto de acumulación; es decir, el nivel a partir del cual no van a adquirir mayor capacidad de agua. Además, varios de los grandes ríos del planeta, como el Colorado, Río Grande, el Río Amarillo, el Indo, el Ganges o el Amu Darya o el Murray e, incluso, el Nilo, apenas suministran agua dulce a sus desembocaduras de mar.   

Todo ello traerá como consecuencia muertes y enfermedades masivas a la humanidad, por lo que la búsqueda de soluciones resulta imperiosa y la conjunción de intereses políticos, sociales, medioambientales y económica es, si cabe, aún más urgente. “La amenaza de la sostenibilidad de las ciudades es un hecho”, explica el analista de BCG.

Soluciones globales a crisis locales

O piensa localmente para actuar globalmente. Una de las máximas del depauperado proceso de globalización. Atenazado tras la Gran Pandemia por todo tipo de amenazas -geopolíticas, socio-económicas, financieras, de reconversión industrial, cambios de vencedores y perdedores en el sector privado y, por supuesto, de índole bélica y que podría engendrar dos bloques comerciales y tecnológicos en una especie de Guerra Fría económica- y que parece haberse adentrado en una fase de fulminante desmantelamiento. Torsten Kurth, director gerente y socio en Berlín de la misma firma de servicios profesionales, pone el énfasis en este hilo argumental.

Más de la mitad de la población -recuerda Kurth- unos 4 millones de habitantes, van a sufrir, en función de los cálculos científicos que emanan de la ONU, cortes de suministro en los próximos años, mientras la diversidad de fuentes de agua ha descendido en más de un 80% desde 1970 y las cuentas de resultados de las empresas informaban, antes del Covid-19, pérdidas financieras de 38.500 millones de dólares por incidentes relacionados con el abastecimiento de agua o con altercados vinculados a la polución. Porque, como aclara el socio de BCG, “nuestro clima está en constante interconexión” lo que revela el indudable resultado de que “la reducción de emisiones de CO2 sólo se consumará si se emprenden acciones globales concertadas”.

La crisis del agua es un asunto que entra en esta ecuación. A través de tres grandes variables. Es marcadamente local, con independencia del número de habitantes, industrias y empresas afectadas, pero con efectos de dimensión global, ya que generará sequías, inundaciones e inclemencias meteorológicas que se expandirán territorialmente. Es una crisis dinámica; es decir, que depende del volumen de gases de efecto invernadero que se emitan y que puedan restringirse, tasas que dejarán una atmósfera más o menos propicia para futuras generaciones y, con ello, una calidad de agua más o menos diferente de la actual, porque la oferta estacional del agua a largo plazo está ligado al futuro del clima. Y, finalmente, dejará de ser barata, dado que su uso indiscriminado acabará atentando contra el bien común, tanto el de consumidores como el de inversores y accionistas.

A su juicio, la solución pasa por una readecuación de las infraestructuras civiles que hacen fluir el agua a hogares y empresas. “Las infraestructuras son demasiado vetustas como para elevar la demanda de países que, como Sudáfrica, la aumentarán en un 40% en 2040”. Pero, en general, los conductos pierden 45.000 millones de litros de agua potable cada día si se tienen en cuenta otros factores como su pérdida de capacidad de almacenamiento tras lluvias intensas o su poder de embalsamiento y de gestión cuando cambian las condiciones climatológicas. “Los efectos del cambio climático sólo aumentarán las deficiencias de las infraestructuras globales de transporte, acumulación y reciclaje del agua”.   

Pero Kurth hace hincapié, al mismo tiempo, en la calidad, donde el reto también es mayúsculo, ya que se ha retrocedido en este terreno. Bien por el excesivo gasto de acuíferos, por el mal uso agrícola, por el incremento de la polución o por múltiples causas adicionales, como el reciclaje del agua de la industria. Sólo el 13% de las aguas residuales de India está tratada y el 75% de los lagos chinos tienen algún grado de contaminación. También en este punto las inversiones en las infraestructuras llamadas a sustituir al mapa de conexiones actual deberían velar por estándares adecuados de calidad. La industria de la construcción de redes e infraestructuras y el sector de la gestión del agua tendrán que realizar una especie de matrix para solventar los notables retos sociales, económicos y medioambientales, enfatiza Kurth.

Holmes va más allá, incluso, al hablar de siete pasos ineludibles de las ciudades para combatir la crisis del agua. En sus estrategias de Smart Cities debenadmitir el problema y acreditar todas sus fuentes, empezando por su capacidad de captación de este recurso -con cálculos sobre precipitaciones, acuíferos y predicciones científicas y de monitorización de los efectos del cambio climático sobre sus territorios- además de empezar a aplicar proyectos de Inteligencia Artificial (IA) y digitalización, con los que perfilar la toma de decisiones desde los ayuntamientos y las empresas, con la aquiescencia de su censo de residentes, en torno a las mejoras que deben realizarse en la red de transportes, en el de tratamiento de aguas, en las medidas de aumento de oferta suplementaria o en ahorro y ajustes de consumo. Una suerte de acciones combinadas y de Smart-techs con las que empezar a ganar la batalla a la crisis.   

En paralelo, se deben proveer nuevas instalaciones sostenibles para impulsar la oferta; muy en especial para conservar los niveles de agua de precipitaciones, así como para evitar filtraciones en centros de almacenamiento. Además de métodos de captura, reutilización y reciclaje, lo que induce a plantear inversiones en infraestructuras verdes de desalinización, recolección de agua y de consumo responsable. O la creación de consorcios de empresas con entidades en las que se prime las finanzas verdes, a través de acuerdos público-privados que impulsen el crédito y el capital y desarrollen el know-how y la expertise necesaria. Sin olvidarse de crear instituciones y organizaciones con estructuras, funciones y cometidos ágiles en el desarrollo de los sistemas de infraestructuras y gestión del agua, y una política industrial y agrícola que dirija sus objetivos a la eficiencia en el uso del agua.

EEUU toma nota en su plan de infraestructuras

Buena parte de estas recomendaciones se incluyen en el protocolo contractual derivado del plan de infraestructuras puesto en marcha hace un año por la Administración Biden. Denominado en su primer apellido como Inversión y en el segundo como Trabajo. La ley que obtuvo el consenso del Congreso americano -el IIJA- “ofrece la oportunidad al sector del agua de realizar inversiones excepcionales, como no se recuerdan desde las décadas de los setenta y ochenta” avisa Kristina Surfus, directora gerente de la Asociación nacional de Agencias de Aguas Limpias (NACWA según sus siglas en inglés). En alusión a los 55.000 millones de dólares que el programa, de 1.2 billones de dólares, que diseñó la Casa Blanca y que, en su mayor parte, estarán destinados a vehículos eléctricos y renovación de redes de transporte. “Es una iniciativa con recursos monetarios para los próximos cinco años, con itinerarios específicos de gasto, que contribuirá decididamente a la modernización de nuestra economía e infraestructuras”, dice Steve Dye, director de Asuntos Legislativos de la Federación Ambiental del Agua (WEF). Con garantías financieras y ayudas “al ámbito rural, y fondos para adecuar instalaciones agrícolas e industriales a las nuevas reglas del Green New Deal americano”. A su juicio, “se trata de una ingente cantidad de dinero, pero para ser utilizado por una buena causa y el mayor de los problemas a los que se enfrenta en el futuro la humanidad”. Siguiendo el lema Build Back Better del plan.   

Morgan Stanley también aporta la valoración desde el ámbito inversor, que revela un elocuente nicho de negocio. Porque la transición energética “podría acelerar el déficit de agua” marcado por Naciones Unidas y las contracciones anuales -del 11,5%- avanzadas desde el Banco Mundial.  “Estructuralmente, el sistema de aguas necesita cambios”, reconoce Jessica Alsford, su analista de Sostenibilidad Global, para quien se deben destinar los recursos prestamistas suficientes para incorporar las mega-tendencias digitales y medioambientales a la industria, a la agricultura y al uso cotidiano del agua en hogares y organizaciones empresariales. De hecho, en el último Libro Azul del banco de este inversión, su Servicio de Investigación puso el acento en el agua y en la “alta complejidad” resolutiva de su crisis, que requerirá de “significativas inversiones tanto en infraestructuras como en tecnología”, así como reformas estructurales dentro de una agenda política y económica que inculque una utilización eficiente de los recursos acuíferos.

Water demand has increased by 6x over the last centuryAgriculture accounts for 70% of global water withdrawals

En su diagnóstico de futuro, Morgan Stanley establece una hoja de ruta con seis itinerarios que, en opinión de sus analistas, resultan ineludibles. Por un lado, los precios -explican- deben reflejar su valor real en el precio, ya que, a diferencia de la mayoría de commodities, existe una minoría de mercados en los que se establezca como norma esencial la de la oferta y la demanda”, alerta Connor Lynagh, analista de su equipo de Equipamiento Industrial y Tecnológico. Por lo que luego deben acudir a los fondos públicos para corregir los profundos déficit de transporte, tratamiento y conservación del agua. El planeta debe gastar alrededor de 850.000 millones de dólares al año en trabajos de mantenimiento, y otros 300.000 en desembolsos de capital. “La tercera parte de lo que emplea el sistema eléctrico global o la industria de combustibles fósiles”, añade Lynagh. En los próximos cuatro años, “creemos que deben desplegarse 1,4 billones de dólares, cantidad similar al tamaño de la economía española, en la ampliación y modernización de infraestructuras relacionadas con el agua”.

Para Morgan Stanley, otro segundo foco de actuación es la agricultura, que acapara el 70% del gasto mundial de agua, con una creciente demanda de productos en pleno aumento de la sequía y las inundaciones por el planeta. “Afortunadamente, la innovación ha venido para reducir la demanda de agua en una agricultura cada vez más intensificada”, afirma Vincent Andrews, de su Área de Productos Químicos y Agrícolas. Los nuevos métodos de irrigación hacen más factible elevar la rentabilidad de las cosechas con menos uso de agua; en definitiva, “con parámetros de mayor eficiencia para garantizar el futuro de las producciones”, aclara.

También resulta imprescindible mejorar la gestión del agua. Con medidores de precisión que se ajustan al gasto preciso y determinan acciones para corregir excesos de consumo e instrumentos digitales que contribuyen a una adecuada planificación de nuevas redes de infraestructuras y a la mejora de la calidad del transporte y de la gestión de contratos. Todo ello posibilita a hogares y empresas a perfilar y repensar sus gastos e inversiones de agua. De igual forma, se profundiza en los mecanismos de desalinización, en la fabricación de plantas para potabilizar agua del mar y de los océanos, que representan el 97% del total y que, en 2020, apenas fue la responsable del 1% de la demanda global de agua. Ahora, con más de 150 proyectos en curso, la desalinización podría aportar hasta el 9% anual de suministro de agua al año hasta 2025. Las nano-membranas, por ejemplo, son un instrumento que suma velocidad y capacidad de mejora a las centrales de desalinización. Y se deben redefinir los modelos de negocios. “Desde la perspectiva de los planes de inversión, se debe profundizar en las soluciones intensivas y preparar los proyectos para unos precios potencialmente más volátiles una vez los mecanismos de costes y de valor se adentren en una fase de mayor dinamismo y precisión”, aseguran en el banco de inversión.